Entre 
				el Este y el Oeste
 
 

 
¡En el nombre de Dios, el 
Clementísimo, el Misericordiosísimo! 
Por Abu Al-Hasan Al-Nadawi 
 
Prologo 
 
Alabado sea 
Dios, Señor de todos los mundos, y la paz y bendiciones de Dios sean con el 
Mensajero de Dios, Muhammad Ibn Abdullah, y con su familia y con todos sus 
compañeros. 
Esta obrita es 
una conferencia pronunciada por Shaij Abu Al-Hasan Al-Nadawi, «Presidente de la 
Liga de Ulama de India», en la Universidad de Londres, invitado por la Sociedad 
Islámica de esta Universidad, el 11 de octubre de 1963. 
Es grato para la 
Casa Islámica haberlo traducido y publicado en lengua española por primera vez, 
pues su contenido, a pesar del tiempo transcurrido, trata cuestiones que siguen 
siendo de actualidad. 
Refiere el autor 
en su conferencia la tremenda distancia entre las sociedades orientales y las 
occidentales y como el progreso material y técnico de las sociedades occidental 
es están en urgente necesidad de los valores espirituales del Oriente y las 
enseñanzas religiosas del Islam. 
La civilización 
de Occidente está en decadencia progresiva y en amenaza de autodestrucción, pues 
carece en su base del espíritu y de los valores del Islam, que fueron traídos 
por todos los Profetas, desde Adam hasta el último de ellos, Muhammad -la paz y 
bendiciones de Dios sean con todos ellos-. 
Pedimos a Dios 
-exaltado y glorificado sea- que esta conferencia pueda ser útil a los estimadas 
lectores y les empuje a ponerse en pie, en esta época materialista, y cumplir 
con su deber en la existencia antes de que sea demasiado tarde. 
A Dios 
pertenecen los asuntos pasados y futuros y El es quien otorga el éxito. 
Granada 10 Rabi 
Al-Awal 1399. 
7 Febrero de 
1979. 
 
Entre el Este y el Oeste
 
Esta lectura fue 
pronunciada originalmente en árabe, el viernes día 11 de octubre de 1963, en la 
Universidad de London Unión, Matet Streel, London, bajo los auspicios de la 
Universidad de la Sociedad Islámica de Londres. 
El conocido 
poeta inglés Rudyard Kipling ha dicho: 
«El Este es el 
Este y el Oeste es el Oeste y nunca se encontrarán.» 
 
Si bien éstas 
son palabras de un poeta de nuestro propio siglo, la idea que encarnan ha sido 
una Idea dominante por muchos años tanto en el Este como en el Oeste, y se ha 
arraigado hondamente en sus respectivas filosofías y literaturas, Lo que ha 
sucedido en este cave es Justamente lo que sucede en todas partes: ciertas ideas 
y tendencias de pensamiento emergen en una sociedad, Juegan su parte en orientar 
sus actividades y predilecciones, y entonces aparece un poeta o escritor que las 
expresa en palabras de belleza duradera, ganando así divulgación y son relatadas 
una y otra vez por la gente. Este parece haber sido exactamente el caso del 
famoso verso de Kipling: él expresó la idea por tanto tiempo aceptada, tanto en 
el Este como en el Oeste, y al hacerlo enfatizó aún más la dicotomía Este-Oeste. 
Incluso me aventuraría a decir que no he encontrado ninguna expresión literaria 
o poética que haya causado tanto daño al bien de la humanidad y al concepto de 
la unidad del género humano como esta idea de la perpetua división de la familia 
humana en Este y Oeste. No importa cuán simples y aparentemente inocentes puedan 
ser las palabras de Kipling, ni cuán precisamente puedan describir una situación 
histórica, expresiones tales como ésta, han ejercido una gran influencia en 
dirigir a la gente de todo el mundo a considerar al Este y al Oeste como dos 
entidades hostiles que nunca se pueden reconciliar. Si el Este y el Oeste se 
encuentran, sólo podría ser en el campo de batalla y si se reunieran en 
cualquier otro sitio sólo seria para un mutuo insulto. 
 
Esto es lo que 
el Este y el Oeste han sentido durante muchos siglos. Han permanecido aparte, o 
bien en completa ignorancia mutua o bien poseyendo sólo un conocimiento 
extremadamente superficial, viendo sólo aquellos aspectos de la vida de su rival 
que revelaban debilidad y fealdad, más que fuerza y belleza. Su comportamiento 
mutuo ha estado determinado por la duda y la sospecha, el desdén y el desprecio.
 
El primer 
encuentro serio entre el Este y el Oeste tuvo lugar durante las cruzadas. Este 
encuentro no podía haber conducido a una apreciación de las cualidades del otro, 
ni a un entendimiento de las creencias y actitudes éticas de cada uno. Esto se 
debió primordialmente a la ciega hostilidad de los cruzados, que hicieron creer 
indiscriminadamente toda clase de relatos fantásticos acerca de las creencias y 
prácticas de los musulmanes. De hecho fue su prontitud para creer toda la serie 
de deformaciones de la verdad, tales como, por ejemplo, que los musulmanes eran 
brutales paganos, lo que ayudó a los instigadores de los cruzados a conducir a 
los luchadores cristianos a la batalla para la liberación de la Tierra Santa. Es 
comprensible que la atmósfera en que estas guerras se lucharon inhibió el 
crecimiento de la mutua apreciación, por no mencionar el anhelo por algún 
estudio serio de los conceptos éticos y religiosos del otro, e impidió que cada 
uno se beneficiara de los logros y experiencias del otro. De cualquier modo, las 
cruzadas no fueron enteramente inútiles, pues redujeron, si bien no hicieron 
puente, el golfo entre esos dos grupos de naciones y continentes. 
 
Para referirnos 
a tiempos más recientes, un encuentro entre el Este y el Oeste tuvo lugar en el 
siglo 19. Esta era la época en que el Oeste, llevado por consideraciones 
políticas y económicas, empezaba a extender su influencia y su autoridad sobre 
las tierras del Este. El Oeste invadía al Este con todo lo que tenia -su 
civilización e industrias, sus ciencias, su cultura, su esquema de la 
organización del estado, tanto en lo bueno como en lo malo-. El Este, que había 
sido dejado atrás por el veloz Oeste en su marcha hacia el desarrollo científico 
y económico y hacia un orden de cosas más eficientemente organizado, fue 
ensordecido por la avalancha que venia del Oeste y naturalmente no se podía 
esperar que estuviera en el marco de entendimiento adecuado para intentar 
ninguna comprensión efectiva del Oeste, o para beneficiares de sus logros.
 
Otro factor que 
impidió toda apreciación del Oeste, si se me perdona el decirlo, era el hecho de 
que a pesar de sus muchos aspectos de riqueza, la civilización occidental era en 
su conjunto el resultado de una visión materialista del mundo y contenía más o 
menos todas las características de una civilización cuyo impulso religioso ha 
sufrido atrofia. Más aún, otro factor que obstaculizaba la justa apreciación del 
Oeste era -y aquí pido de nuevo su indulgencia- el fuerte sentimiento entre los 
occidentales de que ellos eran los dueños del Este. Esto iba emparejado con un 
sentimiento de superioridad racial que se manifestaba en su comportamiento 
individual así como en políticas generales que eran incompatibles con la 
dignidad humana y el espíritu de democracia: las mismísimas ideas por las que 
los occidentales eran aplaudidos y por las que habían luchado duramente en sus 
propias tierras. 
 
Otra fase del 
impacto del Oeste sobre el Este fue el desarrollo de una actitud de sometimiento 
esclavizado y de un abyecto servilismo entre las gentes del Este. Empezaron a 
acariciar los valores e ideas occidentales, a adorar las modas y manifestaciones 
de la vida occidental y de la civilización occidental. Ahí nació una tendencia 
de imitación ciega del Oeste, que robaba a la gente del Este su personalidad 
distintiva así como el respeto por si mismos. Esta imitación del Oeste en todos 
los caminos de la vida relegó a los orientales a un segundo término, 
reduciéndolos a menos seguidores. Consecuentemente el Oeste no podía mirar al 
Este con ningún sentido de igualdad y respeto, y mucho menos de admiración y 
estima; ni podría buscar en el Este inspiración o guía o cosa alguna original o 
creativa. Como resulta. do, los asuntos llegaron a un punto en que amenazaba la 
completa disolución y la desaparición del Este en el seno del Oeste. 
 
Más 
recientemente la gente del Este ha sido inundada por la idea del nacionalismo. 
Las naciones occidentales habían recurrido al nacionalismo como sustituto del 
lazo de la Iglesia Romana, y de los sentimientos religiosos que en el pasado 
solían exaltar su entusiasmo. Puede ser pertinente, si bien a modo de 
paréntesis, señalar que el Oeste mismo, habiendo esforzado por salir de esta 
situación y ahora mismo por el nacionalismo de mentalidad estrecha, se ha 
esforzado por salir de esta situación y ahora mismo está en vías de apreciar y 
admirar conceptos de carácter humanístico y universal. 
 
En cuanto al 
Este se refiere, el concepto Importado de nacionalismo parece haberse enraizado 
tan profundamente y haberle absorvido tan abrumadoramente que, a pesar del hecho 
de que en un tiempo en el pasado llevaba la antorcha de la Misión Divina, ahora 
no se atreve a pensar otra vez en extender una mano auxiliadora al Este dándole 
luz y guía. 
 
Más 
particularmente asombroso y lastimoso es el caso de los musulmanes. Destinados a 
ser los custodios del Mensaje Divino en su perfecta forma final, y habiéndosele 
confiado la tarea de conducir a la humanidad hacia el bien, es verdaderamente 
una gran calamidad el que hayan caído presa del nacionalismo y se hayan perdido 
en sus caminos, estrechando por ello sus esferas de interés y actividad a campos 
geográficos, raciales o lingüísticos limitados, y sellando así a la humanidad en 
conjunto la mismísima fuente de esos rayos de luz que iluminarían todo el mundo.
 
La emergencia 
del Orientalismo dio nacimiento a muchas esperanzas. Se esperaba que los 
orientalistas serian capaces de levantar un puente en el golfo entre el Este y 
el Oeste, y atraer así un entendimiento entre estas dos ramas de la familia 
humana y quitar la barrera erigida por la ignorancia y la lejanía geográfica. 
También se esperaba que serian capaces de transmitir al Oeste todo lo mejor del 
Este en el sentido de enseñanzas proféticas, valores morales, ejemplos de la 
noble vida establecida por sus profetas y sus líderes espirituales, los tesoros 
de la sabiduría oriental, y su maravilloso código de leyes y preceptos para la 
gula de la conducta humana. 
 
No hay duda de 
que los orientalistas tienen muchos logros en su haber. Resucitaron muchas 
palabras Islámicas que habían yacido enterradas durante siglos ocultas de la luz 
del día. Escribieron un vasto número de libros que acreditan su competencia como 
eruditos. Nadie que tenga un ápice de equidad y algún amor por el saber puede 
negar su aproximación académica y sus penosas labores, su aguda percepción y el 
método científico de su trabajo. La gente del Este en general, y los musulmanes 
en particular, sintieron de cualquier modo que muchos de los orientalistas 
estaban inspirados más por prejuicios religiosos que por motivos científicos.
 
Por 
consiguiente, han defraudado a los amantes de la verdad, que esperaban de ellos 
una mayor inmunidad de predilecciones emocionales y prejuicios heredados, un 
amor más grande por la realidad, una mayor búsqueda de la verdad, y un coraje 
más grande en su conocimiento. De cualquier modo, el Orientalismo ha fracasado, 
a pesar de sus virtudes y logros, para llenar esta grieta, y no podría dar al 
Oeste lo que el alma de muchos hombres occidentales, desilusionados por la 
vaciedad de una civilización materialista, ha estado anhelando, es decir, un 
cuadro veraz y englobante de las religiones del Este en general y de Islam en 
particular. 
 
Hablo del Islam 
en particular porque los musulmanes creemos que es el último mensaje celestial 
-y por tanto, un mensaje de valor eterno- para los hombres, el mensaje que lleva 
el sello de determinación que está acorde con el espíritu de la época, que 
pretende llevar a la civilización humana hacia adelante, y no, como algunas 
religiones tienden a hacer, hacia detrás; que está libre de todo extremismo y 
rigidez, que está dotado con una maravillosa capacidad de crear nuevos moldes en 
conformidad con el espíritu de sus propias enseñanzas. así como con las demandas 
de nuestros tiempos cambiantes. 
 
Cualesquiera 
puedan ser las razones, está claro que el Este, con su personalidad 
sobresaliente y su mensaje, permanece aislado del Oeste y viceversa. Siempre que 
los dos se han reunido, ha sido en una atmósfera de sospecha y duda, de amargura 
y odio. Raramente hay un encuentro de mentes entre el Este y el Oeste por el 
gran bien de la humanidad y con vistas a construir una civilización ideal. Y hay 
poca prontitud por parte de las dos partes para beneficiarse de las capacidades 
características de la otra o para intercambiar habilidad y conocimiento. 
El Este continúa 
trabajando en su propio terreno, guiado por su propio temperamento peculiar que 
había crecido por la levadura de la religión, inspirado de un tiempo a otro por 
nobles profetas, y alimentado incesantemente por movimientos espirituales y por 
las enseñanzas de inspirados lideres religiosos. El tema que interesaba al Este 
era el hombre mismo, más que lo que está alrededor del hombre, o sobre su 
cabeza, o por debajo de sus pies. El Este concentró su atención y su 
inteligencia, su genio y su poder de voluntad en el hombre mismo. Se consagró a 
descubrir los infinitos secretos del hombre, y a bucear las mismas profundidas 
de su naturaleza. Se consagró a despertar las capacidades y poderes que yacen 
dormidos dentro de él; a orientar las tendencias del hombre y sus inclinaciones; 
a refinar y reformar sus morales, sin las cuales la vida humana no puede tener 
unas bases sanas. 
Esos Profetas de 
Dios -la paz sea con todos ellos- vinieron, y entonces, el final, vino el último 
de los Profetas, Muhammad. Estos Profetas se ocuparon del hombre y su 
refinamiento moral, y destaparon los tesoros que yacen dentro de él, recibiendo 
de ello luz y vida y conocimiento, amor y confianza, fuerza de propósito, 
contentamiento y felicidad, y así le capacitaron para descubrir la fuente real 
de toda vida y poder y orden en el Universo. 
 
Esto también le 
capacitó a contemplar el Universo no como dividido en numerosos elementos, todos 
en guerra unos con los otros, sino como un reino gobernado por Una Omnipotente y 
Misericordiosa Voluntad. «¿No son Suyas la creación y la orden? ¡Bendito sea 
Allah, Señor del universo!» (CORAN 7:54). «El Señor del Oriente y del Occidente. 
No hay más dios que él. Tómale, pues, como protector!» (CORAN 73:9) , dice el 
Corán. Así pues los Profetas condujeron a la liberación del hombre de todas las 
formas de idolatría y dualismo, de la superstición y el mito, de la autoridad de 
insensatas tradiciones y leyendas, y de la sumisión a todo excepto al Creador y 
Gobernador del Universo Entero. 
 
A través de esta 
ventana abierta por los Profetas de Dios, el hombre podía mirarse también a si 
mismo y a sus semejantes. Le capacitó para verse a si mismo como el vicegerente 
de Dios en este mundo como uno en quien Dios había soplado una chispa de su 
Espíritu Divino, como uno a quien El había confiado una misión sagrada, como uno 
a quien El había creado en el mejor de los moldes, como uno a quien El había 
escogido para los más grandes honores, como uno a quien El había investido con 
su representación, y sobre el cual El había puesto la corona del gobierno de 
este mundo; aquel para quien El habla creado todo lo que está en el Universo, 
que El creó para él y para Si mismo; ante el cual El ha hecho a los ángeles 
inclinarse, prohibiéndole a él después de esto postrarse ante ninguna otra 
criatura. Como Dios mismo dice: «(Ciertamente) hemos creado al hombre dándole la 
mejor complexión.» (CORAN 95:4). Y también: «Hemos honrado a los hijos de Adán. 
Los hemos llevado por tierra y por mar, les hemos proveído de cosas buenas y los 
hemos preferido marcadamente a muchas otras criaturas.» (CORAN 17:70). 
 
El hombre miró a 
través de esta ventana -la ventana abierta por los profetas- y lanzó una mirada 
a sus semejantes, a la familia humane diseminada por todo lo largo y ancho del 
mundo. Esto le capacitó para mirarlo como una sola familia, como si fuera una 
sola alma, originada a partir de los mismos padres. Los hombres fueron vistos 
como una hermandad a la luz de la enseñanza profética, siendo el más digno de 
afecto a los ojos de Dios aquel que fuera el más benevolente hacia la familia de 
Dios. Esta enseñanza también capacitaba al hombre a sentir que los miembros de 
la raza humane eran lo mismo que los miembros de su propio cuerpo, de modo que 
cualquier sentimiento de dolor en uno causaba automáticamente que el dolor se 
sintiera en el otro. Más aún, capacitó al hombre para ver que todas las 
distinciones entre los distintos miembros de la familia humane basados en el 
color, territorio, nacionalidad o posesiones materiales, son un legado de 
ignorancia: pues el hombre oyó al noble Profeta decir a su Señor en la oscuridad 
de la noche: «Testifico que todas las criaturas son hermanas», y también le oyó 
proclamar a plena luz del día, ante una enorme multitud de gente: «¡Oh hombres!, 
todos vosotros venís de Adam y Adam vi en e del barro. No hay superioridad para 
un árabe sobre uno no árabe; ni para uno no árabe sobre un árabe, ni del negro 
sobre el blanco, ni del blanco sobre el negro, excepto en virtud de su piedad.» 
Como Dios dice: «¡Hombres! Os hemos creado de un varón y de una hembra y hemos 
hecho de vosotros pueblos y tribus, para que os conozcáis unos a otros. Para 
Allah, el más noble de entre vosotros es el que más Le teme.» (CORAN 49:13).
 
Todos los 
profetas en sus respectivos tiempos y climas, y el profeta Muhammad al final de 
todos ellos, se esforzaron para purificar al hombre, para movilizar al máximo 
sus capacidades inherentes, que ninguna otra cosa, ni la filosofía ni la 
psicología ni ninguna otra rama del conocimiento, han sido capaces de hacer.
 
De hecho, estas 
ramas del saber no han sido capaces de abarcar las dimensiones de sus 
capacidades. Los profetas no sólo despertaron y movilizaron estas capacidades, 
sino que además intentaron organizarlas y orientarlas para el bien del individuo 
así como para el bien de la humanidad en conjunto. 
 
Los profetas 
hicieron surgir en el hombre un agudo deseo por buscar la complacencia de Dios, 
por buscar una relación de intimidad con la divinidad. Inspiraron al hombre a 
obedecer y amar a Dios, y a amar a sus criaturas y a servirlas: librarlas de 
toda desdicha que pudiera acaecerles y proveerlas con todo lo que es conducente 
a su felicidad y bienestar, incluso a costa de uno mismo. Las enseñanzas 
proféticas despertaron en el hombre las emociones de amor, nobles inclinaciones, 
delicadeza de sentimientos e imaginación. Dieron al hombre los ideales de pureza 
del alma, nobleza de conducta, grandeza de conducta, grandeza de espíritu e 
independencia de la fascinación mundanal, así como sublimidad de pensamiento y 
aspiración. 
 
Estas enseñanzas 
crearon en el hombre un anhelo por Allah, inyectaron en él una fe vigorosa, y le 
proporcionaron conocimiento de Dios, que no era asequible en ningún otro sitio. 
Para resumir, el hombre mismo fue el punto central de la actividad de los 
profetas, el terreno en el que sembraron nobles semillas, y de las que maduró 
una abundante cosecha. 
 
Los profetas del 
Este no se ocuparon de descubrir, acaparar y utilizar las fuerzas que se 
encuentran en el Universo, ni inventaron herramientas ni maquinarias. Su 
atención permaneció enfocada en inspirar al hombre con buenas intenciones, en 
crear en él una firme decisión de vivir bien y hacer el bien. En cuanto a la 
riqueza natural e industrial, son obviamente dependientes y están al servicio de 
la voluntad y la dirección humanas. Por tanto, siempre que el hombre está bien 
dirigido y tiene una voluntad de servir a una cause grande, se arregla para 
lograr sus objetivos con la ayuda de cualquier herramienta que le sean 
asequibles en ese lugar determinado y ese tiempo particular. Incluso si esas 
herramientas son groseras y de una naturaleza primitiva, la determinación de 
alcanzar su mete las trace serviciales. En verdad, si hay sinceridad de 
propósito y seriedad, uno puede alcanzar más grandes logros a pesar de recursos 
escasos, y herramientas e instrumentos ineficaces, que los que pueden alcanzar 
aquellos que no tienen sinceridad de propósitos incluso si ellos poseen 
tremendos recursos. La razón de esto, es que cuando hay una voluntad fuerte y 
sincere, se descubre de algún modo lo desconocido, los recursos se hacen 
asequibles, las dificultades se superan, y el hombre se trace camino incluso 
sobre las montañas o a través de los mares. Por otro lado, si no hay un fin más 
elevado en mires o determinación de servir, los recursos son malgastados, y los 
esfuerzos de los inventores de las herramientas, y de los hábiles trabajadores, 
todas se quedan en nada. No es mi deseo menospreciar el valor del conocimiento o 
de los instrumentos y máquinas inventadas por el hombre para servir a sus fines. 
Sin embargo, me gustaría insistir en que estos no son tan indispensables en 
comparación con algunos de los más elementales pero fuertes impulsos del hombre. 
Cuando, por ejemplo, un hombre está muriendo de hambre o de sed, o cuando el 
amor se desborda en el corazón de una madre, o cuando un amante es traspasado 
por el anhelo, la intensidad del sentimiento mismo les impele a encontrar un 
camino para satisfacerlo y completarlo. 
 
El papel de los 
profetas ha sido situar ante el hombre el tipo adecuado de objetivos, y así 
incendiar en él el entusiasmo y devoción necesarios para alcanzarlos. Una vez 
que este entusiasmo y devoción por el bien están presentes, los hombres 
encontrarán sus propios caminos de auto-realización, incluso con la sola ayuda 
de recursos limitados y herramientas primitivas, del mismo modo que un hombre 
sediento o una madre abrasada de amor por su hijo es llevada a encontrar los 
medios de llevar a cabo tal necesidad. Fue esta misma intensidad y sinceridad de 
deseo la que condujo al descubrimiento de los medios efectivos de cumplir esos 
nobles objetivos que fueron dados al género humano en su forma más perfecta por 
el último de los santos profetas. Y eses medios fueron suficientemente efectivos 
como para llevar hacia adelante a la civilización y proporcionaron al hombre el 
máximo solaz y confort, honor y dignidad. Ciertamente suficiente, éste era de un 
modelo comparativamente simple, vacío de toda complicación y complejidad. Y, sin 
embargo, contenía poderosas semillas y un rico terreno para el buen crecimiento 
y expansión en el futuro. 
 
En cuanto al 
Oeste, empezó a despertar alrededor del periodo del tiempo conocido como la Edad 
del Renacimiento. En ese estadio, debido a un cierto número de razones -el 
debilitamiento del lazo de los valores religiosos y morales como resultado de la 
tergiversación de la Iglesia, la presión de los factores económicos y políticos, 
la lucha por la vida que las diversas naciones europeas habían encontrado dentro 
del área limitada de Europa, con todos los problemas que de ello se derivaron- 
la atención del Oeste se volvió desde el hombre en si mismo a su estructura 
física externa o a su entorno; desde el alma del hombre al Universo, desde el 
corazón humano al mundo físico, y por consiguiente a ciencias tales como la 
física, la química, la astronomía, las matemáticas, etc. Y es la ley de Dios que 
El da a cada hombre aquello por lo que se esfuerza. Como dice en el Corán: «A 
unos y a otros, a todos, les concederemos en abundancia de los dones de tu 
Señor. ¡Los dones de tu Señor no se niegan a nadie!» (CORAN 17:20). 
 
El Oeste empezó 
a dar grandes pasos en las ciencias naturales, descubriendo un secreto de la 
naturaleza tras otro, logrando un éxito tras otro, hasta que alcanzó su presente 
nivel de logros, impensable en el pasado. Esto no necesita mayor explicación 
especialmente aquí en este lugar que es acertadamente considerado como u no de 
los pioneros del saber moderno y de la civilización occidental; y en esta 
Universidad, donde tengo el honor de dirigirme a ustedes, ha continuado, como en 
tantas otras Universidades similares de Europa, el avance de la ciencia moderna 
y el descubrimiento de los medios para esos asombrosos logros en los campos de 
la ciencia y la tecnología que son una bendición de Dios, y cuyo valor no 
debería ser menospreciado. Estos recursos eran de la naturaleza de un «medio», 
de un instrumento. Todo esto trajo abundante riqueza, tremendo poder y energía y 
pasmosa velocidad, hasta tal punto que incluso considerablemente menos que esto 
hubiera bastado para el bienestar del género humano para el establecimiento de 
la paz mundial, para la extensión del amor y la unidad, y para el mutuo 
conocimiento y cooperación entre las diversas ramas de la familia humana 
desparramadas por todo el globo. Podría haber apartado las barreras que separan 
a los hombres entre si, de modo que pudieran extender la mano de la cooperación, 
la benevolencia y la simpatía a sus semejantes en el más remoto rincón del 
mundo; de modo que pudieran escuchar el latí de sus corazones y los susurros de 
sus almas, ver sus rostros y oír sus palabras, oponerse al malhechor y ayudar al 
equivocado, alimentar al hambriento y ayudar a los que están en desgracia. Pues 
todos los factores obstaculizadores, que eran el resultado de la ignorancia del 
hombre y de su debilidad, y habían plagado la vida del hombre en el pasado, se 
habían ido. Toda clase de instrumentos y máquinas fueron producidas a fin de 
ayudar al hombre a realizar sus objetivos tan rápidamente como fuera posible, 
para no dejar ninguna excusa para ningún buscador de la virtud, para ningún 
amante de la humanidad y para ningún abanderado de la paz, ni individuo, ni 
sociedad, ni estado. 
 
Estos recursos 
fueron suficientes para transformar este mundo que está tan lleno de errores y 
peligros y sufrimientos en el paraíso en el que no hubiera dificultad, ni temor, 
ni sufrimiento, ni guerra y enemistad, ni pobreza, ni más enfermedad. Pero, ¿se 
realizó todo esto? ¿Acaso nos hemos librado del temor y la ansiedad? ¿Acaso 
terminaron la pobreza y la miseria? ¿Cesaron acaso de existir el error y la 
tiranía? ¿Han prevalecido acaso la paz y la hermandad? ¿Se ha propagado la 
confianza? ¿Ha sido desechado de la existencia el espectro de la guerra? No es 
necesario que espere una respuesta. Pues esta gran civilización ha sido testigo 
de dos grandes guerras en escala global, y ha compartido las consecuencias y 
sufrimientos. Todos nosotros estamos viviendo en la Era Atómica, y los 
pensadores han escrito virtualmente librerías enteras de libros que retratan la 
testarudez de esta civilización, y la miseria de los seres humanos que están 
sujetos a ella, apuntando la relajación de la moral y la pérdida de los lazos 
sociales, la desintegración de la familia, el crecimiento de las tensiones 
mentales y la ansiedad, el predominio del temor y la ansiedad, como siniestros 
adelantos en la vida del hombre moderno. 
¿Qué ha llevado 
a estos resultados? Los recursos mismos son obviamente inocentes, cuando los 
instrumentos y máquinas producidas por la moderna civilización eran susceptibles 
de ser usadas para el bien del género humano, pues ellos no tienen voluntad o 
dirección propia. 
 
La respuesta a 
esto no es un secreto, ni requiere inteligencia extraordinaria. La causa de 
todas estas desgracias es que el hombre mismo no ha sido capaz de seguir el paso 
del progreso de las ciencias. Sus intenciones, tendencias e inclinaciones no han 
hecho el mismo progreso que el hecho por los instrumentos y máquinas. 
Verdaderamente, se podría decir que las ciencias han progresado a costa del 
hombre y su moral, y al costo de su alma y de su corazón. La razón de esto es 
que desgraciadamente el Oeste a confinado su actividad y dedicado toda su 
inteligencia y su fuerza de voluntad al mundo externo. El Oeste concentró todos 
sus esfuerzos sobre el mundo exterior, apartando su atención del hombre en si 
mismo, que es el alma misma del Universo y la obra maestra de la Creación. 
Incluso cuando ha prestado alguna atención al ser interno del hombre, su enfoque 
estaba tenido por craso materialismo, que hacia imposible el sumergirse en las 
profundidades de la realidad interior del hombre, llegar a entender los hechos 
sólidos de la vida interior, y apreciar la fe y la creencia y la moralidad. 
Tampoco podía aclarar la fuente que guía al hombre y le inspira hacia el bien: 
su corazón, en cuya salud se apoya la salud de su vida entera. 
 
Desgraciadamente, aunque el Oeste quiera aprovechar el corazón y guiar por él a 
la humanidad, no serل capaz de hacerlo, pues ha perdido la llave que podría 
abrir esta cerradura. Y por impresionantes que puedan ser las industrias del 
Oeste, por finos que sean sus productos, y por grande que sea el genio de las 
gentes del Oeste, siguen siendo incapaces de abrir o romper la cerradura, y la 
única llave que se le puede aplicar es la «Fe». Esta llave -la llave de la Fe- 
que la humanidad obtuvo de los profetas, ha sido perdida, o yace enterrada entre 
los pesados fardos de la civilización moderna o los escombros de los antiguos 
centros religiosos. 
La aflicción de 
la humanidad yace en la separación 
entre el Oeste y el Este, en la separación entre el conocimiento y la Fe, una 
separación que ha llevado a grandes desastres en el pasado. La Fe ha dado 
grandes pasos y ha crecido por largas eras en el Este, mientras que en siglos 
mلs recientes, el conocimiento ha dado grandes pasos y ha crecido en el Oeste. Y 
la Fe continúa esperando la compañía de la ciencia, mientras la ciencia sigue 
esperando someterse a la, guía de la Fe, y la humanidad está esperando a que las 
dos se reúnan y cooperen con la otra a fin de producir una nueva generación, y 
no puede haber esperanza de paz y verdadera felicidad sin esta bendita 
cooperación entre la Fe y la ciencia. 
 
En cuanto al 
Este, amigos del Oeste, no consiste en «petróleo», el oro negro que transportáis 
a vuestros respectivos países y allí lo usáis para mover aeroplanos y 
automóviles.  La riqueza real del Este es esa Fe que brotóَy floreció allí. 
Ya os habéis beneficiado de algo de esta riqueza al principio de vuestra Era 
Cristiana. También de nuevo en las primeras décadas del siglo séptimo D.J. el 
mismo tesoro de riqueza apareció otra vez, en el perdido desierto de Arabia, y 
explotó con una fuerza y una velocidad sin precedentes en la historia humana. 
Brotando de un remoto valle en Meca, alcanzó inmediatamente los limites más 
lejanos del mundo conocido, derramando sus bendiciones por todas partes y 
refrescando, revitalizando y enriqueciendo todos y cada uno de los rincones del 
mundo, tanto que la tierra entera floreció con una completa vida nueva. Puede 
seguir siendo apropiada y utilizada si hay buenas intenciones y valor creativo, 
sigue siendo capaz de superar todos los problemas con que nuestra civilización 
moderna se confronta, y puede inyectar vigor nuevo y vitalidad en nuestra 
presente civilización, dándole un nuevo plazo de vida proveyéndole de un nuevo 
sentido de propósito
y renovando su mensaje, y reorientando los 
instrumentos e instituciones de la ciencia y la tecnología hacia propósitos 
dignos. Esto puede conducir a trascendentales resultados, y a la creación de una 
nueva sociedad para los mejores intereses del hombre, la sociedad que la era 
presentó está anhelando. Sobre vosotros, que pertenecéis a este gran paيs, recae 
una gran responsabilidad, pues habéis sido los pioneros de la moderna 
civilización del mundo, y vuestra vida nacional sigue aْn hoy, hirviendo de 
energía y bullendo de vitalidad. 
 
El Corán se 
dirige a todos vosotros, diciendo: «¡Gente de la Escritura ! Nuestro Enviado ha 
venido a vosotros, aclarándoos mucho de lo que de la Escritura habíais ocultado 
y revocando mucho también. Os ha venido de Allah una Luz, una Escritura clara, por 
medio de la cual Allah dirige a quienes buscan satisfacerle por caminos de paz y 
les saca, con Su permiso, de las tinieblas a la luz, y les dirige a una vía 
recta.» (CORAN 5:15-16). 
 
	
 
Esta es una 
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