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				Filósofos Andalusíes 
				  
  
AL-BAKRÎ 
Ibn 
Rushd (AVERROES)   
IBN TUFAYL 
  
 
  
  
AL-BAKRÎ 
  
Abû ‘Ubayd ‘Abd 
Allâh ibn ‘Abd al-‘Azîz ibn Muhammad al-Bakrî. 
Geógrafo, 
filósofo y erudito. 
Nació en Saltés 
en 1014. 
		    
  
  
  
Su abuelo Muhammad, 
gobernador de la kûra de la Lebla, se declaró independiente hacia el año 1011. 
Su padre ‘Abd al-‘Azîz, sería desposeído por Al-Mu’tadid, rey de Sevilla, del 
territorio de Lebla, retirándose a Córdoba, ciudad que daba asilo a todos los 
príncipes destronados y que habían adoptado, como fórmula de gobierno, una 
administración republicana provincial y municipal, regida por Abû-l-Hazm ibn 
Yahwar, antiguo guarda-sellos de los últimos califas. 
  
Fue en Córdoba donde 
al-Bakrî paso sus primeros años, conociendo por estas fechas a Ibn Hayyân. Su 
estancia en esta ciudad le valió el sobrenombre de Cordobés (al-Kurtubî). 
  
A la muerte de su 
padre se trasladó a la fastuosa corte de Almería, cuyo príncipe Al-Mu’tasim 
realizaba una labor de mecenazgo hacia todos los poetas y artistas de su reino. 
Más tarde Al-Bakrî pasó a Sevilla, donde permaneció al lado del rey-poeta al-Mu’tamid. 
  
Al-Bakrî profesaba 
un gran cariño a los libros, contándonos Ibn Bashkuwâl que tenía la costumbre de 
envolverlos en seda, como muestra del afecto que le merecían. Cuéntase también 
de él, que era muy aficionado a la bebida, refiriendo algunos de sus biógrafos 
que su cabeza nunca se hallaba libre de los sopores del vino. 
  
Esta afición por el 
vino y las fiestas se refleja en algunas de sus composiciones poéticas, como 
ésta, traducida y amoldada al verso castellano por Varela: 
  
Casi no puedo 
aguardar 
que el vaso 
brille en mi diestra, 
beber ansiando el 
perfume 
de rosas y de 
violetas. 
Resuenen, pues, 
los cantares; 
empiece, amigos, 
la fiesta, 
y de oculto a 
nuestros goces 
libre dejando la 
rienda, 
evitemos las 
miradas 
de la censura 
severa 
para retardar la 
orgía 
ningún pretexto 
nos queda, 
porque ya viene 
la luna  
de ayunos y 
penitencias, 
y cometer gran 
pecado 
cuantos entonces 
se alegran. 
  
Un hecho paradójico 
en la obra de Al-Bakrî es la circunstancia de que nunca salió de Al-Andalus, por 
lo que su obra geográfica no puede ser sino recopilaciones, valiéndose de 
numerosas fuentes, sobresaliendo su curiosidad y sus dotes de ordenación, que 
hacen de él uno de los principales geógrafos de Al-Andalus. 
  
Entre sus numerosas 
obras descuella, por su importancia, su Libro de los reinos y de los caminos
(Kitâb al-Mamâlik Wa-l-majâlik), de la que sólo conocemos algunos 
fragmentos. 
  
El Mamâlik es 
la obra geográfica general, que comienza con la Creación como alegoría, y trata 
de los países del mundo a base del esquema de su historia, clima, recursos 
naturales, costumbres, carreteras, ciudades, provincias y monumentos, de la cual 
sólo nos ha llegado la parte que trata del norte de Africa, algunos fragmentos 
de A-Andalus y Europa incluyendo a los países eslavos, para cuya descripción se 
valió de la relación de viajes del judío Ibrahîm ibn Ya’kûb de Tortosa, del 
siglo X. 
  
La parte que trata 
de Europa y Al-Andalus comienza hablando de los diversos nombres con que era 
conocida la Península: Iberi, Baetica, Al-Andalus (en un principio, con este 
nombre, Al-Andalus, se quiere señalar la zona más occidental, que era 
como se denominaba al antiguo Imperio visigótico, que se extendía desde el sur 
de Francia al norte de Africa; a esto sigue una referencia a seis provincias 
políticas y administrativas, incluyendo sus principales ciudades). Menciona a 
Galicia, refiriéndose a algunos de sus reyes y sus relaciones con los andaluces 
islamizantes; describe a los gallegos como habitantes de una tierra árida, 
son traidores, sucios, y se bañan una o dos veces al año, y ésas con agua fría. 
Nunca lavan la ropa hasta que son inservibles, porque dicen que la suciedad 
acumulada por efecto del sudor suaviza su cuerpo… Después de hacer un amplio 
recorrido por Bretaña, continúa hablándonos de las montañas de la Península y de 
sus múltiples ciudades: Toledo, Tudela –en la que vivía una mujer con barbas 
como las de un hombre-, Bobastro, Barcelona, Córdoba y su gran mequita, Sevilla, 
Algeciras… La parte que trata de Al-Andalus termina con una sección que toca el 
tema de la silvicultura, minerales y piedras preciosas. 
  
Referente a Europa, 
de la que trata el resto del texto, se detiene a describirnos a los extranjeros 
y sus países: cristianos trinitarios del norte de la Península, turcos, 
lombardos, ingleses, rusos, búlgaros… Prosigue con un breve resumen del país 
de los romanos  y de las diversas islas del mediterráneo; describe los 
desfiles del emperador de Bizancio hasta la catedral de Constantinopla, y 
continúa con la ciudad de Roma, su situación, y la primitiva basílica de San 
Pedro. Nos habla de algo de la  historia y religiones de los romanos, 
haciéndonos notar que se afeitaban la barba y consideraban cristianos a los que 
no lo hacían. En Chipre, dice que se practicó la idolatría en la Antigüedad, 
aunque no menciona que fue ocupada por los andaluces expulsados de Córdoba tras 
la fallida revuelta contra el emir Al-Hakam I; que Creta tomó su nombre de un 
mago, que Sicilia tenía una gran riqueza agrícola, un terrible volcán y minas de 
fósforo, y Ens. Antigüedad estuvo habitada por caníbales. Así, hasta hacer un 
amplio recorrido por las islas del Mediterráneo. 
  
Al-Bakrî hubo de 
consultar la parte geográfica de las Etimologías de San Isidoro, ya que 
algunos pasajes de su obra son parecidos al dell arzobispo de Sevilla. Por 
ejemplo, en la descripción que hacen ambos de las islas afortunadas (Canarias): llamadas así porque sus bosques y arboleda 
se componen únicamente de árboles que producen frutos magníficos y excelentes, 
sin tener necesidad de ser plantados o cultivados. Allí la tierra produce 
cereales en lugar de berzas, y en vez de cardos, plantas aromáticas de todas 
clases. Estas islas situadas al occidente de Berbería, están diseminadas en el 
Océano, a poca distancia unas de otras. 
  
Otra obra geográfica 
de Al-Bakrî es un Diccionario de nombres difíciles (<<Mu’yâm mâ 
ista’yâma>>, que literalmente significa <<Alfabeto de lo que es poco 
conocido>>). Consiste en un vasto repertorio de topónimos, en su mayoría 
referentes a Arabia, precedido de una introducción sobre la geografía antigua de 
aquella península. Dozy resalta lo verídico y exacto de los datos de la obra, 
donde el autor indica los límites de la Arabía y sus provincias, las tribus que 
la habitaban, etc. 
  
Existe como muestra 
de esta obra un ejemplar de dos volúmenes en la biblioteca de Leyden, oro en la 
biblioteca Ambrosiana de Milán, otro en el Museo Británico, en Constantinopla y 
en la mezquita de Túnez. Esta obra fue publicada etnográficamente por Wüstenfeld, 
en 1875. 
  
Escribió igualmente 
obras de carácter filológico, realizando algunos comentarios a varias obras, 
principalmente Shark kitâb Al-anthâl¸de Ibn Sallâm, y Al-‘alî fî Shark 
al-amâlî, de Al-Kâlî. El objetivo de Al-Bakrî sería comentar dichas 
obras, rellenando las lagunas en los casos en el que el significado no estaba 
claro, explicando las expresiones poco comunes, y haciendo las narraciones 
necesarias; de hecho, criticó la obra de Al-Kâlî, por su fallo al no 
proporcionar suficientes ejemplos para hacer el trabajo más lúcido y preciso. 
  
		    
  
												
                                              
 
  
  
		    
  
Ibn Rushd (AVERROES)  
  
		    
  
  
  
Abû-l-Walid 
Mohammad ibn Ahmâd ibn Rushd.  
Filósofo, poeta, jurisconsulto y astrónomo.  
Nació en Córdoba en 1126. Murió en Marrakesh el 10 de Diciembre de 1198. 
		    
  
  
  
Su nombre fue deformado por los 
copistas cristianos, derivando Averroes  de Abenroxd (Ibn Rushd), que significa 
el nieto, para distinguirle de su abuelo del mismo nombre.  
  
             Nació en Córdoba 
de una distinguida familia. Su abuelo fue juez mâlakî de esta ciudad, y su mismo 
padre fue un hombre también culto y versado. Recibió una esmerada educación, que 
principió desde el mismo seno de su familia, estudiando las diferentes ciencias 
del Dîn del Islam –estudios coránicos, Hadiz, Fiqh ,y todo el conocimiento 
relacionado con el saber mas intimo del Islam,  rama del saber en la que se 
mostró como un destacado alumno-. No obstante, sus logros más importantes, y por 
los cuales verdaderamente se le conoce, se producen en el campo de la medicina y 
de la filosofía. Pero lo más destacado de este primer período es que prosiguió 
la tradición jurídica de la familia, alcanzando desde muy joven fama de gran 
jurisconsulto con su obra Punto de partida del jurista supremo y de legado del 
jurista medio.  
  
             Escribió un gran 
número de obras filosóficas, algunas de las cuales fueron conocidas en Occidente 
a través de sus traducciones al latín, más aparte de todo ello, dejó a su muerte 
un gran legado, conocido por averroísmo en la Europa del siglo XIII. 
  
             A menudo es 
reconocido bajo el sobrenombre de shârih (comentarista), por haber compendiado, 
explicado  comentado las siete obras de Aristóteles, por quien Ibn Rushd 
demostró una profunda admiración, pues le consideraba como una eminencia que 
había alcanzado la verdad absoluta. Este entusiasmo que demostró a través de 
toda su obra, contribuyó a mantener vivo el aristotelismo en un momento de la 
historia en que los estudiosos aristotélicos comenzaban a declinar en el resto 
del mundo musulmán. 
  
             El revivir de la 
filosofía en Al-Andalus coincidió con la aparición de gobernantes almohades 
cultos, que mostraron un gran interés por la filosofía. Sin embargo, los 
eruditos andaluces adolecieron de una gran timidez a la hora de adentrarse en el 
vasto mundo de la filosofía, e incluso el mismo Ibn Rushd hizo gala de ella 
cuando, en 1169, fue presentado por su amigo Ibn Tufayl a Abû Ya’kûb Yûsuf, 
gobernante versado en la filosofía e interesado en que  nuestro filósofo fuera a 
engrosar las filas de su séquito de eruditos. Es Al-Marrâkushî quien nos relata 
el encuentro y el temor que mostró nuestro autor en ésta su primera intervención 
ante el califa: 
  
             Cuando estuve en 
presencia del Príncipe de los Creyentes, Abû Ya’kûb, lo hallé sólo con Abû Bakr 
ibn Tufayl. Este comenzó a elogiarme, mencionando a mi familia y antepasados, e 
incluyendo en su relación hechos superiores a mis propios méritos. Tras 
preguntarme mi nombre, el de mi padre, y mi genealogía, lo primero que me dijo 
el Príncipe de los Creyentes fue: ¿Qué opinan del cielo?  -refiriéndose a los 
filósofos- ¿es eterno o creado? La confusión y el miedo se adueñaron de mí, y 
comencé a inventar excusas y a negar que alguna vez me hubiese interesado la 
filosofía, pues no sabía lo que Ibn Tufayl le había contado al respecto. Pero el 
Príncipe de los Creyentes comprendió mi miedo y mi confusión y, volviéndose a 
Ibn Tufal, comenzó a hablar de lo que me había preguntado, mencionando qué había 
dicho Aristóteles, Platón y todos los filósofos y presentando además las 
objeciones de los pensadores musulmanes contra ellos; y me di cuenta que tenía 
tal memoria como no creí pudiera ser hallada incluso entre aquellos que se 
dedican exclusivamente a ese tema. Continuó tranquilizándome de este modo hasta 
que hablé y expuse lo que pensaba del tema; y cuando me retiré ordenó me 
hiciesen un donativo en dinero, unas magnificas vestiduras de gala y un corcel.
 
  
             Con esta 
presentación ante el Califa, comenzó una brillante carrera filosófica para Ibn 
Rushd, pues el mecenazgo de Ya’kûb le valió la publicación de su pensamiento 
filosófico en treinta y ocho obras. Asimismo, esta gran amistad le elevó al 
cargo publico de juez de Sevilla en 1169, al de juez principal de Córdoba en 
1171, y al de médico de la corte en 1182. 
  
             Cuando murió Abû 
Ya’kûb, Ibn Rushd gozó de la protección y apoyo de su sucesor, Abû Yûsuf, hasta 
1195, año en que el califa, aconsejado y presionado por los doctores mas  
ortodoxos, que veían en la filosofía un peligro para el Dîn (Camino del Islam), 
publicó un edicto contra los cultivadores de ésta. Ibn Rushd fue condenado en la 
Mezquita por la inmensa mayoría de los doctores, siendo privado de sus honores y 
viendo cómo sus obras eran quemadas en la plaza pública. Así pues fue convicto 
de herejía, lo que le supuso la marcha a un duro exilio en Lucena, localidad 
cercana a Córdoba; el destierro duró tres años, al cabo de los cuales el califa 
revocó el mandato y le llevó junto a él a Marrakesh, donde pocos meses después 
falleció. 
  
             Su cadáver, 
enterrado primeramente en el cementerio de la puerta de Tagazut, fue trasladado 
a Córdoba, al panteón familiar; Ibn Al-‘Arabî presenció su traslado y dice que 
cuando fue colocado sobre una bestia de carga el ataúd que encerraba su cuerpo, 
pusiéronse sus obras para que sirvieran de contrapeso en el costado opuesto.
 
  
             Los puntos más 
relevantes de su filosofía quedan claramente expuestos en su Gran Comentario de 
Aristóteles, obra que fue compuesta en la segunda mitad del siglo XII. Ha 
llegado a nuestras manos casi exclusivamente a través de versiones latinas o de 
principios de siglo XVI, lecturas que han sido realizadas sobre traducciones 
hebraicas; por su parte, el texto de Aristóteles, en el cual se funda el 
Comentario, es una interpretación árabe de una traducción siria del original 
griego. 
  
             En el primer grupo 
de comentarios se sigue el texto original griego de un modo fidedigno, 
habiéndosenos llegado tan sólo de este primer apartado los comentarios sobre las 
Segundas Analíticas, sobre la Metafísica, el Alma y el Cielo. En el segundo 
grupo, los comentarios son más breves y  no cita por entero el texto originario 
de Aristóteles. Por último, en el tercero, Ibn Rushd no reproduce el texto 
aristotélico sino libremente resumido. 
  
             El Aristóteles de 
Ibn Rushd está visto a través de la escuela alejandrina, especialmente de 
Alejandro de Afrodisia y del sistema emanatista neoplatónico. Los puntos 
fundamentales de esta obra, por su tremenda influencia ejercida sobre la 
Escolástica de los siglos XIII y XIV –que desembocaría en la creación del 
movimiento filosófico conocido por averroísmo-, serían los siguientes: Allah, 
para Ibn Rushd como para Aristóteles, es puro acto y no conoce más allá de lo 
que es necesario, universal e inmaterial, causado por El, y no ya las cosas 
singulares de este mundo, que existe ab aeterno  y que no es gobernado por su 
providencia, pues entonces ésta sería la responsable del mal del mundo. Nos 
hallamos, pues, ante un respetuoso destierro de Allah del mundo. 
  
             Así  mismo, tanto 
el intelecto activo como el pasivo, enunciados por Aristóteles, son separados 
del alma individual y forman un solo intelecto común a todos los hombres. El 
alma intelectiva no se multiplica con los cuerpos humanos, sino que es 
numéricamente una  y el hombre pertenece a su especie gracias al alma sensitiva; 
por lo tanto, la unión del alma intelectiva y del cuerpo no da al hombre una 
nueva unidad.  El alma intelectiva es  no una forma sustancial del cuerpo, sino 
una forma separada de los individuos inmaterial, eterna, única para toda la 
humanidad, y en contacto con las imágenes y los recuerdos del alma individual 
sólo para ejercitar sus actos intelectuales y guiarle. 
  
             Si las personas 
difieren entre ellas por su inteligencia y doctrina, la suma de las cogniciones 
intelectuales permanece constante en el mundo, puesto que los conocimientos 
científicos son eternos no generales ni corruptibles en sí mismos El alma, pura 
sensibilidad animal y corruptible,  muere, pues, con el cuerpo; de modo que no 
hay inmortalidad personal ni responsabilidad moral alguna Siendo el intelecto 
humano activo uno para toda la humanidad, una razón impersonal brilla en el 
culmen de aquella y sólo ésta posee  la inmortalidad ya antes referida. 
  
               La Humanidad y 
la Ciencia son eternas, pero las almas humanas no sobreviven en este intelecto 
fundidas con él y siguiendo su destino. En esta doctrina filosófica, casi de 
panteísmo idealista, se admite la posibilidad del conocimiento místico intuitivo 
de Allah, que se convierte en la suprema beatitud que el hombre puede logra en 
esta vida. 
  
             No obstante, Ibn 
Rushd mantiene la doctrina de la inmortalidad personal aunque exclusivamente por 
el camino del Îmân (Facultad del corazón de intuir a Allah y abandonarse a Él), 
dando con ello origen a un dualismo de conocimientos divino: mediante la via 
philosophiae de un lado y de la verdad revelada o veritas, por el otro. 
  
             Otro de sus 
postulados famosos es aquél según el cual ha estado el mundo moviéndose 
eternamente y tiene un Eterno Movedor (muharrik), a quien el llama Allah. 
Siguiendo con sus postulados, vemos que materia y forma son inseparables, 
excepto para la mente, y hay una jerarquía que abarca a todos los seres y formas 
existentes. La materia se halla en constante movimiento,  mientras que el 
intelecto permanece inmóvil y se percibe a sí  mismo. 
  
             Pero creemos que 
su principal contribución a la filosofía se halla en la defensa que de este 
ejercicio hace con una convicción y claridad sin precedentes, aunque filósofos 
de la talla de Ibn Bâchchach, Ibn Tufayl y Maimónides lo hubieran intentado 
anteriormente, pero ninguno con su fluidez y belleza: 
  
             La filosofía es 
hermana de leche del Dîn (Camino del Islam). No contradice a la revelación 
(<<sharî’ah>>), sino que la confirma y, como tal, es tan válida como esta última 
para llegar a la suprema verdad.  
  
             Estas opiniones se 
encuentran cristalizadas en su Fasl al-makâl, Tahâful al-tahâful  y otros 
tratados. Nos dice: 
             Puesto que este 
Dîn es la verdad y llama al estudio que conduce al conocimiento de la Verdad, 
nosotros, la comunidad musulmana, sabemos con certeza que el estudio 
demostrativo no conduce a conclusiones en conflicto con lo que la Escritura  nos 
ha enseñado, ya que la verdad  no se opone a la verdad, sino que está de acuerdo 
con ella y le sirve de testigo.  
  
             Su Fasl al-makâl 
 o Armonía entre el Dîn (Camino del Islam) y la filosofía es una obra que no fue 
incluida en ninguna de las ediciones de las Opera Omnia, y permaneció inédita 
hasta 1859, en que el arabista alemán M. S. Müller publicó en Munich el texto 
original, según un manuscrito existente en la Biblioteca de El Escorial. De esta 
versión alemana, realizada en 1875, León Gauthier hizo una francesa (Alger, 
1905), y el P. Manuel Alonso, S.I., otra castellana (incluida en su obra 
Teología de Averroes, Madrid-Granada, 1947, pp. 147-200). Existe una versión 
hebrea medieval, que sigue inédita. 
  
             Se piensa que la 
obra se escribió en 1175 aproximadamente. En ella Ibn Rushd se propone inquirir 
si, según el Dîn (Camino del Islam) revelado, la especulación filosófica es 
lícita o está prohibida. Desea invalidar en esta obra, y lo consigue plenamente 
en su Destrucción de la destrucción, la campaña de Al-Gazâlî, quien, en nombre 
de la ortodoxia musulmana, había condenado el cultivo de la filosofía. Nuestro 
autor divide el tratado en tres partes: 
  
             En la primera, la 
fundamental, el problema queda resuelto afirmativamente, a base de textos 
coránicos que muestran cómo la revelación impone el estudio y la consideración 
de los seres existentes por medio del raciocinio intelectual. En cuatro 
corolarios, Ibn Rushd precisa: primero, que el estudio a que la revelación 
invita es la más perfecta especie de especulación, la cual se obtiene mediante 
la especulación apodíctica; segundo, que el recto uso de este género de 
demostración implica el cultivo esmerado de la lógica implica el estudio de los 
precursores, a saber, de los filósofos griegos; y cuarto que la demostración 
apodíctica está reservada a los espíritus superiores, en tanto que el común de 
los hombres se ha de contentar con pruebas dialécticas o, simplemente, 
retóricas. La conclusión final de esta parte es que, si la revelación aconseja 
la filosofía, hay que armonizar entre el Îmân (Facultad del corazón de intuir a 
Allah y abandonarse a ËL) y la razón. 
  
             La segunda parte 
resuelve los conflictos aparentes entre el Îmàn  y razón, como, por ejemplo, 
aquel conflicto existente entre el sentido literal de un texto revelado y una 
verdad apodícticamente demostrada, apelando a la interpretación alegórica o 
ta’wîl.  Mas nos encontramos con que no todo el Corán es susceptible de ser 
interpretado así. Hay partes que deben ser aceptadas en sentido literal y por 
fe; otras deben entenderse en sentido alegórico, y otras más poseen un doble 
sentido: literal y oculto, siendo este segundo sólo asequible a los filósofos 
mediante el uso de la alegoría, en tanto que el primero sirve perfectamente para 
inteligencias inferiores. 
  
             En la tercera 
parte, afrima Ibn Rushd que la filosofía resulta el camino que Allah brinda a 
los sabios para llegar a la verdad de la revelación, mientras que el camino 
retórico es el apropiado para el vulgo, y el dialéctico para los polemistas a la 
manera de los asaríes y los mutazilitas, dos sectas musulmanas. Así pues, Ibn 
Rushd distingue entre tres categorías perfectamente diferenciadas de individuos: 
la retórica, en la que entran la mayoría; la dialéctica, que es un campo expreso 
de los estudiosos del Islam, y la élite formada por los filósofos. Los que 
alegan que el empleo y estudio de la filosofía es una innovación (bid’ah), 
porque no ha sido algo corriente entre los primeros creyentes, deben admitir que 
el uso de la analogía (kiyâs) en la jurisprudencia es así mismo otra innovación, 
del mismo modo que la que cometieron los mutazilitas, los cuales, como ya hemos 
reseñado, introdujeron en el mundo islamizante la división y el odio a través de 
sus falsas interpretaciones alegóricas. 
  
             No obstante, Ibn 
Rushd tenía en todo momento presente al erudito musulman en general, y a 
Al-Gazâlî en particular, principal sabio islámico, cuyos escritos estuvieron 
prohibidos durante un largo período en Al-Andalus, y que fueron de nuevo vueltos 
a la luz pública con los almohades. Había escrito Al-Gazâlî su Tahâfut 
al-falâsifah (<<Destrucción de los filósofos>>), donde atacaba las pretensiones 
de los filósofos de abarcar disciplinas más allá de su competencia. Del mismo 
modo, criticó a todos aquellos que atribuían a al Islam lo que en realidad 
pertenecía a las ciencias especulativas del tipo de las matemáticas o la lógica. 
Es una obra que marca una etapa de pensamiento de Al-Gazâlî, quien, caído desde 
el escepticismo, se había precipitado al ascetismo y había abrazado el 
misticismo de los sufíes. 
  
             Veamos de modo 
desarrollado y detenido el proceso de refutación que lleva a cabo Ibn Rushd con 
respecto a Al-Gazâlî: 
  
             Al-Gazâlî no era 
un sabio apegado a la letra de la verdad revelada, como tampoco Ibn Rushd, 
aunque éste jamás se llegó a colocar fuera del islám, pues ambos estaban 
convencidos de que el Corán contiene la verdad suprema, y ambos afirmaban que 
había que comprender estos escritos sagrados, no sólo en un sentido puramente 
literal, sino en el figurativo, y es aquí donde difieren ambos, pues para 
Al-Gazâlî el sentido auténtico del libro sagrado se descubre por la vivencia 
mística, por la intuición del corazón, y para Ibn Rushd es por medio de la razón 
por donde se llega a la comprensión total del texto revelado. 
  
             En el escrito que 
ya hemos documentado sobre la consonancia entre la Din y la filosofía, explica 
Ibn Rushd que hay tres clases de hombres: los de  la primera, que son los más 
abundantes, sólo admiten pensamientos revestidos de conceptos tomados del mundo 
material; los de la segunda clase, que ceden ante las persuasiones, y el tercer 
grupo, que sólo se deja convencer por argumentos concluyentes. 
  
             Los escritos 
sagrados emplean un método de expresión que es válido para estos tres grupos de 
hombres. Para lograr esto, los escritos se cubren de conceptos imaginativos, y 
su contenido jamás están en contradicción con la verdad resultante de los 
principios convincentes del pensamiento. 
  
             La aplicación de 
esta teoría le valió a Ibn Rushd la inmerecida fama de haber enseñado una doble 
verdad. Esta, que interpreta todo el mundo latino sería: a las multitudes 
ingenuas se les ha de hablar de religión, pero a los espíritus instruidos se les 
ha de descubrir la verdad científica. Esta dualidad de conocimiento divino fue 
formulado por Siger de Brabante y fue dada a conocer en la decadencia de la 
Escolástica y en el Renacimiento, intentándose a través de ella la defensa de 
los derechos de la razón sin renunciar, aparentemente, a la fe. 
  
             La línea de 
separación que se debería trazar entre la fe de un filósofo (Ibn Rushd) y un 
sabio familiarizado con la mística (Al-Gazâlî) es mucho más tenue: par Ibn Rushd 
el texto revelado es una especie de alegoría que  se tiene que interpretar de 
modo lógico y racional. Para Al-Gazâlî es un símbolo que se puede comprender con 
la razón, pero nunca llegar a sus últimas explicaciones. Por ello el creyente 
sin formación filosófica quizás pueda sacar más provecho de esta verdad revelada 
que el propio filósofo. 
  
             En aquella época 
existían en muchos filósofos ciertas tendencias racionalistas, que podían 
conducir al menosprecio del Dîn de la revelación. Un claro ejemplo sería Ibn 
Tufayl, su amigo y protector, que se  nos muestra en su novela utópica El vivo, 
hijo del vigilante, conocida en la Europa del siglo XVII, y que ejerció una gran 
influencia sobre determinadas sectas, entre ellas la de los cuáqueros, y tuvo un 
resonante eco en el Robinson Crusoe. Se trata de la historia de un muchacho que 
crece solo en una isla solitaria y descubre, gracias a la simple observación de 
la naturaleza, a la reflexión y a los ejercicios espirituales inventados por él 
mismo, las verdades más profundas, ocultas tras los símbolos de la religión 
revelada. 
  
             Contra tales 
tendencias filosóficas lucha Al-Gazâlî y  no sermonea, para ello, contra los 
filósofos desde el campo de la teología, sino que los combate en su propio 
terreno, utilizando las distintas doctrinas y enfrentándolas las unas a las 
otras para refutarlas. Llama a esto una destrucción de los filósofos. Ibn Rushd, 
le replica en su obra Destrucción de la destrucción y denota su amargura por lo 
ilícito de la actuación de Al-Gazâlî. 
  
             Existen estos 
escritos en traducciones hebreas y en una traducción latina inexacta de 
principios del siglo XIV. Ya hemos dicho que Al-Gazâlî, deseando reconstruir el 
Dîn (Camino del Islam), había atacado el racionalismo empezando por el principio 
de la causa. Precursor de Hume, había afirmado que percibimos la simultaneidad 
pero nunca casualidad, la cual no es más que la voluntad divina, que une, en 
relación de sucesión, a dos fenómenos. Las leyes de la naturaleza no existen o, 
en todo caso, únicamente expresan un hecho habitual, pues sólo Allah es 
inmutable. El hombre no llega a la perfección más que renunciando al ejercicio 
de sus facultades racionales. Es, pues, la obra de Al-Gazâlî, una destrucción de 
la filosofía y la ciencia en homenaje a la mística. 
  
             Ibn Rushd pone en 
evidencia, en su réplica, todo el veneno escondido en el libro de Al-Gazâlî, 
quien hacia responsable del alejamiento de toda religión a la ciega confianza en 
los grandes hombres como Sócrates, Platón e incluso el mismo Aristóteles. Ibn 
Rushd opone a  esto que el Din de los filósofos consiste precisamente en rendir 
a Allah el culto más sublime, es decir, el conocimiento de sus obras que conduce 
a reconocerle a El mismo en toda su realidad. Y ésta es a los ojos de Allah la 
acción más noble, mientras que la más vil sería la de tachar de error y vana 
presunción a quien le adora con esta forma de religión, que es la suprema. 
  
             En cuanto a las 
creencias populares sobre Allah, los Mala´ika (ángeles), etc., deben explicarse, 
según nuestro autor, en un sentido espiritual, y tienen como efecto inducir al 
hombre a la práctica de la virtud. Opina que, aunque el hombre comienza bebiendo 
de creencias generales, cuando logra una manera de pensar más personal, en lugar 
de despreciar todos y cada uno de los dogmas de las doctrinas en que puede haber 
sido educado, debe tratar de interpretarlos en su más noble sentido; y cuando se 
halle ante el dilema de que dos tipos de creencias religiosas se encuentran en 
competencia, debe optar por la más sublime. 
  
             Por otra parte, 
nos comunica que el Dîn (Camino del Islam ) no es una rama del conocimiento 
reducible a proposiciones dogmáticas, sino que es una fuerza personal interna 
propia de cada individuo; es una verdad individual distinta de la universal 
científica, aunque no le sea contraria. Así, pues, el Dîn (Camino del Islam)) es 
patrimonio de todos, pero la ciencia demostrativa lo es de unos pocos, capaces 
de vivir constantemente en el difícil mundo de las ideas. La teología, mezcla de 
ambas, es fuente de mal para las dos. 
  
             Así  mismo, uno de 
los problemas más debatidos entre los sabios del Isalm y filósofos es el que se 
refiere a si el  mundo ha tenido un comienzo temporal o no. Y vemos dos 
interpretaciones enfrentadas entre sí, que intentan solventar la cuestión. Por 
una parte, hallamos la versión coránica y bíblica de la creación del mundo, la 
cual nos plantea el tema como de pura causalidad. De otro lado, tenemos la 
griega filosófica, para la cual la relación entre el origen divino y el cosmos 
es de simultaneidad. 
  
             Los filósofos no 
discuten sobre la creación del mundo; ahora bien, su carácter de algo creado 
sólo implica dependencia en el ser, en el sentido de que si desapareciera el 
creador, desaparecería también lo creado, o sea, el mundo. Según esta opinión, 
el mundo tiene comienzo, pero el suyo no es un conocimiento temporal, sino 
jerárquico y lógico. 
  
             Frente a esta 
interpretación, el mito de la creación temporal del mundo señala una distancia 
inconmensurable entre lo perecedero y lo eterno. Tanto para el creyente como 
para el filósofo, la diferencia entre la realidad absoluta de Allah y la 
realidad relativa del mundo se expresa del modo en que todo es perecedero 
excepto el Creador. 
  
             Los filósofos 
aducían que no puede haber variación en la esencia divina: Allah es creador 
desde la eternidad, pues si el mundo hubiese sido creado en un momento 
determinado de la historia, Allah tendría que haber sufrido una transición desde 
la potencia al acto, lo cual es imposible, ya que su esencia es inmutable. 
  
             Al-Gazâlî opone a 
esto que no existe un tiempo anterior a la creación del mundo, sino que ha sido 
creado a la par que éste. Allah existe tal y como es desde la eternidad, al 
margen de todo el tiempo, y sus procesos cambiantes. Del mismo modo, existe el 
mundo y el tiempo, pero no hay nada en este  mundo que pueda afectar a Allah. 
  
             Desde su método de 
análisis y su concepción como musulman, los filósofos tienen razón al decir que 
Allah es creador desde la eternidad, pero que se equivocan al decir que el mundo 
ha sido creado desde la eternidad –según Al-Gazâlî-. Pero los teólogos, por su 
parte, están equivocados al adscribir al acto divino de la creación un momento 
dentro del tiempo pues con ello trasladan al mismo Allah a la dimensión 
temporal. No obstante, tienen éstos razón al hablar de un comienzo del tiempo 
mismo. Todo sería como sigue: 
  
             El comienzo como 
el fin del mundo no se pueden determinar en el tiempo están fuera de él, por lo 
que la duración del mundo es imprevisible. Pero, frente a la eternidad ad nunc 
divina, se convierte en un trecho limitado y finito. Esta es una comparación de 
tiempo y eternidad de la transición, en la que se iguala a una dimensión 
esencial con otra del mismo género, transición fuera del alcance de la 
dialéctica filosófica y de la sistemática teológica. 
  
             Ibn Rushd coloca 
su cosmología aristotélica frente a la concepción de que el tiempo ha sido 
creado y necesita un comienzo. El tiempo no es sino la medida del primer 
movimiento circular comprensivo del cielo, representando a su vez un estadio 
intermedio entre lo que es eterno y lo que es efímero. Movimiento que es 
expresión espacial del devenir que existe en la transición de la potencia que 
constantemente se transforma en acto tiene que ser, por esta misma causa, 
inagotable, o, lo que es igual, el mundo es perecedero en sus partes pero no en 
sus fundamentos. 
  
             La circunstancia 
de que el movimiento circular constante (que corresponde a la rotación de la 
tierra sobre su propio eje) sea atribuido a la bóveda exterior del cielo no 
perjudica la argumentación de nuestro Ibn Rushd; en el fondo mantiene su 
validez, si sustituimos el movimiento circular sideral por otro movimiento 
absolutamente constante, e infinito, así el movimiento de la luz, que desempeña 
el papel de tal constante en la astronomía actual. Ibn Rushd argumentaría así: 
la circunstancia de que el movimiento de la luz es siempre y en todas partes el 
mismo, demuestra que la materia de la cual procede es eterna. En realidad, no se 
puede demostrar la constancia absoluta de algún movimiento, ya que jamás vemos 
más allá de un segmento espacial y temporalmente limitado del cosmos. Su gran 
equivocación radica, pues, en extraer conclusiones sobre lo eterno, basándose en 
lo perecedero, como si no existiera otro acceso a lo eterno. 
  
             Al-Gazâlî había 
rechazado a priori toda la argumentación cosmológica poniendo en duda la propia 
ley de causa y efecto, pues, según él, Allah no está sometido a tal ley cuando 
actúa y puede hacer lo que auténticamente desea, y no está juzgando, como un 
místico, o sufí, sino que se remonta sencillamente a la teología clásica de 
Al-As’ârî, quien había desarrollado tal teoría hasta el punto del absurdo y 
llegar a la afirmación incomprensible de que el fuego no arde porque el arder le 
sea algo connatural, propio de su específica naturaleza, sino porque Allah, cada 
vez que quiere, crea el ardor en presencia del fuego. Ibn Rushd se subleva, ya 
que destrozar de este modo la ley de la casualidad equivale a negar toda 
consecuencia del pensamiento. 
  
             Al fin y al cabo, 
toda la discusión tiende hacia el problema de si el mundo es necesario o no. 
Para los filósofos es necesaria su existencia, ya que toda necesidad de menor 
categoría supone la necesidad de éste. Sin embargo, esta afirmación está en 
contradicción con la libre voluntad divina, pues Allah no está forzado a nada, 
ni a crear el mundo, ni a hacerlo tal y como es. Según Al-As’ârî, todas las  
posibilidades son iguales ante su voluntad; El elige lo que desea, sin tener en 
cuenta cuál tiene más ventajas sobre las demás. 
  
             Así pues, no 
parece haber un acuerdo claro entre la posición filosófica y la teológica en lo 
que atañe a la creación del mundo, y el papel que en ella juega un ser divino. 
La teodicea de la mística islámica logra salvar el abismo entre ambas 
concepciones. Para ésta, el mundo no es mas que una autorrevelación de Allah 
(<<tayâllî>>), según la expresión divina transmitida por el propio Profeta 
(<<hadîl kudsî>>): Yo era un tesoro escondido y deseaba ser conocido, entonces 
creé el mundo. De lo cual se deduce que el mundo contemplado en sí mismo es 
posible, ya que su existencia no depende de él mismo, pero desde la perspectiva 
de Allah es necesario, ya que es expresión de la esencia divina, en la medida en 
que ésta puede expresarse en formas finitas; así pues, nace simultáneamente de 
la necesidad y de la libertad, ya que Allah es la libertad misma. 
  
             En relación con la 
doctrina de las posibilidades, dice Muhrî-al Dîn ibn al-‘Arabî: 
             Desde el  punto de 
vista puramente lógico, es posible algo que igualmente puede suceder como no 
suceder. Pero aquello que sucede en realidad, resulta de la esencia de la 
posibilidad en cuestión, de lo que es su fondo atemporal, pues toda posibilidad 
surge de la misteriosa autodeterminación (ta’ayyun) de lo absoluto y es como un 
lugar en que éste manifiesta de un modo finito su realidad infinita. 
  
             Se afirma que en 
Ibn Rushd la filosofía árabe alcanzó al mismo tiempo su apogeo y su fin. Y esto 
puede ser así en tanto en cuanto que es el último gran pensador aristotélico en 
el occidente islámico, y quizás el más puro de toda la filosofía árabe. Por ello 
representa una orientación que se aparta de la línea iniciada por al-Farabî e 
Ibn Sînâ, que tienden a la síntesis del pensamiento aristotélico con el 
platonismo. 
  
             El desarrollo de 
la filosofía islámica en el sentido aviceniano seguirá adelante en Oriente, y 
mientras que el Gran Comentario apenas tuvo eco allá, pasó, no obstante, al 
occidente cristiano, gracias a sus traducciones hebreas y latinas, donde 
promovió una auténtica revolución en el pensamiento científico. 
  
             El mismo estaba 
convencido de que toda la verdad accesible para el pensamiento humano estaba 
contenida, en principio, en la doctrina de Aristóteles. Pero en un punto fue más 
platónico que aristotélico, al suponer la naturaleza universal del espíritu. 
  
              Todo conocimiento 
basado en el pensamiento o no, individual o genérico, o puramente cósmico, es 
producido por una misma luz: el espíritu que es el que verdaderamente conoce en 
todos los seres; sin su unidad sobrenatural no existiría ninguna verdad más allá 
de la impresión puramente individual. 
  
             Partiendo de la 
distinción aristotélica entre potencia y acto, que puede aplicarse a todo 
proceso y suceso, Ibn Rushd concibe el propio acto de conocer como una 
actualización (conversión en acto). Las formas de las cosas que yacen estériles 
en la materia son sacadas a la luz por el espíritu, y sólo por él se convierten 
en formas generales que pueden ser conocidas. Se transforman por él en unidad, 
de modo que el espíritu es como una llama en la cual se iluminan las formas del 
mundo en la misma medida en que la llama las consume. 
  
             Así, el alma, que 
distingue al individuo como tal, aparece como forma temporalmente destacada de 
la materia, por efecto del espíritu. Para los platónicos (Ibn Sînâ e Ibn al-Sîd 
de Badajoz), las formas esenciales de todos los seres están contenidas ya 
indistintas en el espíritu universal; se diferencian porque el espíritu es 
refractado por el alma universal como un rayo de luz blanca que, al pasar por un 
prisma, se descompone en un arco iris de colores. Este concepto está en 
contradicción con el aristotéllico que hace derivar la forma de la materia, 
pues, ¿cómo puede ser inmortal el alma que está ligada a la forma, según su 
naturaleza? Ibn Rushd no responde a la cuestión; sólo dice que cree que el alma 
es inmortal, pero que no puede demostrarlo. 
  
             La filosofía de 
Ibn Rushd  no se ha continuado en el Occidente musulmán; esto se halla en 
relación con la victoria teológica escolástica y con el inaudito florecimiento 
de la mística que vivió al-Andalus a partir del siglo XIII, y que llegó a su 
máximo apogeo con el maestro máximo del Islam occidental, Muhyî-l-Dîn ibn 
al-Arabî, cuya filosofía estaba basada en la interpretación mística del Corán, y 
atrajo hacia sí todos los elementos contemplativos espirituales que contenía la 
filosofía, particularmente el legado platónico;  no en vano se le ha apodado a 
Ibn al-‘Arabî, Ibn Aflahîn (hijo de Platón): la filosofía árabe-andalusí no ha 
sido, pues, derrotada por los juristas, sino que se  ha alojado en el océano de 
la contemplación sufista de Allah. 
  
             Otra de las obras 
de Ibn Rushd es la llamada De la Bienaventuranza del alma  (De animae 
beatitudine). Es un tratado del  misticismo racionalista de la unión del 
intelecto humano con el supremo inteligible. Por haber llegado a ser semejante a 
Allah, el  hombre es en cierta manera todos los seres y los conoce tal y como 
son, puesto que los seres y sus causas no son nada fuera de la ciencia que de 
ellos tenemos. En todo ser hay una tendencia a recibir una participación en lo 
divino, en la proporción que conviene a la naturaleza. 
  
             Nos encontramos 
ante la doctrina de la unión, que los sufíes llamaron el problema del nosotros y 
del tú; pero mientras los derviches intentaron llegar a ella por mediación del 
vértigo, Ibn Rushd proclama que no puede ser alcanzada sino con la ciencia, es 
decir, elevando las facultades humanas a su potencia más alta. Allah es 
alcanzado cuando el hombre, mediante la contemplación, rasga el velo que  oculta 
a las cosas, y se encuentra cara a cara con la verdad transcendente. El objeto 
de la vida humana es hacer triunfar la parte superior del alma sobre las 
sensaciones. Una vez alcanzado este fin, cualquiera que sea el Dîn que se 
profese, se abren las puertas del paraíso. Pero tal felicidad se reserva sólo a 
los hombres que perseveran en el difícil ejercicio de la especulación, 
renunciando a lo superfluo, y ello muchos no  lo consiguen sino en el momento de 
la muerte, porque es una perfección casi siempre inversamente proporcional a la 
del cuerpo, y la aptitud para ella no es igual en todos los hombres. 
  
             De entre las ideas 
de Ibn Rushd, son notables las de la necesidad en el tiempo y en el espacio de 
una inteligencia que contemple la razón absoluta, puesto que toda potencialidad 
debe convertirse en acto. Solamente el hombre por medio de las ciencias 
especulativas, goza de esta prerrogativa. El hombre y el filósofo son, pues, 
igualmente necesarios en el plan del universo. 
  
             De esta obra se 
han publicado varias ediciones completas en latín: la primera en Padua 
(1472-1474) y la última en Venecia (1573-1575). Son muy apreciadas las de Giusti 
(Venecia, 1550-1552). 
  
             En su faceta como 
médico, podemos y debemos resaltar su aportación en el campo de esta ciencia. 
Mostró un amplio interés por todo lo que estuviese relacionado con este campo, 
escribiendo su Kitâb Kulliyât fî-tibb (<<El libro completo de la medicina>>), 
traducido al latín en 1255 con el título de Colliget. Es una obra enciclopédica 
en siete volúmenes, publicada en Venecia en 1482 (liber de medicina, qui dicitur 
colleget). Se trata de una compilación que sigue muy de cerca el Canon de 
Avicena. 
  
             Con todo, por la 
abundancia del material acumulado, constituye un manual muy completo de medicina 
que resume gran parte de las experiencias de su época en la esfera de esta 
ciencia. Presenta particular interés el primer libro, que trata profundamente de 
la anatomía del cuerpo humano, y es documento imprescindible para el 
conocimiento del estado de la medicina entre los árabes. Fue considerado nuestro 
médico por esta obra, como la mayor autoridad en medicina de la época. Aparte de 
tratar de anatomía nos habla de fisiología, enfermedades y sus síntomas y curas, 
comidas, medicinas y la conservación de la salud. 
  
             En ésta, escrita 
cuando contaba 36 años, polemiza contra las particularidades, es decir, la 
medicina que trata de forma separada cada uno de los miembros del cuerpo. 
  
             Aparte de este 
compendio, escribió aproximadamente unas catorce obras médicas, siendo ocho de 
estas resúmenes de las que escribió Galeno acerca de la mezcla, las facultades 
naturales, enfermedades, fiebres, medicinas, curas, etc. 
  
             Junto con la 
medicina estudió por estas fechas astrología, introduciéndose en este campo 
gracias al Anagesto de Arzaquiel, del que hizo un compendio. 
  
             Sus aportaciones, 
junto con las de Ibn Zuhr, Al-Razî y Al-Sinâ fueron traducidas al latín, 
convirtiéndose todas ellas en obras clásicas para los eruditos. Unas se 
emplearon en las universidades hasta el siglo XVI, e influyeron en el 
pensamiento de Alejandro de Halle, Tomás de Aquino, Alberto Magno, Roger Bacon, 
y otros más. Hasta los siglos XVI y XVII no llegó a desaparecer la influencia 
andaluza cuando hombres como Copérnico, Vesalio, Galileo, y otros dieron una 
nueva perspectiva y dirección a las ciencias. 
  
             Su Gran Comentario 
fue tomado como modelo por Santo Tomás, quien siguió su sistema de exposición y 
comentario, aunque refutara lo que consideraba errores y desviaciones de la 
tradición peripatética, especialmente la unidad del intelecto humano.  No 
obstante, se mostró altamente respetuoso para el comentarista árabe. 
  
             Como ya hemos 
dicho, hacia mediados del siglo XIII, casi todas las obras de Ibn Rushd habían 
sido traducidas del árabe o hebreo al latín, y hacia finales del mismo siglo 
comenzó a presentársele como un enemigo de la fe, combatiéndosele ferozmente, 
sobre todo por Ramón Llull. Pero, sin embargo, entre los místicos medievales 
encontró una acogida favorable toda su teoría, penetrando en la escuela 
franciscana con Roger Bacon, Duns Scotto, Ockham, así como en la escuela de 
París. Posteriormente encontró una acogida estable en la Universidad de Padua , 
especialmente con Pietro d’Albano, y en el siglo XVI con los Cremonini. 
  
		    
  
												
                                              
  
												 
  
	
		    
  
	  
	  
	
	IBN TUFAYL 
	  
  
	
	El filósofo autodidacta 
		    
  
	  
  
	Se ignora el año exacto del 
	nacimiento de Ibn Tufayl, aunque parece que no fue posterior a 1110. Se 
	tienen datos escasos a cerca de su vida. Su nombre completo era Abu Bakr 
	Muhammad ben ´Abd al-Malik ben Muhammad ben Muhammad ben Tufayl al-Qaysi, se 
	le suele añadir al-Andalusi, al-Qurtubi y al-Isbili. El nombre de Abu Bakr 
	es sustituido a veces por el de Abu Ya´far, aunque el nombre con el que pasó 
	a la Escolástica fue el de Abubacer. 
	    Nació en Guadix, ciudad de la provincia de Granada. No hay datos 
	fehacientes ni sobre su familia, ni sobre su infancia y juventud. La obra 
	que conservamos de él muestra un estilo bastante elevado y una formación 
	enciclopédica. Nada se puede precisar en cuanto a sus maestros ni a los 
	centros de su especialización. Aunque probablemente realizó sus estudios en 
	Córdoba y Sevilla , y en otros centros de enseñanza de similar prestigio en 
	esa época en al-Andalus. 
	 
	     Dentro de su formación enciclopédica la primera faceta que hay que 
	resaltar es su formación como médico. Fue precisamente la que le sirvió 
	para  situarse profesionalmente y la que le valió la protección de en la 
	corte como pensador y filósofo.  Ejerció la medicina en Granada donde fue 
	médico de cámara del gobernador de la ciudad. Más tarde pasó a ser 
	secretario y médico del gobernador de Ceuta y de Tánger. Sus éxitos como 
	médico le abrieron las puertas de la corte del sultán Abu Ya´qub Yusuf. Este 
	le nombró su visir y su médico de cámara. Alcanzó tal prestigio ante el 
	sultán que si patrocinaba a alguien este entraría en la corte y así lo hizo 
	con  Averroes. La presentación al califa la hace en 1169 y en 1182 Ibn 
	Tufayl renuncia a su cargo de médico de cámara del sultán a favor de su 
	protegido  Averroes. Aunque mantiene el cargo de visir hasta su muerte en 
	1185. 
	 
	     Tuvo dos hijos pero ninguno fue célebre. De su vida se sabe poco más, a 
	través de los biógrafos se sabe de su protección a las ciencias y a los 
	sabios. Fueron discípulos de Ibn Tufayl:  Averroes, Abu Bakr Bundud y Abu 
	Ishac al-Bitruyi, el célebre Alpetragius de los latinos . 
	 
	     Ibn Tufayl poseía una personalidad polifacética, sobresalía como 
	filósofo y como médico. Su principal obra conservada nos muestra a un 
	novelista  notable, además fue astrónomo, metafísico y místico. 
	 
	   
	     Averroes, al-Bitruyi, 
	al-Marrakusi e Ibn al-Jatib mencionan libros de medicina y de astronomía 
	escritos por Ibn Tufayl. Ibn al-Jatib en su Ihata refiere que compuso dos 
	volúmenes de medicina. Al-Marrakusi afirma haber conocido un original 
	manuscrito sobre metafísica. Aunque ninguna de estas obras se han conservado 
	. 
	    La única obra de este autor que se ha conservado y que le hizo célebre 
	fue su novela filosófica Hayy ibn Yaqzan, conocida por el título de la 
	traducción latina Philosophus Autodidactus. Su título original es Risalat 
	Hayy ibn Yaqzan fi asrar al-hikma al-masriqiyya (Carta del Viviente hijo del 
	Vigilante sobre los secretos de la sabiduría oriental). Se conservan cinco 
	manuscritos al menos de esta obra. 
	 
	      La primera traducción se hizo al hebreo en 1349 por Moisés de Narbona 
	quien además hizo un comentario. En 1671 Eduardo Popocke la traduce al latín 
	y la publica junto con el texto árabe en Oxford, esta traducción será la que 
	más contribuya a su difusión en Occidente. En 1672 se traduce al holandés, 
	poco después al inglés. En 1674 un cuáquero, Georges Keith la traduce de 
	nuevo al inglés, esta obra fue tan popular que se convirtió en uno de los 
	libros de devoción de la secta cuáquera. En 1708 se vuelve a traducir al 
	inglés y en 1726 al alemán. Ha habido muchas traducciones a diferentes 
	idiomas incluidos el ruso y el urdu. 
	 
	    En 1900 León Gauthier publica una edición crítica del texto árabe, 
	cotejando los manuscritos conocidos. Al texto árabe le acompaña una buena 
	traducción francesa. Aparece una segunda edición en 1936. 
	 
	     Teniendo en cuenta la cantidad de traducciones que se han hecho de esta 
	obra resulta curioso que no apareciera ninguna traducción española hasta 
	1900 en que Pons Boigues publica la suya con el título de El filósofo 
	autodidacto de Abentofail, con prólogo de D. F. Menéndez Pelayo. Agotada 
	esta edición González Palencia hace una nueva traducción que lleva el titulo 
	de el filósofo autodidacto (Risalat Hayy ibn Yaqzan). Se publica en 1934 en 
	Madrid, utilizando el texto árabe de la primera edición de Gauthier. 
	Contenido de al-Hayy ben Yaqzan 
	 
	   Tanto el contenido como el estilo son más propios de un místico que de un 
	filósofo. La Risala se inicia con un prólogo. Primero se plantea la 
	diferencia entre intuición mística y conocimiento filosófico, da dos 
	opciones posibles: los que quieren profundizar en los que han llegado a la 
	santidad perfecta y disfrutan de la experiencia mística ; y los que quieren 
	profundizar en el método de los que investigan la verdad por la sola fuerza 
	de la razón. La primera opción le resulta inviable porque considera que la 
	experiencia mística no puede ser explicada porque quedaría desnaturalizada, 
	además considera la experiencia mística como una experiencia individual, 
	personal no colectiva. 
	   En la introducción a este prólogo hace un cuadro general de la situación 
	de la filosofía en al-Andalus hasta su época. Se puede ver en ese cuadro la 
	escasez de filósofos, la falta de conexión orgánica entre ellos, no había un 
	espíritu de escuela, la hostilidad de los medios religiosos y jurídicos 
	hacia los que se dedicaban a la filosofía. 
	 
	    A continuación señala varias fases en la historia de la filosofía 
	andalusí, que llama “generaciones” siguiendo el criterio historiográfico 
	árabe. Estas son las fases: 
	1. ª fase: los matemáticos. Se pueden situar en el s.X , siendo su personaje 
	más sobresaliente el matemático Maslama. 
	2. ª fase: los lógicos. Se puede situar durante el s.XI y los primeros años 
	del siguiente siglo. Incluye a Ibn Hazm, Ibn al-Waqqasi y Abu Salt de Denia. 
	3. ª  fase: Ibn Bayya. También da a entender que existía un núcleo de 
	notables filósofos andalusíes, entre ellos podía estar Ibn Sid de Badajoz 
	(1052-1127). 
	4. ª   fase: los contemporáneos de Ibn Tufayl. No da nombres y ni siquiera 
	habla de sí mismo. Dice que aún están formándose, o han abandonado antes de 
	tiempo o no sabe nada de ellos. 
	 
	   Antes de concluir el prólogo menciona a algunos filósofos orientales. De 
	al-Farabi se distancia por motivos religiosos. A  Avicena le considera un 
	excelente aristotélico. Con  Algazel entabla una polémica aunque no se 
	distancia de él, en el fondo era el favorito de los almohades. 
	 
	      Cuando habla de su propia filosofía se declara seguidor de Algazel  y 
	Avicena, también hay influencia de Ibn Bayya.  Lleva a cabo una síntesis 
	entre filosofía y mística. 
	 
	    Cuando Ibn Tufayl explica la finalidad de la obra dice que pretende 
	explicar los criterios de al-hikma al-masriqiyya de Avicena. Sentía 
	verdadera admiración por  Avicena. Al hablar de  Algazel da la idea de que 
	era un místico que se perdía en elucubraciones filosóficas, lo que le 
	impedía llegar a la cima de la mística alcanzada por  Avicena. Esto es 
	contrario a lo que pretendía Algazel, quien desconfiaba de las facultades 
	humanas, buscaba el esfuerzo del hombre para llegar a la unión mística con 
	Allah. 
	 
	           El juicio que le merecen sus predecesores andalusíes es muy 
	pobre.  Aunque considera que entre ellos sobresalió Avempace le merece un 
	juicio muy inferior a  Avicena y Algazel, pero si tiene en cuenta que llega 
	a la mística por medio de la especulación racional. 
	 
	      De toda esta introducción que Ibn Tufayl hace preceder a su libro, hay 
	dos cosas que conviene destacar: valiéndose de su situación privilegiada en 
	la corte almohade trata que la filosofía ocupe un lugar relevante en 
	al-Andalus porque sus fuentes eran grandes autores orientales como Algazel, 
	al-Farabi,  Avicena, etc...; el otro punto es la idea de la fusión de la 
	abstracción aristotélica con la intuición mística neoplatónica- islámica que 
	encontró en  Avicena. 
	 
	    La Risala de Ibn Tufayl plantea el problema de la posibilidad de una 
	generación espontánea. Pretende probar que la razón humana puede llegar por 
	si sola a las más altas cotas de su desarrollo, incluso en el aspecto 
	religioso místico independiente del ambiente social y hasta sin ayuda de la 
	revelación profética, por medio de la unión personal y directa con Allah. 
	Finalmente llega a la conclusión de la concordancia entre razón y fe. 
	   Toda la historia de la novela se centra alrededor del personaje 
	principal, Hayy ibn Yaqzan. Nombre tomado de  Avicena. De este personaje nos 
	cuenta dos versiones de su nacimiento. Una de ellas es que nació por 
	generación espontánea. 
	 
	 En cuanto a los que opinan que nació de la tierra, dicen que en el interior 
	de la tierra de esta isla había fermentado una especie de barro, en el cual, con 
	el transcurso de los tiempos y de los años, se habían combinado el calor y 
	el frío, la humedad y la sequedad en perfecto equilibrio y fuerzas 
	equivalentes;  
	la cantidad o masa de este barro fermentado era extraordinariamente grande, 
	y en ella unas partes superaban a otras, en cuanto a la templanza y propor- 
	cionalidad de la mezcla, y en cuanto a su aptitud para la generación del 
	mixto o compuesto. El centro de esta masa era lo más templado de ella y lo 
	más perfecto  por su semejanza con la composición del cuerpo del hombre. Agitóse 
	este barro y produjose en él a manera de burbujas de agua hirviente por su 
	mucha viscosidad; formóse en medio de aquella masa un núcleo viscoso con una 
	pequeñísima burbuja dividida en dos compartimentos separados por un tenue 
	velo, llena de un cuerpo  sutil y aéreo que se hallaba, en cuanto a la 
	temperatura, en el punto o límite que más le convenía. Uniósele al punto el 
	espíritu,........ 
	 
	  
	      La otra nos cuenta la 
	historia de un rey que tiene una hermana ella se casa en secreto con Yaqzan 
	y tiene un hijo, por miedo a su hermano le deposita en un cofre y lo deja en 
	el mar, las olas llevan al niño a una isla desierta. 
	 
	       Una vez solo el niño empieza a llorar y una gacela lo amamanta. Esta 
	le cuida y el niño va creciendo, va sintiendo la necesidad de protegerse del 
	frío y del calor. Se las ingenia para procurarse vestidos y alojamiento. 
	Aprende a domesticar animales salvajes. Descubre el fuego. 
	 
	    Muere la gacela y siente un profundo dolor, intenta salvarla por todos 
	los medios. Adquiere sus primeros conocimientos sobre biología y anatomía 
	localiza los pulmones y el corazón y concluye que murió porque algo abandono 
	su cuerpo. Se esta planteando el problema de la vida. 
	 
	   Se convierte en un gran naturalista. A los 21 años descubre que la 
	multiplicidad del cuerpo queda reducida a la unidad por el espíritu. Estudia 
	a todos los seres y ve que tienen características comunes y diferentes. 
	Obtiene la idea del cuerpo con sus tres dimensiones. Una vez descubierto el 
	reino animal, el vegetal y el mineral descubre los problemas metafísicos al 
	observar las estrellas y llegó a la conclusión de que el cielo también 
	estaba animado. Va subiendo los distintos grados de abstracción culmina a 
	los 35 años con el problema de Allah. Después de la decepción que sufrió 
	tras la observación del cuerpo decide preocuparse por el alma. 
	   En su concepción filosófica Ibn Tufayl se aleja un poco del contexto 
	religioso islámico oficial, porque se plantea que la revelación no es 
	imprescindible. El protagonista de esta obra tiende a probar que la razón 
	humana es capaz de conseguir por si sola sin necesidad de revelación todo lo 
	que necesita para su felicidad a través de su unión con Allah. 
	 
	   Ibn Tufayl admite un principio vital independiente del cuerpo. Esta 
	creado por Allah y se funde con el cuerpo cuando este esta suficientemente 
	preparado. Llega un momento en que utiliza el término espíritu como 
	principio único y unificador de la pluralidad de los órganos corporales. Va 
	distinguiendo entre las distintas funciones corporales. En su estudio del 
	alma humana plantea que el último grado de perfección de los espíritus 
	corresponde a aquel que posee el mayor grado de equilibrio de todos sus 
	elementos. 
	 
	     El problema metafísico por antonomasia para Ibn Tufayl era la 
	existencia de Allah y la posible unión con él. Dedica el resto de sus 
	esfuerzos a descubrir la esencia del Ser Verdadero. 
	 
	     En este punto podemos observar la influencia de Avicena en la obra de 
	Ibn Tufayl , el final de la formación espiritual del protagonista de Hayy 
	ben Yaqzan coincide, punto por punto, con los grados de perfección 
	espiritual que indica Avicena. 
	 
	   Ibn Tufayl prosigue la historia. Hayy entra entonces en relación con 
	Absal, personaje con el que se encuentra de manera providencial. Vivía en 
	una isla vecina, en ella se había propagado una religión promulgada por uno 
	de los antiguos profetas. En la isla había dos hombres que abrazaron esta 
	religión. Porque eran practicantes se hicieron grandes amigos, eran Absal y 
	Salaman. Absal profundiza en el libro sagrado y trata de interpretarlo. 
	Salaman es literalista y abstiene de interpretarlo. Ambos siguen máximas 
	religiosas distintas. Para Absal  a través del retiro y la soledad es 
	posible la meditación y eso permite dilucidar los símbolos del lenguaje 
	revelado. Para Salaman la felicidad reside en la vida en sociedad y el trato 
	con los demás. 
	 
	Absal decide retirarse a una isla desierta. Se produce un encuentro entre 
	Hayy y Absal. En un principio se comunican por gestos. Absal le enseña las 
	lenguas que conoce, las ciencias y la religión. Muy pronto Absal se asombra 
	porque Hayy le descubre los secretos adquiridos durante su vida solitaria. 
	Se establece el acuerdo entre la razón y la tradición. Desde ese momento 
	Absal venera a Hayy. Se dedica a servirle, imitarle y a seguir sus 
	indicaciones para alcanzar la perfección. 
	 
	    Cuando Hayy conoce la religión encuentra sentido a su práctica pero no 
	entiende que el enviado de Allah hable con parábolas y símbolos. Tampoco 
	entiende por qué permiten los bienes no necesarios. Y empieza a desear ir a 
	la isla de Absal para convertirles. Van a la isla habitada. El jefe de la 
	isla es Salaman, y ha establecido como esencial para la religión, la vida en 
	sociedad y los actos religiosos comunitarios. Se considera ilícito el 
	retiro. Hayy reconoce su error, no puede enseñar a la muchedumbre. Si pueden 
	vivir con la palabra de los enviados y no desean más ha de dejarles así 
	porque no son capaces de más. Se despiden de Salaman y vuelven a su isla. 
	Vuelven a su retiro y Absal alcanza la altura de Hayy. 
	 
	   Ibn Tufayl nos da dos expresiones de la misma verdad: una simbólica para 
	el vulgo y otra exacta y pura para los selectos. Pero existe un retroceso en 
	su teoría, el hombre es un ser sociable por naturaleza. 
	  
		    
  
	 
		    
  
	
	  
	
	IBN TUFAYL 
	  
	
	Salvador 
	Gómez Nogales 
		    
  
	  
  
												
	
	Es uno de los pensadores 
	más famosos y polifacéticos del Islam andalusí. Su fama se debe a que su 
	doctrina y personalidad rebasan de contenido, ha sido traducida a infinidad 
	de lenguas. Es celebre Ibn Tufayl en el mundo árabe. Muy importante en el 
	campo de la filosofía, su obra se ha hecho clásica en el ámbito de la 
	literatura, hasta inspirar otras obras occidentales de renombre universal y 
	hasta convertirse en algo extraordinariamente representativo de la época en 
	que tocó vivir, sobre todo si se saben interpretar las claves históricas que 
	representan los personajes de su novela filosófica. 
	  
	EL PRIMER NOVELISTA. 
	  
	     Se puede decir que es 
	el primer novelista de al-Andalus, y que representa un papel puente entre 
	los filósofos orientales y el mayor filósofo andalusí Averroes, aunque con 
	diferencias esenciales que a su debido tiempo señalaremos. 
	  
	     La desaparición del 
	califato de Córdoba originó la descentralización del poder hacia los 
	distintos reinos de taifas, con la dispersión de los valores culturales en 
	las diferentes cortes provincianas. Los almorávides, ante este florecimiento 
	de los talentos más independientes en los reinos de taifas, se dejan 
	influenciar por el rigor de los alfaquíes. Con esto parecía imposible que 
	pudiera aparecer en al-Andalus el fenómeno del misticismo de Ibn Tufayl. 
	Pero muy pronto los almorávides se ven frenados con la perdida de la 
	frontera superior. En el año 1118 Alfonso el Batallador conquista Zaragoza, 
	y ante la pérdida de esa frontera, los almorávides ven amenazada su 
	existencia. 
	  
	     Pero en ese momento 
	tiene lugar un acontecimiento que va a ser sumamente favorable al desarrollo 
	del talento y de las ideas de Ibn Tufayl. Aparece en escena Ibn Tumart, el 
	gran inspirador en Marruecos del movimiento de los almohades o “unitarios”. 
	Con respecto a las ideas de Ibn Tufayl los almohades son el polo opuesto de 
	los almorávides. Ibn Tumart, formado en Oriente, se había imbuido durante su 
	juventud de la doctrina de Algacel. A su vuelta al Magreb logra entusiasmar 
	a una serie de adeptos. A su muerte le sucede Abd al-Mu´min, quien adopta 
	una postura mesiánica y se apodera de todo Marruecos. Es, sin duda alguna, 
	el verdadero fundador de la dinastía almohade. Los mismos reinos de taifas, 
	acosados por los almorávides, ven con buenos ojos la venida de los nuevos 
	señores, a los que reclaman desde Sevilla, Córdoba y Granada. En 1146 
	desembarcaron en Ceuta, y desde Gibraltar se apoderan fácilmente de todo al-Andalus. 
	Pero la corte la establecen en Marrakech, donde, a imitación de Bagdad y de 
	Córdoba, se rodean de un equipo de sabios creando una atmósfera propicia 
	para la filosofía. La reivindicación de Algacel abría camino, a la vez, a 
	filósofos y místicos, tanto orientales como de al-Andalus. 
	  
	DUDAS EN TORNO A SU 
	BIOGRAFÍA 
	  
	     Se ignora el año 
	exacto del nacimiento de Ibn Tufayl, aunque todo parece apuntar a una fecha 
	que no es posterior a 1110. Son muy escasos los datos que se tienen de su 
	vida, incluso algunos han de ser recogidos. El mismo al-Marrâkusî nos dice 
	de él que fue discípulo de Ibn Bâyyâ (Avempace (1070-1138)), pero este dato 
	es desmentida por Ibn Tufayl en su celebre novela, El filósofo autodidacto. 
	  
	     El nombre completo que 
	los historiadores atribuyen a Ibn Tufayl es todo un compendio de onomástica 
	árabe. Se denomina: Abu Bakr Muhammad ben Abd al-Malik ben Muhammad ben 
	Muhammad ben Tufayl al-Qaysî, lo cual significa que el nombre que recibió al 
	nacer fue el de Muhammad (ism.) Al llegar a ser padre de familia, se le dio 
	el sobrenombre correspondiente al nombre de uno de sus hijos (kunya), y así 
	se le llamo Abu Bakr (padre del Bakr), que parece del nombre propio. Como su 
	padre se llamaba Abd al-Malik, al nombre propio le sigue el de su padre, así 
	como el de su abuelo y el de su bisabuelo, Tufayl, todos ellos precedidos de 
	ibn (hijo de). A esto hay que añadir nombre patronímico (nisba) al-Qaysî, de 
	la tribu Qays, una de las más ilustres de Arabia. Juntando todos estos 
	nombres en forma indicada, podemos reconstruir el nombre completo de Ibn 
	Tufayl. 
	  
	     A todos estos nombres 
	se les suele añadir los siguientes: al-Andalusí, al-Qurtubí (el de Córdoba) 
	y al-Isbilí (el de Sevilla). Estos dos últimos patronímicos podrían indicar 
	o los sitios donde se formó o los lugares en los que desempeñó cargos 
	importantes. El nombre de Abu Bakr es a veces sustituido por el de Abu 
	Yâcfar, como ocurre en el manuscrito de Oxford editado por Pococke. Esto es 
	frecuente cuando un padre tiene varios hijos, que puede ser denominado por 
	cualquiera de ellos. El nombre por el que pasó a la Escolástica fue el de 
	Abubacer (Abu Bakr), aunque hay que reconocer que no fue de los más citados 
	en Occidente durante la Edad Media. 
	  
	     Los datos biográficos 
	que poseemos no nos permiten trazar un esbozo de calidad del personaje que 
	representamos ni como hombre, ni en su perfil político, ni en su formación 
	científica, ni acerca de sus maestros de filosofía. Casi lo único que se 
	puede hacer es un resumen de sus ideas, tal como aparecen en la obra que de 
	él nos ha quedado. Nace en Guadix, ciudad de la provincia de Granada que 
	debe su nombre al riachuelo que la baña, Wâdí Âs, afluente del Guadiana 
	Menor, que a su vez vierte sus aguas en el Guadalquivir. Toda la región 
	pertenece a la vertiente norte de Sierra Nevada y es una de las zonas más 
	ricas de Granada, que entre los árabes tenía fama de una gran fertilidad. 
	  
	     Ni sobre su familia, 
	ni sobre su infancia y juventud, poseemos datos fehacientes. La obra que de 
	él conservamos muestra un estilo bastante elevado y una formación 
	enciclopédica que dice mucho a favor de su formación intelectual. Pero fuera 
	de este dato positivo, nada se puede precisar con respecto a sus maestros ni 
	a los centros de su especialización. A juzgar por los calificativos con los 
	que es denominado, se puede asegurar que recibió sus estudios en los centros 
	de enseñanza más prestigiosos de la época en al-Andalus, como pudieran ser 
	los de Córdoba y Sevilla. 
	  
	PRESTIGIO PROFESIONAL 
	  
	     Nos consta que Ibn 
	Tufayl, como es frecuente entre los filósofos musulmanes, tuvo una formación 
	enciclopédica. La primera faceta que conviene resaltar es su formación como 
	médico. Fue la que le sirvió para colocarse profesionalmente y la que le 
	valió la protección en la corte como pensador y filósofo. Ejerció la 
	medicina en Granada, donde fue médico de cámara del gobernador de la ciudad. 
	Más tarde pasó a ser secretario y médico del hijo del califa almohade Abd 
	al-Mu´min, que a la sazón era gobernador de Ceuta y de Tánger. Sin duda sus 
	éxitos como médico le abrieron las puertas de la corte del sultán Abú Yacqúb 
	Yúsuf (m. 1184). Este le nombró su visir y su médico de cámara. Su fama ante 
	el sultán cobró tanto prestigio, que bastaba una palabra suya para que la 
	persona apoyada por él fuese admitido por su patrocinador como poseedora de 
	la mejor recomendación. Así nos cuenta la historia que fue introducido ante 
	el visir el gran filósofo Averroes. 
	  
	     Esta recomendación de 
	Averroes y de otros sabios de la época por Ibn Tufayl ante el sultán ha 
	quedado consignada en la Historia de los Almohades de Abd al-Wahid 
	al-Marrakúsí. De este texto se deducen dos cosas: que el papel que desempeño 
	Ibn Tufayl en el desarrollo de la filosofía en al-Andalus fue importante, y 
	que acertó en el descubrimiento de la vocación filosófica de Averroes y en 
	su consagración como el gran comentarista árabe de las obras de Aristóteles. 
	Aunque sólo hubiese hecho esto en su vida, valía la pena consignarlo como 
	algo de gran trascendencia. Esta presentación de Averroes en la corte 
	almohade tuvo lugar en el año 1169, y en el 1182 tiene el gesto Ibn Tufayl 
	de renunciar a su cargo de médico de cámara cediendo su puesto a Averroes. 
	Lo único que conserva es el cargo de visir hasta su muerte en 1185. 
	  
	     Es asimismo 
	interesante comprobar como los sultanes de la dinastía almohade no sólo 
	favorecían a los grandes filósofos andalusíes, a pesar de las intrigas que 
	contra ellos se ejercían en ciertos sectores religiosos, sino que ellos 
	mismos; en cierto modo, se habían convertido en “falâsifa”. El testimonio de 
	Averroes en este sentido es bien explícito. 
	  
	     Este trato familiar 
	entre los sultanes almohades y los filósofos y hombres de ciencia 
	andalusíes, es de capital importancia para el desarrollo de la cultura en 
	Occidente. El pertenecer a la clase de los literatos o de los filósofos era 
	considerado como un alto privilegio. Y así vemos que el mismo sultán en 
	persona acude a los funerales de Ibn Tufayl al morir éste el año 581 h./1185 
	d. J.C. 
	  
	     Ibn Tufayl posee una 
	personalidad polifacética. Acabamos de ver que sobre sale como filósofo y 
	como médico. Su obra principal nos lo presenta como un novelista de 
	cualidades literarias nada vulgares. Es, además, astrónomo y raya a gran 
	altura como metafísico y místico. Todas estas facetas quedan de manifiesto 
	en el recuento de las obras que se le atribuyen. 
	  
	     Tanto Averroes como al 
	Bitruyí (el famosos Alpetragius de los latinos), al-Marrakusí e Ibn 
	al-Jatib, mencionan libros de medicina y astronomía escritos por Ibn Tufayl. 
	Averroes nos cuenta en su Comentario a la Metafísica de Aristóteles, que Ibn 
	Tufayl elaboró excelentes teorías a propósito de las hipótesis de Ptolomeo 
	sobre la estructura de las esferas celestes y los movimientos de los astros. 
	  
	     Abú Isaac al-Bitruyí 
	reconoce que había aprendido de Ibn Tufayl las ideas que le llevaron a 
	rechazar las doctrinas astronómicas de los epiciclos y excéntricas. 
	  
	
	PHILOSOFUS AUTODIDACTUS 
	  
	     Ibn al-Jatib nos 
	refiere en su Iháta, que Ibn Tufayl compuso dos volúmenes sobre medicina. 
	Asimismo al-Marrakusí afirma haber conocido un original manuscrito sobre la 
	ciencia de la divinidad o la metafísica. Ninguna de estas obras ha llegado 
	hasta nosotros. 
	  
	     La única que se ha 
	conservado y que le ha hecho célebre, ha sido su novela filosófica Hayy ibn 
	Yaqzán, que es conocida por el título de la traducción latina Philosophus 
	Autodidactus. Su título original es: Risálat Hayy ibn Yaqzán fi asrár 
	al-hikma al-masriqiyya (Carta del Viviente hijo del Vigilante sobre los 
	secretos de la sabiduría oriental). Camiri comete el error de disociar el 
	título, desdoblando sus dos partes como si se tratase de dos obras 
	diferentes. Pero analizando el prefacio de la segunda parte, se descubre que 
	lo que se considera como una segunda obra no es más que la segunda parte de 
	la misma.  
	  
	     Hay criterios externos 
	que nos pueden ayudar para medir el valor de una obra y su influjo sobre 
	otros autores. Uno de ellos es, sin duda, el de sus traducciones. Cuantas 
	más diversas sean las áreas culturales a las que es traducida una obra, el 
	índice de su valor crece en proporción directa, esta obra de Ibn Tufayl es 
	una de las que más han sido traducidas  a diversas lenguas, hasta el punto 
	de que Badawí ha llegado a afirmar que si se exceptúa la obra de Las mil y 
	una noches, no ha habido ninguna obra árabe que haya sido traducida a tantas 
	lenguas ni tantas veces como esta novela filosófica de Ibn Tufayl. 
	  
	     Se conservan cinco 
	manuscritos, por lo menos, de esta obra tan importante. Todos ellos fueron 
	estudiados en la edición crítica de León Gauthier, de la que se han hecho 
	numerosas ediciones. 
	  
	     Con respecto a las 
	traducciones, se hizo primero al hebreo en 1349 por Moisés de Carbona quien 
	además, hizo un comentario hebreo de la misma. Pero quizá la que más 
	contribuyó a difundirla en Occidente fue la que hizo al latín Eduardo 
	Pococke, publicada en Oxford junto con el texto árabe en el año 1671, con el 
	título que la ha hecho célebre y que refleja perfectamente el contenido de 
	la obra: Philosophus Autodidactus, sive Epistula Abi Jaafar ebn Tophail de 
	Hai ebn Yokdhan, in qua ostenditur, quomodo ex inferiorum contemplatione ad 
	superiorum notitiam Ratio humana ascendere possit. Ex Arabica in linguam 
	Latinam versa ab Edvardo Pocockio, Oxonii, A.D. 1671. En 1700 aparece la 
	segunda edición exactamente igual que la primera. La obra tuvo tal éxito que 
	al año siguiente, en 1672, fue traducida al holandés, con una segunda 
	edición en 1701. Poco después fue traducido al inglés por Ashwell. En 1674 
	tiene lugar una nueva traducción inglesa hecha por el cuáquero Georges Keith 
	y publicada en Londres. Esta obra llegó a hacerse tan popular que se 
	convirtió en uno de los libros de devoción de la secta cuáquera. Es un 
	índice más del valor religioso místico de la novela de Ibn Tufayl. Ocho años 
	más tarde, en 1708, el profesor de árabe de la Universidad de Cambridge, 
	Simón Okley, publica una nueva traducción inglesa, con la segunda edición de 
	la misma en 1731. El título es asi mismo bien significativo: The improvement 
	of human reason exhibited in the life of Hai ebn Yokdhan, griten by Abu 
	Jaafar ben Thophail. En 1726 es traducida al alemán por J. Georg Pritius, 
	con un título que alude de nuevo de nuevo al esoterismo de la obra: Der von 
	sich selbst gelehrte Weltweise. Fue publicada en Frankfurt. Y dentro del 
	mismo siglo, en 1783, es traducida de nuevo al alemán por J. G. Eichborn, 
	con el título de Der Naturmenssch, oder Geschichte des Hai Ebn Yoktan, y 
	publicada en Berlín. 
	  
	     Al llegar a este 
	punto, y antes de seguir con las traducciones, dada la popularidad que 
	adquirió esta obra en Occidente, y sobre todo en el mundo de habla inglesa 
	con las numerosas traducciones al inglés, valdría la pena preguntarse si las 
	aventuras de Robinson, publicadas en 1717 bajo el titulo de The life and 
	strange surprising adventures of adventures of Robinson Crusoe of York  
	tuvieron algo que ver con la novela filosófica de Ibn Tufayl. Cruz Hernández 
	así lo da a entender.  
	  
	     Prosiguiendo con el 
	tema de las traducciones, que es, sin duda, el que mejor nos refleja el 
	interés que por la obra se sintió en todo el mundo, este movimiento sigue en 
	vigor en pleno siglo XX. En el año 1900 León Gauthier publica una edición 
	critica del texto árabe, cotejando los manuscritos conocidos, con uno nuevo, 
	el de Argel, y anotando cuidadosamente las variantes. Al texto árabe le 
	acompaña una buena traducción francesa. En 1936 aparece la segunda edición, 
	que es la mejor que poseemos tanto del texto árabe como de la traducción 
	occidental hecha directamente del árabe al francés. En 1936 aparece la 
	segunda edición, que es la mejor que poseemos tanto del texto árabe como de 
	una traducción occidental hechas directamente del mismo árabe al francés. El 
	interés del mundo anglosajón por esa obra se refleja en una nueva traducción 
	inglesa hecha por P. Brönnle en 1904, aparecida en Londres con el título de 
	The awakening of the soul. En 1920 se traduce al ruso, y se edita en 
	Leningrado por J.Kuzmin. En 1955 la traduce al Urdu Z. A: Siddiqí y es 
	publicada en Aligarh. Y finalmente en 1956 B. Z. Frouzanfar la traduce al 
	persa siendo editada en Teherán.  
	  
	      Quizá resulte 
	sorprendente que, tratándose de un español, no hayamos hablado hasta ahora 
	de ninguna traducción español. Y, efectivamente, no puede hablarse de una 
	traducción española hasta una época bastante tardía, quizá porque lo árabe e 
	islámico no solía considerarse como una gloria nacional y quizá también por 
	aquella regla, bastante general, de que para apreciar lo español nos tiene 
	que venir de fuera la estima. El hecho es que hasta 1900 no aparece la 
	primera traducción española. Esta fue realizada por Pons Boigues con el 
	título de El Filósofo Autodidacta de Abentofail, novela psicológica 
	traducida directamente del árabe, con un prólogo de Menéndez y Pelayo. Junto 
	con la obra de Ibn Tufayl publica Pons la traducción española del Hayy ibn 
	Yaqzán de Avicena, con el que la obra de Ibn Tufayl está en estrecha 
	relación. 
	  
	     Agotada ya esta 
	edición de Pons Boigues, el célebre arabista Ángel González Palencia 
	reconstruye una nueva traducción, que se presenta en la colección de las 
	“Publicaciones de las Escuelas de Estudios Árabes de Madrid y de Granada” en 
	el número 3 de la Serie B. Lleva el título del Filósofo Autodidacto (Rísalat 
	Hayy ibn Yaqzán). Se publica en Madrid en el año 1934 utilizando el texto 
	árabe de la primera edición de Gauthier.  
	  
	POLÉMICA EN TORNO A GRACIÁN 
	  
	    Acabamos de ofrecer un 
	somero recuento de las innumerables traducciones hechas de esta obra de Ibn 
	Tufayl. Ni que decir tiene que una obra tan traducida ha tendido que ejercer 
	un gran influjo en la literatura occidental, aunque éste fuera tardío. No 
	puede decirse que su nombre figurase entre los preferidos por los autores 
	latinos medievales que tanto se dejaron influenciar por la cultura árabe. La 
	causa está, quizá, en que sus ideas filosóficas quedaron un poco 
	obscurecidas por las grandes figuras de Averroes, al-Farabi y Avicenas. 
	Sería prolijo detenerse en descubrir el influjo que ha ejercido en épocas 
	posteriores a través, sobre todo, de sus traducciones. De todos modos 
	valdría la pena dedicar un estudio especial al tema que, de momento, nos 
	rebasa totalmente dada las características limitadas del presente trabajo. 
	Creemos, sin embargo, que debemos informar a nuestros lectores de un caso de 
	influencia en la literatura española que ha levantado bastante polémica.
	 
	  
	     Ya en el s. XVIII el 
	padre Jesuita Bartolomé Pou, había descubierto el gran parecido que existía 
	entre la obra de Ibn Tufayl y los primeros capítulos de El Criticón de 
	Baltasar Gracián. Menéndez y Pelayo estudió determinadamente este 
	paralelismo  en el prólogo a la traducción de Pons Boigues. El problema no 
	era tan fácil, pues Gracián no conocía el árabe, y la traducción latina de 
	Pococke no se publicó hasta 1671, veinte años después de la primera edición 
	de la primera parte de El Criticón, aparecido en Zaragoza en 1651. Todo esto 
	dejaba pendiente el medio de transmisión. 
	  
	     Los críticos se han 
	dividido en dos bandos: Emilio García Gómez cree que la fuente de Garcián es 
	el Cuento del ídolo del rey y su hija, relacionado con la historias 
	fabulosas de Alejandro Magno, que debía de ser popular en toda España, y 
	utilizado en forma alegórica. Cruz Hernández se inclina por esta hipótesis 
	de García Gómez. 
	  
	     Si tan sólo se tratase 
	de las fuentes de Gracián, quizá la polémica hubiese pasado inadvertida. 
	Pero hay un argumento en la exposición de García Gómez y de González 
	Palencia que pretende desacreditar las tesis contrarias de Gauthier. Todo 
	ello ha provocado una replica tanto de Gauthier como, sobre todo, de Badawi, 
	que apoya su teoría en un texto de los Prolegómenos  de Ibn Jaldún. Badawi 
	ataca durante las hipótesis de García Gómez y se muestra algo más benévolo 
	con la postura de Cruz Hernández. Reconoce que en un principio se inclinó 
	con las tesis de su compatriota García Gómez:” Pero su argumentos no afectan 
	al fondo del problema, y llega hasta suponer que la fuente común de Ibn 
	Tufayl sería “una versión popular de alguna antigua leyenda que habría sido 
	conocida en el mundo helénico alejandrino”. De todos modos, habría que 
	buscar su origen en Persia o en la India, muy cerca de donde vivía Avicena”. 
	“Después, en su Historia de la Filosofía Española, renuncia felizmente a su 
	defensa y a la hipótesis totalmente gratuita de García Gómez,  y se somete a 
	las razones invocadas por Henry Corbin, que, al mostrar que el texto de Hayy 
	Ibn Yaqzán de Ibn Sina, y tal como fue publicado por Mehren, es el mismo que 
	era leído y comprendido en el medio ambiente de Avicena, disipa todas las 
	dudas que han podido ser emitidas en relación con la autenticidad de la 
	Risala de Hayy Ibn Yaqzán, en su texto publicado por Mehren”. Para Badawi el 
	texto de Corbin resume y dirime todos los datos principales del problema. Y 
	termina Badawi todo este incidente con las siguientes palabras: “Suscribimos 
	esta conclusión. Añadimos a estos argumentos el hecho de que Ibn Jaldún, 
	como él mismo confiesa, escribió sus Prolegómenos de memoria. Este lapsus se 
	debe, pues, a un fallo de su memoria, lo que ocurrió muchas veces en este 
	libro”. 
	  
	     Aun suponiendo, en el 
	pero de los casos, que no se pudiese probar la originalidad del argumento 
	porque estuviese basado en obras de la cultura griega, e incluso de la 
	persa, con todo, lo que no se puede negar, es que por primera vez se realiza 
	el desarrollo del mito en un contexto filosófico y en el ambiente de la 
	cultura islámica. Esto ha hecho que muchos consideren la obra de Ibn Tufayl 
	como la más original de la Edad Media. Así lo reconoce D. Marcelino Menéndez 
	y Pelayo en el prólogo a la traducción española de Pons Boigues. 
	     De todos modos, el 
	punto de la originalidad queda perfectamente perfilado en la introducción de 
	Gauthier a su edición crítica, precisamente en el contexto de su polémica 
	con García Gómez. 
	  
	EL CONTENIDO DEL 
	PHILOSOPHUS 
	  
	     Vayamos ya al 
	contenido de esta obra filosófica. Esta va dirigida a un corresponsal  de 
	Ibn Tufayl, tal vez ficticio, que le pide le releve los secretos de la 
	filosofía oriental: “Me has pedido, hermano sincero (Dios te de la 
	inmortalidad eterna y te haga gozar la perpetua felicidad) que te releve 
	cuanto pueda de los secretos de la sabiduría iluminativa, mencionados por el 
	maestro y príncipe de los filósofos Abu Alí ben Sina (Avicena)”. 
	  
	     Con esto es evidente 
	la finalidad preferentemente filosófica de la obra, pero no de una filosofía 
	cualquiera, sino de aquella que tiene bastante que ver con la mística. Tanto 
	el estilo como el contenido se dirían propios, más que de un filósofo, de un 
	místico. 
	  
	     Antes de entrar 
	directamente en la novela, Ibn Tufayl tiene un prólogo que es sumamente 
	aprovechable, tanto para percibir el conocimiento que los filósofos 
	andalusíes tenían de los filósofos orientales, como para percatarnos de 
	cuáles fueron las fuentes de Ibn Tufayl manejó para sus ideas 
	filosófico-místicas. Ante la valoración que hace de sus antepasados, es 
	fácil calibrar la conciencia que él mismo tiene del cambio tan trascendental 
	que se está realizando en al-Andalus con la filosofía, tal como la tendieron 
	sus predecesores y tal como él mismo la concibe. 
	  
	
	ADMIRACIÓN POR AVICENA 
	  
	     De todos modos, no se 
	puede decir que sea el mismo juicio el que le merece al-Farabi que el de 
	Avicena. El conocimiento que tenía de al-Farabi en al-Andalus, y del que de 
	hecho tenía Ibn Tufayl, es bastante grande y muy anterior a la introducción 
	de Avicena. El mismo Ibn Tufayl nos dice: “En cuanto a los libros de Abu 
	Nasr al-Farabi que han llegado hasta nosotros, la mayor parte de ellos se 
	refiere a la lógica”. Pero el juicio que le merece al-Farabi a Ibn Tufayl es 
	bastante menos favorable que el que le merecía a Averroes, y todo más bien, 
	por motivos religiosos. Para Avicena no tiene más que alabanzas, mientras 
	que para al-Farabi todo son reservas. 
	  
	     Cuando Ibn Tufayl 
	explica a su supuesto destinatario la finalidad de su obra, le dice que no 
	es otra que explicarle los misterios de la al-Hikmat al-Masriqiyya (la 
	sabiduría oriental) de Avicena. El que Avicena fuera su gran inspirador nos 
	lo afirma expresamente: “El estado del que acabamos de hablar, y cuyo gesto 
	nos ha impedido a experimentar tu pregunta, es del número de los que ha 
	señalado el maestro Abu Ali (Ibn Sina (Avicena))”. Hay que reconocer que Ibn 
	Tufayl es uno de los mejores conocedores que hay en al-Andalus de las obras 
	de Avicena. 
	  
	     Puesto que estamos 
	refiriendo el puesto que ocupó Avicena en el sistema de Ibn Tufayl, tenemos 
	que decir que es verdadera admiración lo que siente por él. En su estima, 
	ninguno de los filósofos musulmanes orientales o andalusíes, ni siquiera el 
	mismo Algacel llegaron a la cumbre a la que logró encaramarse Avicena. En él 
	ve la síntesis de la Verdad Absoluta alcanzada por los dos caminos de la 
	especulación racional y de la intuición mística. 
	  
	     Otro de los maestros 
	que considera Ibn Tufayl como inspiradores de su sistema es Algacel. La 
	opinión que de él tiene no acaba de verse con toda claridad. Por un lado, se 
	ve que no llega a la altura de Avicena en su opinión, y que además tiene 
	cosas que no acaban de agradarle. Pero por otro lado, no puede ignorar que 
	Algacel era el ídolo del fundador de la dinastía almohade, Ibn Tumart, la 
	que entonces regía los destinos del Magreb y al-Andalus. Hubiese sido 
	sumamente sospechoso echarse totalmente en manos de los filósofos 
	orientales, que no gozaban de gran simpatía entre los jefes religiosos del 
	Islam, cuando podría encubrirlos con lo que había de filosofía en Algacel, 
	aproximándolo, por otra parte, con lo que de misticismo contenía 
	Avicena. 
	  
	     En al primera 
	enumeración de los maestros que propone a su pupilo, el destinatario de su 
	novela, presenta a Algacel de esta manera un poco sorprendente: “En cuanto 
	al maestro Abú Hámid (Algacel) ha hecho a este estado, cuando lo consiguió, 
	la aplicación del verso siguiente: Lo que es, yo no sabría decirlo. Piensa 
	que es un bien y no quieras aprehender nada de él. Pero este filósofo era un 
	espíritu refinado por la educación literaria y fortificado por la cultura 
	científica. El tono de la frase parece estar destinado a dar una idea de 
	Algacel como la de un místico que se perdiese en las elucubraciones 
	filosóficas, impidiéndole llegar a la cima de la mística alcanzada por 
	Avicenas. Esto, ciertamente va encontra de lo que realmente pretende ser el 
	mismo Algacel, quien desconfía de las facultades humanas, con el fin de que 
	el hombre haga un esfuerzo para conseguir la unión mística con Allah. 
	  
	     Todo esto podría hacer 
	que Ibn Tufayl desconociese la verdadera obra de Algacel. Pero la 
	enumeración que hace de sus doctrinas y el juicio que de él emite, se ve 
	claramente que es bastante grande el conocimiento que tiene de sus obras, y 
	afirme en ocasiones que éstas están plagadas de enigmas ininteligibles. En 
	otros momentos expone todo un juicio sobre los escritos de Algacel con una 
	afirmación sorprendente de que sus obras esotéricas no llegaron a 
	al-Andalus. 
	  
	     Por si estas 
	observaciones fuesen pocas para quitar valor a su obra lanza sobre él, como 
	dicho por algunos autores, la idea de que Algacel está totalmente en contra 
	de la unicidad de Allah defendida por el Islam. 
	  
	     Y termina con una 
	frase que, sin quitar nada de los deméritos que ha lanzado contra él, podría 
	estar dirigida a sus patrocinadores almohades, para los que Algacel gozaba 
	de una gran simpatía: “No dudamos de que el maestro Abú Hámid (Algacel) sea 
	de los que han gozado de la bienaventuranza suprema y de los que han llegado 
	a estos grados sublimes de la unión. Pero sus escritos esotéricos que 
	contienen la ciencia de la intuición extática no han llegado a nosotros”. 
	  
	     Con todo lo que hemos 
	aducido podemos asegurar que Ibn Tufayl conoce perfectamente las obras de 
	Algacel. Hay una ausencia que podría llamar a la atención como ignorancia de 
	una de las obras clásicas y que tuvo gran aceptación en el Occidente Latino. 
	No se encuentra en Ibn Tufayl ninguna alusión a los Maqásid (Intenciones de 
	los Filósofos), texto que es más una refutación de los filósofos que una 
	exposición de sus propias ideas. 
	  
	     Como resumen del 
	pensamiento de Ibn Tufayl yo suscribiría plenamente la valoración que de él 
	hace Cruz Hernández. 
	  
	LA MÍSTICA IMPRESCINDIBLE 
	PARA LA FILOSOFÍA. 
	  
	     Siguiendo la lista de 
	las fuentes de Ibn Tufayl reconoce en el prólogo como inspiradoras de su 
	pensamiento, el juicio que le merecen sus predecesores andalusíes es 
	bastante pobre. La filosofía en general es bien poco lo que puede enseñar a 
	su pupilo mientras no vaya unido a la intuición mística: “No creas que la 
	filosofía que ha llegado hasta nosotros en los escritos de Aristóteles, de 
	Abú Nasr (al-Fárábí) y en el libro del Sifá (de la Curación), satisfaga al 
	deseo que tú tienes”. 
	  
	     Pero si ni la 
	filosofía de Aristóteles ni la de los filósofos musulmanes orientales puede 
	servirle de gran cosa para sus intuiciones místicas, de mucha menor utilidad 
	le serán las investigaciones filosóficas de los andalusíes. El juicio de Ibn 
	Tufayl sobre ellos es bien pobre y lo confirma en lo dicho de uno de ellos: 
	“Para mí es una aflicción el que las ciencias humanas no sean más que dos, y 
	no más: una verdadera, imposible de adquirir, y otra fácil, cuya adquisición 
	no reporta ningún provecho”. 
	  
	     El autor que se 
	refiere Ibn Tufayl es el poeta Abú-l-Walíd al-Waqqásí (1017-1095), de Huecas 
	(Toledo), autor de la celebre elegía a la pérdida de Valencia, que figura en 
	la Crónica General de Alonso el Sabio. La ciencia que considera vana e 
	inútil es la lógica y las matemáticas, que los mismos filósofos 
	peripatéticos consideraban como propedéuticas, puramente formales y 
	desprovistas intrínsicamente de una objetividad concreta. En cambio, la 
	ciencia a la que cree que no puede tener acceso es la física y, sobre todo, 
	la metafísica o ciencia de las cosas divinas. El mismo al-Waqqásí cita entre 
	los introductores de la lógica en al-Andalus, a Ibn Hazm, Abú Salt y otros, 
	que son, sin duda, a los que se refiere Ibn Tufayl como formando una 
	generación intermedia. 
	  
	     Reconoce que más tarde 
	hubo pensadores de más altura en al-Andalus, que abrieron camino hacia la 
	verdad. Entre ellos el único que sobresalió algo para Ibn Tufayl es 
	Avempace. A pesar de estos elogios, el juicio que le merece Avempace es muy 
	inferior al de los grandes maestros Avicenas y Algacel, lo cual no basta 
	para que encuentre en él algo que pueda ser útil para su pupilo: el llegar a 
	la mística por la vía de la especulación racional. A pesar de esto, siempre 
	encontró Ibn Tufayl en Avempace, ciertas deficiencias en lo que no es 
	puramente especulativo. 
	  
	     En otro lugar le 
	reprocha Ibn Tufayl su desprecio por los sufíes, y vuelve de nuevo a 
	censurarle porque su vida mundana y riquezas no estaban de acuerdo con la 
	intuición mística de los bienaventurados. 
	  
	     Este es, más o menos, 
	el cuadro que Ibn Tufayl nos traza del único andalusí que, según él, se 
	salva de la mediocridad. Efectivamente las pinceladas con las que describe a 
	los demás maestros andalusíes, están destinados a que su pupilo no espere 
	nada de ellos: “En cuanto a sus contemporáneos, que alcanzaron su mismo 
	nivel, no hemos visto ninguna obra que ellos compusieran. Finalmente los que 
	vinieron después de ellos, nuestros contemporáneos, están aún en vías de 
	desarrollo o se detuvieron antes de haber llegado a la perfección o bien no 
	tenemos aún conocimiento de su verdadero valor. 
	  
	     Todo esto le permite 
	tomarse la libertad de componer un libro que contenga su propia experiencia 
	especulativa y mística y que le sirva a su pupilo para alcanzar las cimas de 
	la Verdad y de la unión con Allah. He aquí el programa que se propone 
	presentarle: “Entonces nos preció que estábamos en condiciones de decir 
	alguna cosa valiosa. Y decimos que tú serías el primero al que le haríamos 
	el regalo de lo que poseemos y a quién se lo expondríamos, a causa de tu 
	sólida amistad y de tu sincero afecto. Queremos hacerte seguir los caminos 
	que nosotros hemos recorrido antes que tú, hacerte nadar en el mar que 
	nosotros hemos atravesado, en fin, que tú llegues adonde nosotros hemos 
	llegado, que veas lo que nosotros hemos visto, que tú experimentes por ti lo 
	que nosotros hemos experimentado. Si tomas sinceramente esta determinación, 
	cuando llegue la aurora te regocijaras de tu viaje nocturno,  recibirás la 
	recompensa de tus esfuerzos. Voy, pues, a contarte la historia de Hayy ben 
	Yaqzán, de Absál y de Sálamán, los cuales recibieron sus nombres del maestro 
	Abú ´Alí (Avicenas). Y puede servir de ejemplo para los que sepan 
	comprender, de advertencia para todo hombre que tenga un corazón, o preste 
	su oído y vea”. 
	  
	     De toda esta 
	introducción que Ibn Tufayl hace preceder a su novela, hay dos cosas que 
	conviene destacar: con una gran habilidad, y prevaliéndose de la situación 
	de favor de que gozaba en la corte almohade, trata de que la filosofía tome 
	carta de ciudadanía en al-Andalus. De hecho, sus fuentes son los grandes 
	filósofos que le han precedido: al-Fárábí, Avicena, Algacel y, en menor 
	escala, Abú Bakú y los demás andalusíes que le han introducido en el arte de 
	la lógica. 
	  
	     Pero hay una segunda 
	nota que va a quedar como distintivo de la filosofía musulmana: la 
	especulación filosófica, digamos la pura razón, no vasta para la adquisición 
	de la Verdad Absoluta. Para eso hace falta llegar a un estado especial de 
	reunión mística con Allah, a través de la unión con el Entendimiento Agente. 
	Se trata de una fusión entre el ejercicio de la razón al estilo de la 
	abstracción aristotélica, y el grado supremo de la intuición metafísica, que 
	es una mezcla de la visión neoplatónica y de la unión con Allah, adquirida 
	en las experiencias religiosas de la fe islámica. Para Ibn Tufayl el ideal 
	de esta fusión de la abstracción aristotélica con la intuición mística 
	neoplatónica-islámica, lo encuentra en Avicena. Pero con frecuencia se 
	olvida que Avicena lo aprendió de al-Fárábí, tal como hemos tratado de 
	probarlo en nuestro libro sobre el “Segundo Maestro”, como les gustaba a los 
	árabes denominar a al-Fárábí. El conocimiento que Ibn Tufayl tenía de 
	al-Fárábí pudo ayudar a recargar las formulas avicenianas con rasgos de la 
	síntesis alfarabiana.  
	  
	     Algacel hizo un 
	esfuerzo por acercarse a esa fusión. Pero Ibn Tufayl intuye el fallo del 
	místico oriental, que se basa en su destrucción de la filosofía por un lado, 
	y en el lastre racional que recorta su vuelo hacia la intuición mística. Si 
	Ibn Tufayl no rechaza plenamente a Algacel que reina en la corte almohade, 
	le obliga a hacer equilibrios entre la fusión fundamental que permanece en 
	Algacel y su formulación insuficiente, tal y como aparece en su obra 
	escrita. Todo ello hace que nos confirmemos, una vez más, en lo que hemos 
	considerado como una de las notas más originales de la filosofía musulmana: 
	ésta no es una filosofía aséptica. La intuición mística, mitad neoplatónica 
	y mitad religiosa-islámica, le da un tinte especial a la filosofía árabe que 
	la distingue de la helénica y va a servir de puente para que la Escolástica 
	encuentre, ya hecha, una filosofía que le sirva de soporte para la 
	racionalización del hecho religioso cristiano. 
	  
	
	TRES FINALIDADES DEL MITO 
	  
	     Finalizada esta 
	introducción, que es tan fructuosa para conocer cómo la filosofía va 
	adquiriendo su madurez en al-Andalus, comienza Ibn Tufayl a desarrollar el 
	asunto de su novela en un mito que le va a servir para plasmar su sistema en 
	una serie de personajes que sintetizan las diferentes clases sociales de 
	al-Andalus. 
	  
	     Tres serían las 
	finalidades del mito. Por una parte plantearse el problema de la posibilidad 
	de una generación espontánea. En segundo lugar, probar que la razón humana 
	puede llegar por sí sola a las más sublimes costas de su desarrollo, incluso 
	en el aspecto religioso místico, independiente del ambiente social, y hasta 
	sin la ayuda de la revelación profética, por medio de una unión personal y 
	directa con Allah. Y finalmente, llegar a la conclusión de la concordia 
	entre la razón y la fe, siempre inclinando la balanza más hacia el esfuerzo 
	personal de la experiencia religiosa, que hacia las formulaciones simbólicas 
	y literales de los libros religiosos, o incluso las lucubraciones 
	filosóficas que no permiten atrapar con justeza la experiencia mística, 
	dadas las limitaciones del lenguaje humano: “Resulta claramente de lo que 
	precede de tu demanda no puede pretender más que uno de los dos fines 
	siguientes: o bien tú deseas conocer lo que ven los hombres que gozan de la 
	intuición , del gusto, y que han llegado a la fase de la familiaridad con 
	Allah, o bien tú deseas conocer esta cosa según el método de los 
	especulativos. Pero eso es más raro que el Azufre rojo. Incluso los que han 
	recibido alguna parte de ello no han hablado de ello a las gentes más que 
	por enigmas, atendiendo a que la religión ortodoxa, la Verdadera Ley, 
	prohíbe entregarse a ella y pone en guardia contra la misma”. 
	  
	     Siempre queda en pie, 
	sin embargo, el esfuerzo de Ibn Tufayl por aunar la investigación 
	especulativa con la intuición mística. Narremos brevemente los hechos que 
	constituyen la trama de la novela y que, como el mismo Ibn Tufayl dice, 
	tiene como finalidad principal introducir a su pupilo en las experiencias de 
	que él mismo ha disfrutado. 
	  
	     Toda la historia de la 
	novela se centra alrededor  del personaje principal, cuyo nombre es Hayy ibn 
	Yaqzán (El Vivente Hijo del Vigilante). Nombre que está tomado de Avicena. 
	De él nos cuenta que hay dos versiones sobre su nacimiento. Una de ellas que 
	nació por generación espontánea. Es maravillosa la descripción que hace del 
	modo de producirse esa generación que nos da una idea de sus conocimientos 
	biológicos. Poco a poco se van formando los distintos miembros hasta que el 
	organismo está capacitado para que se le una el alma, tal como lo supone el 
	Corán. Todo ello significa un poder de observación grande y una 
	experimentación muy valiosa. Toda la acción se desenvuelve en una isla , en 
	la que Hayy nace sin padre ni madre. El niño, privado de alimento y 
	constreñido por el hambre, se puso a gritar desesperado. Pasó por allí una 
	gacela que había perdido su cría y respondió a su llamada. 
	  
	     Como esta historia, 
	según muchos, falla contra la las ciencias naturales, en las que no consta 
	la posibilidad de la generación espontánea, hay otros que la cuentan de la 
	siguiente manera: “Existía una vez una isla importante, rica y populosa. 
	Reinaba en ella un rey altivo y envidioso. Tenía una hermana a la que le 
	impedía que se casase. Uno a uno le iba descartando todos sus pretendientes, 
	por que los consideraba indignos del matrimonio con su hermana. Un vecino 
	suyo por nombre Yaqzán, autorizado por la religión de su país, la desposó en 
	secreto. De él tiene un hijo la hermana del rey, lo amamanta, pero por miedo 
	a su hermano, lo encierra herméticamente en un cofre. A la puesta de sol, 
	rodeada de servidores y amigos lo lanza a las olas del mar, quemándosele el 
	corazón entre el amor y el odio. Las olas transportaban el cofre a una isla 
	vecina y desierta. El mismo batir de las olas descuartiza el cofre, cuando 
	éste arriba a la orilla. El niño, al abrirse a la intemperie, prorrumpe en 
	llantos. La gacela que ha perdido su cría, se acerca, lo amamanta con su 
	leche, lo cuida y lo defiende contra todo peligro”. Y aquí las dos historias 
	se funden en una. 
	  
	     Bajo los cuidados de 
	la gacela y amantado por ella crece y se desarrolla en estado puramente 
	animal y conviviendo con los animales. Poco a poco va evolucionando con 
	módulos racionales. Conforme va creciendo va viendo la necesidad de defender 
	su cuerpo contra el calor y el frío. Esto hace que se las ingenie para 
	procurarse vestidos y alojamiento. Se siente impedido interiormente para 
	domesticar de animales salvajes. Muere finalmente la gacela y Yaqzán 
	experimenta un dolor de muerte. Por todos los medios ve si la puede salvar. 
	Estudia anatomía, y en el decurso de la inspección, descubre el papel del 
	corazón en el mantenimiento del cuerpo. Vale la pena ir siguiendo las 
	experiencias que realiza con motivo de la muerte de la gacela, que le lleva 
	a adquirir sus primeros descubrimientos científicos en el orden biológico y 
	anatómico. 
	  
	     Después de grandes 
	dificultades por falta de instrumentos, encontró primero los pulmones, pero 
	se convenció de que allí no estaba el órgano principal que buscaba y que, en 
	cambio, debía de estar en el centro. Efectivamente allí lo encontró, entre 
	los dos pulmones, y se convenció de que este era el órgano que buscaba. 
	Abrió el corazón y percibió en él dos cavidades, una a la derecha y otra a 
	la izquierda. La de la derecha estaba llena de sangre coagulada, la de la 
	izquierda estaba absolutamente vacía”. 
	  
	     Con todo esto llegó a 
	la conclusión de que este órgano no podía ser la causa de la defección, 
	aunque reconoció toda su importancia. La causa tenía que ser algo que, 
	teniendo como receptáculo el corazón, lo había abandonado. “De esta manera 
	el habitante de este lugar lo había abandonado antes de haber sufrido 
	ninguna degradación, y se había abandonado antes de haber sufrido ninguna 
	degradación, y se había ido cuando aún estaba intacto, y no era probable que 
	volviese allí más, ahora que estaba tan estropeado y deshecho”. El resultado 
	de esta investigación fue un gran desprecio por el cuerpo. 
	  
	
	LA ACCESIS HASTA LA 
	DIVINIDAD 
	  
	     Con todas estas 
	experiencias de disecciones de cadáveres de gacela y otros animales se 
	convirtió en un gran naturista. A los 21 años descubre que la multiplicidad 
	del cuerpo queda reducida a la unidad por el espíritu. Estudia todos los 
	seres y ve que tienen caracteres comunes y diferentes. Obtiene la idea del 
	cuerpo con sus tres dimensiones. Se le manifiestan las propiedades de los 
	tres reinos: mineral, vegetal y animal. Mira a los cielos y los encuentra 
	animados. Poco a poco descubre los problemas metafísicos. Va subiendo por 
	los distintos grados de abstracción, que culmina a los 35 años con el 
	problema más sublime de Allah. Ante la gran decepción que le había producido 
	la observación del cuerpo, comenzó a preocuparse por el alma. 
	  
	     En la concepción del 
	alma humana hay una novedad que se sale un poco del contexto religioso 
	islámico oficial. En los ambientes de los jefes religiosos del Islam, como 
	suele ocurrir con frecuencia en las religiones más antiguas, todo el 
	contenido ideológico proviene de la revelación. El alma se nutre de las 
	verdades contenidas en el libro sagrado. Hay que recortar el vuelo de la 
	razón para plegarla a los mandatos de la revelación. Al contacto con la 
	filosofía griega, los filósofos árabes introducen el juego dialéctico de la 
	especulación. En este sentido, Ibn Tufayl acepta plenamente la tradición 
	filosófica árabe oriental, que no supone grandes novedades en el contenido 
	de esa especulación racional. El mismo reconoce que todo lo asume de 
	Avicena. Pero hay una nota que queda sumamente realzada en su novela. Toda 
	la historia de su protagonista tiende a probar que la razón humana es capaz 
	de conseguir por si sola, incluso sin la revelación, todo lo que necesita 
	para su fidelidad a través de su unión con Allah. 
	  
	     Por el texto que hemos 
	citado anteriormente, se deduce que Ibn Tufayl admite un principio vital 
	independiente del cuerpo. Se trata de un principio creado por Allah, y que 
	se funde inmediatamente, en cuanto el cuerpo esta suficientemente preparado 
	para los actos vitales, ya sea en el período de evolución en el caso de la 
	generación espontánea, ya sea en el proceso del embrión en el seno materno, 
	y desaparece cuando el cuerpo se corrompe, como en el caso de la gacela que 
	le amamantó. 
	  
	     Es interesante el 
	proceso por el que va subiendo a través del reino animado hasta llegar a la 
	naturaleza del alma humana. La reflexión que había hecho sobre el vacío 
	descubierto en el corazón de la gacela nodriza le llevó a la conclusión de 
	que la realidad que se ausentó, podría ser de la misma naturaleza que la de 
	su corazón. Para ello sacrifica a un animal, y descubre que lo que anida en 
	su corazón. Para ello sacrifica a un animal, y descubre que lo que anida en 
	su corazón en el momento de morir es algo de la misma naturaleza del fuego. 
	Efectivamente comprueba, al abrir el corazón, que sale de su cavidad un aire 
	vaporoso semejante a una niebla blanca, y al introducir el dedo, “encontró 
	un calor tan intenso que faltó poco para que se quemase”. Luz y calor son 
	las características del fuego con las que define al alma del reino animal. 
	¿Se trata de una concepción materialista del alma o son estos rasgos 
	símbolos de una naturaleza más espiritualista?. En otra ocasión hemos 
	hablado de la concepción materialista del alma en algunos filósofos árabes 
	incluso de al-Andalus, como por ejemplo, en Ibn Hazm. 
	  
	     Más adelante utiliza 
	el término espíritu como principio único y unificador de la pluralidad de 
	los órganos corporales. Va distinguiendo luego las distintas clases de 
	formas unificadoras de la pluralidad corporal, la forma vegetativa para la 
	nutrición y el crecimiento, la forma animal para la sensación y locomoción. 
	Y todas ellas, como contradistintas de la corporeidad, reciben el nombre de 
	alma, a cuya  exploración dedica todos sus esfuerzos, prescindiendo por 
	completo del cuerpo. 
	  
	     En cuanto al destino 
	del alma humana, a veces teme distraerse de la unión con Allah por las 
	imágenes materiales, “por miedo de que la muerte le sobreviniese de 
	improviso mientras permanecía en el estado de distracción y cayese así en la 
	desgracia eterna, en el dolor de la separación”. Observaba que todos los 
	seres vivían sumergidos en las preocupaciones de la existencia que les 
	distraía del conocimiento del Ser, “sin sentir ningún deseo de El, ningún 
	empeño por conocerle, y que tendían a la nada o a un estado semejante a la 
	nada”. 
	  
	     De esta manera llega 
	al conocimiento de los seres superiores: los astros, a los que considera 
	animados y con una existencia semejante a la suya. El último grado de 
	perfección de los espíritus corresponde a aquél que posee el mayor 
	equilibrio de todos sus elementos. 
	  
	
	LA INMORTALIDAD Y LA 
	PERFECCIÓN 
	  
	     Es posible deducir 
	fácilmente la idea tan elevada de Ibn Tufayl tenía del alma humana: simple, 
	inmoral y destinada a la felicidad eterna a través de su unión con Allah. Lo 
	que sí es interesante, es consignar que lo que tanto le escandalizaba en 
	al-Fárábí, es decir, que se negase la inmortalidad del alma humana en 
	algunos casos, parece admitirlo también Ibn Tufayl en el caso de las almas 
	que no hayan llegado al último grado de su evolución racional. El alma 
	humana, de por sí, es inmortal, pero para ello necesita evolucionar hasta un 
	grado de perfección que la capacite para la unión con Allah. Si esa 
	perfección no se consigue, el alma humana de esos hombres imperfectos 
	desaparecerá como la de los animales. Y si después de conseguir la unión y, 
	por lo tanto, de haber alcanzado su último grado de desarrollo, la muerte le 
	sorprendiese al hombre en estado de desunión y preocupación por las cosas 
	materiales, ese alma humana se verá sometida a tormentos, cuya duración sólo 
	depende de la voluntad divina. Únicamente las almas que hayan conseguido el 
	último grado de su perfección y que mueran en el estado de unión con Allah, 
	serán inmortales y gozarán de una felicidad eterna. 
	  
	     Entre los problemas 
	metafísicos hay uno que no consigue resolver. Se trata de la eternidad del 
	mundo. No olvidemos que éste fue uno de los problemas que torturaron a los 
	escolásticos cristianos en la Edad Media. Con los datos que tenían, no se 
	atrevían a decidirse por ninguna de las hipótesis, ateniéndose a los 
	argumentos de la pura razón, y sólo se inclinaban por la temporalidad de la 
	creación del mundo con argumentos de la revelación. Que el mundo haya sido 
	creado por Allah es algo a lo que llegó Ibn Tufayl con cierta facilidad. 
	Pero que fuese creado desde toda la eternidad o con una existencia temporal, 
	es algo que no logró descifrar nunca al encontrarse con argumentos para las 
	dos hipótesis. 
	  
	     Pero el problema 
	metafísico por antonomasia para Ibn Tufayl era el de la existencia de Allah 
	y de la posibilidad de unión con él: “Había llegado a este grado de ciencia, 
	la de la existencia de Allah, a la edad de treinta y cinco años. El interés 
	que ahora experimentaba por este autor se había enraizado en su corazón tan 
	profundamente, que no le dejaba ocio para pensar en otra cosa más que en El; 
	descuidaba el estudio y la investigación sobre los seres del universo. Llegó 
	hasta tal punto, que no podía dejar caer su mirada sobre cualquier cosa, sin 
	percibir inmediatamente las marcas de industria y sin levantar enseguida su 
	pensamiento hacia el obrero dejando de lado la obra. Tanto que se dirigía 
	hacia El con ardor, y su corazón se desprendía totalmente del mundo sensible 
	para adherirse al mundo inteligible”. Quería saber con qué facultad percibía 
	a su Creador. “Le era, pues evidente, que percibía a ese Ser por su propia 
	esencia y que tenía grabada su noción en sí mismo; de lo cual concluía que 
	su propia esencia, por medio de la cual Lo percibía, era una cosa 
	incorpórea, a la que no convenía ninguna de las cualidades de los cuerpos; 
	que toda la parte exterior y corporal que percibía en su ser no era su 
	verdadera esencia, y que su verdadera esencia no consistía más que en esa 
	cosa por la cual percibía al Ser necesario”. 
	  
	     Todo el resto de su 
	esfuerzo por descubrir la esencia del Ser Verdadero se va sucediendo en una 
	especie de juego en su conciencia, entre las imagines de las cosas que no 
	son Allah, incluso de la propia esencia, y la inmersión en la visión 
	extática de la esencia divina. 
	  
	     “Se redujo a quedar 
	inmóvil en el fondo de su caverna, la cabeza baja, los párpados cerrados, 
	abstrayéndose de los objetos sensibles y de las facultades corporales, 
	concentrando sus preocupaciones y sus pensamientos únicamente en el Ser 
	necesario, sin asociarle ninguna otra cosa. Perseveró en estos esfuerzos 
	para llegar al desvanecimiento de la conciencia de sí mismo, a la absorción 
	en la intuición pura del Ser Verdadero. Finalmente lo consiguió: todo 
	desapareció de su memoria y de su pensamiento, los cielos, la tierra y lo 
	que hay entre ellos, todas las formas espirituales, todas las facultades 
	corporales, todas las facultades separadas de cualquier materia, a saber, 
	las esencias que tienen la noción del Ser Verdadero; y su propia esencia 
	desapareció con todas esas esencias. Todo se desvaneció, se disipó con 
	átomos diseminados. Tan sólo quedó el Único, el Veraz, el Ser permanente, 
	diciéndole con su palabra, que no es una noción sobreañadida a su esencia: 
	¿A quién pertenece hoy la Soberanía? Al Dios Único, Irresistible. Comprendió 
	su palabra y entendió su llamada, a pesar de que no conocía ningún idioma ni 
	para comprenderlo ni para hablar. Se abismó en ese estado, y percibió lo que 
	ningún ojo vio, ni ningún oído oyó, ni jamás estuvo presente en el corazón 
	de ningún mortal”. 
	  
	     A mi juicio es muy 
	importante descubrir que la identidad con el Ser se realiza en su propia 
	alma, de una manera semejante a como al-Farabi concebía el conocimiento de 
	las cosas en el alma humana, considerándola como cierta manera de 
	microcosmos. Con lo cual volvemos a la formula a la que muchas veces nos 
	hemos referido, al panteísmo no gnoseológico, de los místicos en general, y 
	especialmente de los árabes. 
	  
	     Se le plantea de nuevo 
	el problema de la unidad y de la multiplicidad en el orden de las esencias. 
	Por una parte, todo le parece múltiple, por otra, todo lo ve reducido a la 
	unidad. Descubre entonces la jerarquía de las esencias separadas. Cada una 
	es un espejo en el que se refleja la perfección de la esencia superior, como 
	se refleja la imagen del sol en un espejo. 
	  
	     Hayy ibn Yaqzán 
	experimentó visiones extáticas cada vez más frecuentes, hasta que llegó a 
	conseguirlas a voluntad. Después de haber descrito estos éxtasis sublimes de 
	Ibn Yaqzán, prosigue Ibn Tufayl su historia. Entra entonces en relación con 
	un personaje, Absál, de una manera providencial. Vivía en una isla vecina a 
	la de Yaqzán. Se había propagado en ella una religión promulgada por uno de 
	los antiguos Profetas. Era una religión que expresaba todas las realidades 
	verdaderas por símbolos, que daban de ellas unas imágenes e imprimían sus 
	esquemas en las almas, como se suele hacer en los discursos que se dirigen 
	al vulgo. Esta religión no cesó de extenderse en esa isla, de hacer poderosa 
	y de prevalecer, hasta que al fin el rey de la isla la abrazó y comprometió 
	a los súbditos a adherirse a ella”. 
	  
	     Había allí dos hombres 
	de buena voluntad que abrazaron con ardor la secta. Y precisamente porque 
	eran practicantes se hicieron amigos. Absál no se contenta con la letra del 
	libro sagrado. Profundiza en él y trata de interpretarlo. SAllahmán es 
	literalista y se abstiene de toda interpretación Le da miedo el libre examen 
	y la especulación. Ambos siguen máximas religiosas distintas. Para Absál la 
	liberación y la salud se encuentran en el retiro y en la soledad. Allí se 
	hace posible la meditación y, a través de ella, la dilucidación de los 
	símbolos del lenguaje revelado. Para Sálamán la felicidad del hombre se 
	halla en la vida de sociedad y en frecuentar el trato con los demás. Esta 
	doble dirección los separa. Absál se decide a retirarse a una isla desierta, 
	y precisamente le informan de aquélla en la que Ibn Yaqzán ha establecido su 
	vida entre los animales. Y allá se lanza para adorar a Allah y meditar. Está 
	convencido de que la felicidad del hombre, sólo se encuentra de una manera 
	perfecta en compañía íntima de su Señor. 
	  
	     El encuentro entre los 
	dos anacoretas de tan distinta índole se realiza de una manera curiosa. Hayy 
	no salía más que una vez por semana para buscar alimento. En un principio 
	Absál recorre ríos y lugares sin encontrar a nadie. Un día descubre a Hayy 
	y, temiendo distraerle, huye. Hayy lo descubre y, movido por la curiosidad 
	de conocer un animal que no había visto nunca, se esconde y lograr 
	sorprenderle más tarde en oración y lagrimas, Tras un ligero juego al 
	escondite, ambos descubren que ninguno de los dos es peligroso para el otro. 
	Al comienzo se entienden por gestos. Absál le enseña las lenguas que conoce, 
	las ciencias y la religión. Muy pronto Absál queda sorprendido cuando Hayy 
	le descubre sus secretos adquiridos durante su vida solitaria. Advierte que 
	las verdades de la religión son símbolos de la vida que anida en Hayy. Vio 
	establecerse el acuerdo entre la razón y la tradición. Se abren ante él las 
	vías de la interpretación y de la ley religiosa. Desde ese mismo momento 
	venera a Hayy y lo considera entre los elegidos de Allah como su maestro. Se 
	dedica a servirle, imitarle y a seguir sus indicaciones prácticas para 
	llegar a la perfección. 
	  
	      Cuando Hayy conoce la 
	religión, sin duda la musulmana, encuentra razonable su práctica. Pero, para 
	él, es un problema el que el Enviado de Allah hable en parábolas y símbolos. 
	No comprende por qué permite las riquezas y los alimentos no necesarios. Y 
	nace de él el deseo de convertir la isla de Absál. Ambos deciden ir allá. Un 
	barco los recoge en la orilla y, con un viento favorable, desembarcan en la 
	isla habitada. En ella les informan que el jefe de la isla es Sálamán. Ha 
	establecido, como esencial la religión, la vida en sociedad y los actos 
	religiosos comunes. Considera como ilícito el retiro. Desde ese momento Hayy 
	reconoce su error: enseñar la Verdad a la muchedumbre es crearles 
	conflictos. Es preferible dejarles en su buena fe. Les basta la palabra de 
	los Enviados para llevar la vida fácil. No son capaces de más. Se despiden 
	de su amigo Sálamán y deciden volver a la isla. De nuevo un barco les recoge 
	en la orilla y con viento favorable los devuelve a su retiro. Y en medio de 
	la meditación Absál llega a las alturas de Hayy. 
	  
	FILOSOFÍA Y RELIGIÓN: DOS 
	ASPECTOS DE LA MISMA VERDAD. 
	  
	     Al llegar al final de 
	este estudio, creemos poder afirmar que, con Ibn Tufayl, se ha llegado a la 
	cima de la filosofía andalusí. Estas ideas se desarrollarán más y se 
	establecerán sistemas más perfectos, tanto en la mística como en la 
	filosofía. Pero los elementos están ya ahí, en la novela filosófica de Ibn 
	Tufayl. Se ha llegado a un acuerdo entre la filosofía, que es la verdad de 
	los selectos, y la que encierra los símbolos e imágenes que forman un 
	lenguaje más asequible al vulgo. Con esto no se puede hablar de una doble 
	verdad. Verdad no hay más que una. Lo que hay son dos expresiones distintas 
	de la misma verdad: una simbólica e imaginativa para el vulgo y otra exacta 
	y pura para los selectos. No turbemos al vulgo ingenuo con las 
	especulaciones abstractas de los filósofos. 
	  
	     Hay un punto en el que 
	Ibn Tufayl supone un retroceso con respecto al gran filósofo de los árabes 
	al-Fárabí: su filosofía antisociable. El hombre es sociable por naturaleza. 
	El considerar a la sociedad humana como irremediablemente corrompida, 
	parecería algo inconcebible en una persona instruida y medianamente dueña de 
	sí misma como para convivir con los demás. Y sin embargo, es perfectamente 
	compatible, incluso en la concepción de la sociedad ideal de al-Fárabí. 
	Efectivamente, si fuese posible implantar en el mundo una ciudad ideal, 
	serían perfectamente compatibles la convivencia social y la unión con Allah. 
	Pero mientras no se llegue a la realización de ese ideal, las dos hipótesis 
	no son posibles. Puede darse un hombre que tenga la suerte de convivir en un 
	grupo social en el que el amor rija las relaciones sociales, y en el que ese 
	amor tenga como trasfondo la realidad de Allah, que une en su experiencia 
	mística los corazones de los miembros de esa sociedad. Siempre queda el 
	recurso a la sociedad para una meditación más profunda que fomente la unión 
	con Allah. Pero siempre serán situaciones ocasionales, compatibles con la 
	convivencia humana. 
	  
	     En el caso de Ibn 
	Tufayl, la situación social era con bastante frecuencia conflictiva, no sólo 
	en los ambientes políticos, sino principalmente en los culturales, en los 
	que la introducción de la filosofía despertaba polémicas y persecuciones en 
	no poco sectores de los jefes religiosos. La tendencia de los filósofos, en 
	algunas ocasiones, era la de una fuga del ambiente oficial religioso para 
	cultivar en círculos, más o menos reducidos y esotéricos, la soledad que les 
	trajese la paz y de la felicidad de la unión con Allah. De hecho el 
	protagonista de su novela ve con buenos ojos la vida en sociedad de la gente 
	sencilla, que vive feliz con sus prácticas religiosas y su unión superficial 
	con Allah. Creo que tanto el ideal de la vida en sociedad de al-Fárabí como 
	el retiro del protagonista de Ibn Tufayl, son perfectamente compatibles. Y 
	aun el retiro exclusivo o la vida en soledad cabe como recurso, cuando la 
	limitación del ser humano haga que el hombre nos falle, y no nos quede otra 
	solución que la experiencia mística de una realidad que nos trasciende y nos 
	hace compañía. Quedaría el último grado de perfección, que sería el de la 
	persona que, de tal manera ve en las cosas la presencia de Allah, que su 
	brillo ofusque en nuestra conciencia las otras presencias de las cosas y de 
	las personas, hasta no ver más que a Allah, que es el ideal de todos los 
	místicos.  
	  
	     Lo mismo que al-Fárabí, 
	admite Ibn Tufayl el doble proceso de la abstracción aristotélica y el de la 
	intuición metafísica neoplatónica. Aunque lo que prácticamente vale al 
	final, es la intuición metafísica y mística, en la que él dice seguir 
	principalmente a Avicena, pues no en vano es el principal andalusí que lo 
	conoce a fondo. Por concesión a los medios oficiales-políticos, admite 
	también la influencia de Algacel, a pesar de que lo considera alegórico y 
	para principiantes, y de vuelos místicos muy recortados debido a su 
	racionalismo (¿). Admite la unión con el Entendimiento Agente, heredada de 
	Avempace, el cual desconoce a Avicena y, por su vida mundana y de riquezas, 
	no puede volar a las alturas de la mística. Por su aristotelismo inicial y 
	su concepción de las relaciones entre la fe y la razón, se puede decir muy 
	bien precursor de Averroes. Sus concepciones místicas recuerdan las de Ibn 
	Arabí antes de tiempo. 
	  
	     Fusión entre filosofía 
	y religión, ésta es, precisamente, una de las características que dan más 
	originalidad a la filosofía musulmana, como hemos dicho muchas veces. Una 
	religión depurada de los simbolismos de los libros sagrados, más apropiados 
	para el vulgo, desconectada del ritualismo y de las imposiciones, muchas 
	veces arbitrarias y caprichosas, de los jefes religiosos y, en última 
	instancia, asequible al espíritu humano por medio de una intuición 
	místico-metafísica que descubre al hombre la Verdad pura, en una especie de 
	éxtasis que lo pone en contacto directo con esa misma Verdad. 
	  
	      Podemos aprender la 
	lección de un espíritu crítico que, sin ser destructivo, nos coloque en el 
	camino de la Verdad y nos ponga en contacto con la Fuente de la Vida. 
		    
  
	  
	 
		    
  
												
                                              
  
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