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Poetas Andalusíes

 

 

AL-BATHALIUSI (AL-Batalyawsî)

ABULBECA DE RONDA (Abû-l-Baqâ’Salah al-Rondî)

IBN ‘AMMÂR

ABEN AL-QUTIYYA (Ibn al-Kûtîyya)

ABEN BASSAM (Ibn Bassâm)

ABEN AL-JATHIB (Ibn Al-Jatîb)

IBN AL-FARADÎ

 


 

AL-BATHALIUSI (AL-Batalyawsî)

 

Abû Muhammad ‘Alî ibn al-Sîd al-Batalyawsî.  

Poeta y filósofo.

Nació, como su nombre indica, en Badajoz en el año 1052.

Murió en 1127.

 

Vino al mundo durante el reinado del tercer rey de la breve dinastía de los Banû al-aftas al-Muzalfar, que tanto hicieron florecer las letras en aquella corte, hasta el punto que el propio príncipe las cultivó con singular destreza.

 

Con motivo de la atmósfera de violencia que se respiraba en la corte, debido a la lucha con el vecino reino de Sevilla y a las continuas presiones del rey castellano Fernando I, se trasladaría a la corte granadina de ‘Abd al-Mâlik ibn Razîn. Saldría de las brasas para meterse en el fuego.

 

Pronto se acercaría la plaga de la guerra al reino de Granada: primero en conflicto con los cristianos del Cid, después contra los almorávides de Yûsuf, que finalmente se apoderarían de la ciudad en 1103. Previniendo la hecatombe, nuestro autor huyó a Toledo, capital de la marca de Al-Mussât, poniéndose a las órdenes de su rey Al-Ma’mûn. Más tarde, se trasladaría a Zaragoza, una de las capitales más importantes de Al-Ksark, y donde sostuvo agrias polémicas gramaticales y dialécticas con Ibn Bâyya (Avempace) que expondría en su obra El Libro de las cuestiones (Kitâb al-Masâiil). Por aquel mismo año se dio la batalla de Valtierra, que ganaría Alfonso VI, el batallador, perdiendo en ella la vida Al-Musta’in, rey de Zaragoza, cayendo la marca ocho años más tarde en poder de los cristianos.

 

Buscando refugio, Al-Batalyawsî se trasladó a Valencia, que estaba en manos de los almorávides al igual que Al-Andalus, dedicándose a redactar sus obras y a impartir lecciones a sus numerosos discípulos.

 

Quizás su trabajo más importante sea el Libro de los cercos (Kitâb al-Hadâ’ik), que es un manual para que el profano pueda iniciarse en la doctrina de los filósofos. Se trata del primer intento de armonizar el conocimiento  islámico con el pensamiento griego: Aristóteles y Platón. Se compone de siete capítulos, dedicando los seis primeros a las tesis de los filósofos islámicos, mientras que el último trata de la inmortalidad del alma. Entre otros temas, aborda el problema del origen del mundo, de los atributos de Allah (s.w.t), etc. De lo difundida que sería la obra nos habla el hecho de que fuera traducida al hebreo por Mosé b. Tibbón (1240-1283). Existe una edición y traducción castellana, realizada por Asín Palacios en la revista Al-Andalus, V (1940).

 

Su producción poética y filosófica fue extensísima, sobresaliendo, al margen de la obra ya citada, el Libro de la Improvisación (comentario a los poemas de Al-Mutanabbî), y el Libro de los Nombres.

 


 

ABULBECA DE RONDA (Abû-l-Baqâ’Salah al-Rondî)

 

Poeta.

Nació en Ronda en el siglo XIII.

 

Es famoso por su Qasîdah, en la que, con motivo de la caída de las ciudades andaluzas de Córdoba y Sevilla en poder del ejército invasor de Fernando III, profetizaba en bellos versos el cercano derrumbamiento de la soberanía andalusí. He aquí un fragmento de esta elegía, traducida por Varela:

 

Cuanto sube hasta la cima

desciende pronto abatido

a lo profundo.

¡Ay de aquél que en algo estima

el bien caduco mentido

de este mundo!

En todo terreno ser

sólo permanece y dura

el mudar.

Lo que hoy es dicha o placer

será mañana amargura

y pesar.

Es la vida transitoria

un caminar sin reposo

al olvido;

plazo breve a toda gloria

tiene el tiempo presuroso

concedido.

…………..

 

¿Qué es de Valencia y sus huertos?

¿Y Murcia y játiva hermosas?

 ¿Y Jaén?

¿Qué es de Córdoba en el día,

donde las ciencias hallaban

noble asiento,

do las artes a porfía

por su gloria se afanaban?

¿Y Sevilla? ¿Y la ribera

que el Betis fecundo baña

tan florida?

 

La fama y popularidad que alcanzó esta qasîdah originó el que posteriormente se le añadieran estrofas para lamentar la pérdida de otras ciudades, sobre todo en el reino de Granada.

 

Juan de Varela tradujo esta elegía y señaló sus semejanzas con las coplas de Jorge Manrique, lo cual no nos debe de extrañar, ya que Varela utilizó para traducir el poema de nuestro autor el método de pie quebrado empleado por Jorge Manrique; por lo demás, no tenemos conocimiento de que éste hablara árabe, por lo que cualquier sospecha de plagio debe ser desechada. A pesar de todo ello, siempre existirán coincidencias de intención y emoción en poemas que tratan sobre la fugacidad de la vida humana y de las cosas terrenales.-

 


 

IBN ‘AMMÂR

 

Abû Bakú ibn ‘Ammâr. Poeta.

Nació en Estobar o Santiponce, en 1031. Murió en 1086.

 

Cuando Al-Mu’tamid al mando del ejército sevillano, tomó Silves, lo mandó llamar a su lado, estableciéndose entre ambos una gran amistad, no sólo por el gusto común por la poesía, sino por ser los dos jóvenes amantes de los placeres sexuales y de las aventuras. No se sabe bien los motivos, pero lo cierto es que Al-Mu’tamid, padre de Al-Mu’tamid, desterró a Ibn ‘Ammâr a Zaragoza, regresando a Sevilla cuando su amigo al-Mu’tamid ocupó el trono ‘abbâdí de Sevilla, otorgándole el gobierno de Silves, y luego le nombró visir, llevándoselo de nuevo consigo a Sevilla, donde colaboró eficazmente en el sostenimiento del reino sevillano. Con la presión existente  de los cristianos, por la conquista de  Al-Andalus, conocida es la leyenda que afirma que Ibn ‘Ammâr consiguió que Alfonso VI retirase sus tropas del reino de Sevilla, al vencerle en una partida de ajedrez.

 

Siempre al servicio de su rey, ayudó a Al-Mu’tamid en la expansión de su reino, principalmente en la conquista de Murcia, para lo que concertó una alianza con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer II, Cabeza de Estopa, a cambio de una cantidad y con la garantía de Raksis (Raxis), hijo de Al-Mu’tamid, que quedaba como rehén. Al mismo tiempo, con la ayuda de Ibn Râksik (Râsik), gobernador de Vélez, se apoderó de Murcia. Fue la perdición de Ibn ‘Ammâr, pues la vanidad se apoderó de él, comenzando a gobernar Murcia como si fuera su soberano, negándole la libertad a Ibn Tâhir, el anterior rey de Murcia, pese a las órdenes dadas por Al-Mu’tamid.

 

A pesar de esto, no creemos que intentara Ibn ‘Ammâr rebelarse contra su rey, y es por estas fechas, en las que mostrando su afecto y lealtad por su hasta entonces amigo, escribe:

 

¡No, te engañas cuando me dices que las vicisitudes de la fortuna me han cambiado! El amor que tengo a Ksams, mi anciana madre, no es tan fuerte como el que a ti te profeso. ¿Cómo es posible, querido amigo, que tu benevolencia no me alumbre con sus rayos, igual que el relámpago ilumina las tinieblas de la noche? ¿En qué consiste que ninguna palabra tierna viene, como una suave brisa, a consolarme? ¡Oh!, sospecho que hombres infames a quienes conozco han querido destruir nuestra buena amistad. ¿Me retirarás así tu mano, después de una amistad de veinticinco años?... Reflexiona un poco; no te precipites; muchas veces el que se apresura mucho cae, mientras que el que marcha con circunspección llega a su fin…

 

Su desobediencia a Al-Mu’tamid, unida a las presiones de los antiguos cortesanos, le indispusieron con su rey, así como el hecho de que Ibn Tâhir huyera de la cárcel, ayudado por el rey de Valencia, motivó el que escribiera la proclama en la que incitaba a los valencianos a la rebelión, y una sátira agresiva contra Al-Mu’tamid e I’timâd, esposa de éste. Ibn ‘Ammâr pidió ayuda a Alfonso VI que se la negó, argumentado que era una disputa entre ladrones. Hecho prisionero, al mejor postor, que resultó ser el afrentado y vengativo Al-Mu’tamid, quien lo mató con el hacha que le había regalado su suegro, Alfonso VI, cumpliéndose así un cruel presentimiento que había amargado la vida de nuestro poeta.

 

Aventurero trágico, ambicioso y frenético, prodigó grandes elogios a sus protectores; luego, engreído por su carrera política –como ya hemos señalado- se lanzó a escribir sátiras venenosas, en especial contra Al-Mu’tamid, aunque también compuso poemas contra otros soberanos.

 

De entre sus escritos ha gozado de gran fama su Qasîdah en râ, dedicada a Al-Mu’tamid. Se trata de una poesía calificada de fluida, brillante, aparatosa y convencional, y así es, pues su estilo es de una elegante artificialidad decorativa. De tal modo que de su composición poética podemos entresacar algunos versos que elogian al soberano:

 

Copero, sirve en rueda el vaso, que el céfiro ya se ha levantado y el lucero ha desviado ya las riendas del viaje nocturno.

 

El alba ya nos ha traído su blanco alcanfor, cuando la noche ha apartado de nosotros su negro ámbar.

El jardín es como una bella, vestida con la túnica de sus flores y adornada con el collar de perlas del rocío, o bien, como un doncel, que enrojece con el pudor de las rosas y se envalentona con el bozo del mirto.

 

El jardín –donde el río parece una mano extendida sobre una túnica verde- está agitado por el céfiro: pensarías que es la espada de Ben Abad que dispersa los ejércitos.

 

¡Ben Abad! En la angustia, cuando el aire se reviste de una túnica cenicienta, la dádiva de su mano es fecunda, y escoge, para hacer sus dones, la virgen ya  núbil, el corcel desnudo y el sable adornado de pedrería.

 

Rey cuando los reyes se dirigen en masa al abrevadero, no pueden abrevar hasta que él retorna; más fresco sobre los corazones que el gotear del rocío, más placentero sobre los párpados que la dulce pesadez del sueño.

 

El hace chispear el eslabón de la gloria, y no se aparta del fuego de la lid más que para acercarse al fuego del hogar encendido para los huéspedes; rey que se admira en lo físico y en lo moral, como el jardín es bello, tanto visto de lejos cuanto visitado de cerca.

 

Cuando, estando a su lado, me escancia el <<Kautar>> de su generosidad, estoy cierto de hallarme en el paraíso.

¿Has hecho fructificar tu lanza con las cabezas de los reyes enemigos, porque viste que la rama place cuando está en fruto, y has teñido tu cota con la sangre de sus héroes, porque viste que la bella se engalana de rojo?

Mi poema es, por ti, como un jardín que visitó el céfiro y sobre el cual se inclinó la escarcha hasta que floreció.

Con tu nombre le he vestido con una túnica de oro; con tu alabanza he desmesurado sobre él el mejor almizcle.

¿Quién se atreverá conmigo? Tu nombre es áloe que he quemado en el pebetero de mi genio.

 


 

ABEN   AL-QUTIYYA (Ibn al-Kûtîyya)

 

Abû Bark Muhammad ibn ‘Abd al-‘Aziz ibn Ibrâhîm ibn al-Kûtîyya.

Historiador, gramático y poeta.

Nacido en Córdoba en el siglo X. Murió en su ciudad natal en el año 977.

 

Como su nombre indica, Ibn al-Kûtîyya –hijo de la goda-, era descendiente de una familia de cristianos unitarios. De la unión de su tatarabuela Sara –nieta de Witiza- con Isâ ibn Muzahin, nacieron dos hijos; el primero de ellos sería el bisabuelo de nuestro personaje. Ibn al-Kûtîyya era cliente omeya, es decir, partidario de la revolución islámica y el nacionalismo a ultranza.

 

Aunque nacido en Córdoba, se educó en Sevilla, donde residía su familia. Destacó en el estudio de la filología, aunque abarcara con fortuna otras ramas del saber. De la amplitud de sus conocimientos nos habla el hecho de que, interrogado el sabio oriental Abû ‘Alî al-Kalî por el califa Al-Hakam II, acerca de quien consideraba que era el hombre más sobresaliente en lexicografía que había encontrado en Al-Andalus, respondió al instante: << Ibn al-Kûtîyya>>.

 

Era sumamente bondadoso y humilde, buena prueba de ello es esta otra anécdota que nos cuenta su biógrafo Ibn Jallikân:

 

Cierto día, yendo yo a una quinta que poseo al pie de la sierra de Córdoba, en uno de los más hermosos sitios del mundo, me encontré con Ibn al-Kûtîyya, que volvía precisamente de los jardines que tiene en aquel punto. Cuando me vio, dirigió a mí su caballo, y se mostró muy complacido por haberme encontrado.

 

Yo también, de muy buen humor, le dije de repente:

-¿De do vienes, varón a quien respeto?

Al oírme me sonrió, y me respondió al instante:

-De donde meditar puede el creyente,

y el pecador pecar en secreto

 

Esta respuesta me agradó tanto, que no me pude contener y le besé la mano, y pedí para él la bendición de Allah. Era, además, mi antiguo maestro, y merecía esta muestra de alta estimación.

 

Sin lugar a dudas la obra que le dio renombre, y que le hace merecedor de estas modestas líneas de recuerdo, es su Crónica de la Conquista de Al-Andalus (Ta’rif iftitâh al-Andalus), que alcanza hasta los tiempos de ‘Abd al-Rahmân III. Aunque resulte paradójico, Ibn al-Kûtîyya se basó fundamentalmente en las noticias que le transmiten sus maestros, principalmente ‘Abd al-Mâlîk ibn Habîb, desdeñando las narraciones y relatos de su propia familia, que participó, como ya sabemos, en todo el desarrollo de los acontecimientos.

 

Se extrañan los historiadores tradicionales de que nuestro autor, a pesar de su procedencia indígena, no muestre su simpatía a favor de los cristianos vencidos. No deben, o peor, no quieren saber que los bandos en litigio, en el momento histórico en que nos encontramos, eran por una parte, los cristianos trinitarios partidarios del Imperio teocrático-visigótico y, por otro lado, los cristianos unitarios de la Bética y Astigitania, que contaban con el apoyo árabe.

 

La Crónica de Ibn al-Kûtîyya es de bastante interés, por cuanto da entrada en ella a gran cantidad de noticias. No es un relato seco y árido de los acontecimientos que haga derivar todo su valor en la exactitud de las fechas. Pero quizás lo más novedoso e interesante de su obra sea el lugar preferente de los relatos protagonizados por personajes de etnia andalusí, aspecto que no es frecuente encontrar en otros historiadores, especialmente en los de la contrarreforma bereber. A diferencia del Ajbâr Machmû’a (Noticias reunidas), crónica anónima del siglo X, da cabida a noticias acerca de los indígenas islamizados, que no fueron recogidas por los demás cronistas: así, explica la historia de los hijos de Witiza, en especial de Artobás; refiere las hazañas de Ibn Marwân, el gallego; cuenta las narraciones del poeta nacionalista Garbib, o la sublevación de ‘Umar ibn Hafsûn, etc.

 

Se le atribuyen, además, libros gramaticales de gran valor, como el Libro de los verbos (Kitâb al-af’âl), editado por Ignacio Guido (Leyden, 1894) y reeditado por ‘Alî Falda (El Cairo, 1953).

 

Aunque su habilidad como poeta no alcance sus conocimientos como filólogo e historiador, no podemos dejar de hacer mención a su obra poética que, llena de frescura e imaginación, ha llegado en parte hasta nosotros. Sirva como botón de muestra esta poesía de nuestro autor recogida, por Al-Magribî y traducida y editada por García Gómez en su libro Poemas arábigo-andaluces:

 

Bebe el vino junto a la fragante azucena que ha florecido, y forma de mañana tu tertulia, cuando se abre la rosa.

Ambas parece que se han amamantado en las ubres del cielo, y que aquélla mamó leche, y ésta, sangre.

Son dos amigos, de los cuales aquél se rebeló contra el alcanfor, rey de la blancura, y éste desobedeció al granate, rey de lo rojo, y con razón.

 

La una es como un blanco idolillo expuesto ante el que pasa; la otra, como la mejilla abofeteada en la triste mañana de la separación.

O, si lo prefieres, aquélla es un manojo de tubitos de plata, y ésta, una brasa cuyo rescoldo atizó o inflamó el viento.

 


 

ABEN  BASSAM (Ibn Bassâm)

 

Abû-l-Hasân ‘Alî ibn Bassâm al-Santarinî.

Recopilador histórico y poeta.

Nació en Santarén en el año 1084. Murió en el año 1148.

 

Estudio en Lisboa y Córdoba, regresando más tarde a su ciudad natal, de la que tuvo que huir ante la invasión cristiana, no sin antes haber luchado con bravura hasta mellar mi espada, según sus propias palabras.

 

Expulsado de su patria, y perdido todos sus bienes, Ibn Bassâm se trasladó a Sevilla, donde se dedicó a sus tareas literarias, exaltando con sus versos a todo aquel que lo pagase. No consta que Ibn Bassâm desempeñara ningún cargo político. Su vida estuvo totalmente dedicada a las letras.

 

No obstante, el mérito de nuestro autor no reside en sus cualidades como poeta, siendo, como lo era, un gran versificador; sino más bien a su labor como compilador histórico, que queda plasmado en su Kitâb al-Dajîra fî Mahâsim al-yâzîra, o como él mismo subtitulaba, Tesoro de las hermosas cualidades de la gente de la península, antología compuesta en Sevilla hacia 1106-1109, que contiene los mejores ejemplos de composiciones en prosa y verso de andaluces destacados. Posee un prólogo donde aclara qué le impulsó a escribir el deseo de dar a conocer los valores literarios de sus contemporáneos de Al-Andalus, en tanto menospreciados por los serviles admiradores de los escritos de Oriente. Atendiendo a la división geográfica de la Península, dividió su obra en cuatro partes: la primera, trataba sobre los escritores de Córdoba y comarcas colindantes; la segunda, sobre los de la zona occidental (Portugal); la tercera, sobre los del Levante; y la cuarta trata de los extranjeros que residieron algún tiempo en Al-Andalus, y de doce literatos de África, Siria e Irak, que jamás pisaron nuestro suelo. Así pues, evita los órdenes cronológicos y alfabéticos, realizando un resumen biográfico de cada autor, una valoración de sus cualidades literarias, y añade también fragmentos de su prosa o de sus versos. Sin embargo, esta última parte no nos ha llegado y sólo tenemos noticias de ella por su mismo prólogo.

 

Además de ésta, su obra principal, compuso Ibn Bassâm varias más,  de entre las que destacamos: Libro de la columna o del apoyo sobre las poesías verdaderas o auténticas de Al-Mu’tamid b. Abad,  y El collar de perlas, sobre la correspondencia o espistolario de Aben Thahir.

 

De la erudición y cultura literaria de Ibn Bassâm, nos habla el hecho de que Dozy, el famoso arabista holandés, utiliza su Dajîra para sus trabajos acerca de los musulmanes de la Península.

 


ABEN  AL-JATHIB (Ibn Al-Jatîb)

Abû ‘Abd Allâh Mwhammad ibn Sa’îd ibn al-Jatîb Lisân al-Dîn al-Salmânî.

Político, historiador y poeta.

Nació en Loja, en 1313. Murió en 1374.

(Traducción de E. García Gómez, publicada por la revista <<Al-Andalus>>, II (1934), pp. 185-195.)

De una familia originaria de Córdoba, recibiría su primera educación de su padre y otros eruditos de la época, haciendo el tradicional aprendizaje primario, compuesto de la enseñanza islámicas, gramática, poesía y ciencias naturales. Su padre, ‘Abd Allâh, se traslado a Granada, para entrar al servicio del soberano príncipe de los Banû Ahmar (nasríes), llegando a ser nombrado superintendente o encargado de los almacenes de víveres. El mismo pasó sus primeros años en esta ciudad, e hizo sus estudios bajo la dirección de sus más importantes educadores, siendo discípulo predilecto del célebre médico Yahyâ ibn Hwdsail, cultivando las ciencias filosóficas y adquiriendo importantes conocimientos en medicina. Fue muy aficionado a las letras, siguiendo los cursos de los más destacados literatos y gramáticos, y desarrollando una excelente poesía y prosa, de acuerdo con el mejor estilo árabe. Fue desde muy joven cuando manifestó sus grandes dotes de poeta y espistológrafo, no teniendo en esta última materia rivales en su momento.

                 Su padre, que como ya señAllahbamos, estuvo al servicio de los nasríes, perdería la vida a manos de los invasores cristianos en el año 1340, invitando el gobernante nasrí a Ibn al-Jatîb (que tenía por entonces veintisiete años de edad), para que ocupara el puesto de secretario en el departamento de correspondencia (diwân al-inshâ). Por este tiempo compuso unos versos en honor del soberano reinante, Abû al-Hachchâch (Yûsuf I), que circularían por el reino andalusí. Para compensarle, el sultán le tomó a su servicio y le incluyó en el número de los escritores que trabajaban en palacio bajo la dirección de Ibn al-Chayab.

      Vengo a Agmât y reverente

      Miro y beso tu sepulcro,

Sultán magnánimo, faro

Que dio clara luz al mundo,

En tus rayos, si vivieras,

Me bañaría con júbilo.

Y mis poesías mejores

Fueran el encomio tuyo;

Ora postrado de hinojos

Sólo la tumba saludo.

Egregiamente descuella

Entre circunstantes túmulos.

Cual tú de reyes y vates

Descollabas entre el vulgo.

Siglos ya sobre tu muerte

Pasaron y tu infortunio;

Pero guardas la corona,

No te la quita ninguno.

¡Oh, Rey de muertos y vivos!

Tu igual vanamente busco,

Que no ha nacido tu igual

Ni nacerá en lo futuro.

Ibn al-Chayab, que sería considerado como el primero de todos los poetas, prosista y filólogos de Al-Andalus, fue el mejor preceptor de Ibn al-Jatîb. En la caída de Muhammad III y con el asesinato del poderoso visir Muhammad ibn al-Hakam, sería escogido Ibn Jaldûn para el puesto de secretario imperial, cargo que desempeñaría hasta el año 1348, fecha en que Abû al-Hachchâch lo eligiría para el cargo de visir con todos los títulos y privilegios. Con el ejercicio de estas funciones daría muestras de una gran habilidad, y sus relaciones epistolares y diplomáticas, respecto a los príncipes vecinos y soberanos de África, le hacen merecedor de grandes elogios mostrando un talento admirable. El sultán granadino le favorecería con toda clase  de distinciones, autorizándole incluso a designar los candidatos  para los cargos públicos de la admiración, a los que nombraba buscando privilegios para sí mismo. Todo ello haría que Ibn al-Jatîb reuniera una fortuna considerable.

Por el año 1354 Abû al-Hachchâch sería asesinado, mientras se encontraba en la mezquita, el día en que terminaba el ayuno legal, para asistir a al salat, y en el momento en el que éste se inclinaba haciendo la reverencia ( suyud), un hombre se precipitó sobre él y le asestó una fuerte puñalada por la espalda, falleciendo instantáneamente. Pronto sería proclamado soberano el príncipe Muhammad V. Durante este período sería el liberto Ridwân, que ejercía los cargos de general en jefe y tutor de los jóvenes príncipes de la familia real, quien realmente gobernara Al-Andalus. Tomó por lugarteniente a Ibn al-Jatîb, dándole una total participación en las tareas de gobierno, gozando la administración de una gran prosperidad y estabilidad política. Una de las grandes virtudes como político sería la de poseer unas excelentes cualidades para la diplomacia: Ibn al-Jatîb recibiría la misión de trasladarse a la corte merinita de Abû Inân, para solicitar el apoyo de este príncipe contra las armas extranjeras de los castellanos-leoneses. Ibn al-Jatîb se presentó en dicha audiencia regia, adelantándose a los visires y jurisconsultos que formaban parte de la embajada, y dirigiéndose al propio Abû Inân solicitaría permiso para recitar, de forma literaria, su misión, antes de entrar a parlamentar. El príncipe accedió a ello, y el embajador, puesto en pie, comenzó de esta forma:

¡Vicario de Allahj! ¡ojAllah el destino aumente tu gloria todo el tiempo que brille la luna en la obscuridad!

OjAllah la mano de la Providencia aleje de ti los peligros que no podrían ser rechazados por la fuerza de los hombres.

En nuestras aflicciones tu aspecto es para nosotros la luna que disipa las tinieblas y, en las épocas de escasez, tu mano reemplaza a la lluvia y esparce la abundancia.

Sin tu auxilio, el pueblo andaluz no habría conservado ni habitación ni territorio.

En una palabra, este país no siente sino una necesidad: la protección de tu majestad.

Aquellos que han experimentado tus favores, jamás han sido ingratos; nunca han desconocido tus beneficios.

Ahora, cuando temen por su existencia, me han enviado a ti y esperan. 

El sultán meriní encontró muy hermosas estas palabras, respondiéndole al embajador: No regresarás a tu nación y a tus compatriotas sin que tus deseos sean satisfechos; te doy permiso para sentarte. A continuación colmaría de mercedes e infinidad de regalos a los miembros de la embajada y, antes de despedirlos, les concedió cuanto solicitaron. Uno de los antiguos profesores de Ibn Jaldûn (narrador de la biografía de Ibn al-Jatîb), el câdî kserife Abû al-Kâsim, que formó parte de esta comisión, le señaló a aquél, al hablar de tal audiencia, lo siguiente: Es la primera vez que se ha visto que un embajador consiga el objeto de su misión, antes de haber saludado al sultán, a cuya corte había sido enviado.

No tardó en ganar el título político de doble visir (Dhû al-wizâratayn), que tradicionalmente se concedía a los visires con poderes ejecutivos. Su influencia en la corte y su riqueza provocarían la envidia de los cortesanos, y uno de sus discípulos, el poeta Ibn Zamrak, de la escuela malaquita, conspiraría contra Ibn al-Jatîb, acusándole de herejía, debido a los postulados sufitas que éste profesaba. Fue exiliado a Fez, de donde no tardaría en volver a su puesto. Otro de los sucesos más destacados de su vida sería la experiencia que vivió en África, con motivo de acompañar a Ibn al-Ahmad o Muhammad V, en su exilio a la corte del califa merinita Abû Salem, quien los recibió con una magnifico cortejo y con gran dignidad: hizo subir a un trono, colocado frente al suyo, al exiliado monarca nasrita, recitando a continuación Ibn al-jatîb un poema en el cual suplicaba a este monarca que le prestare auxilio. El sultán de Ifriquiyya prometió sostener a su huésped y, mientras llegaba el momento de su restauración en el trono andalusí, le colmó de honores, instAllahndolo en un espléndido palacio, proveyendo de igual forma las necesidades de todos cuantos formaban el séquito del monarca andalusí.

El ex visir Ibn al-Jatîb llevaría durante algún tiempo una vida muy agradable, gozando de los favores y la atención que le otorgara el sultán merinita. Solicitó así mismo recorres las ciudades y  comarcas de Ifriquiyya, para conocer y visitar los monumentos y recoger la historia de sus antiguas formaciones sociales. Obtuvo el permiso consiguiente, llevando consigo cartas recomendatorias en las que se invitaba a los administradores y gobernadores a facilitarle medios y obsequiarle con regalos, reuniendo Ibn al-Jatîb una gran fortuna. Igualmente, y por recomendación del sultán merinita, le fueron devueltas las posesiones que éste tenía en la campiña de Córdoba.

Mientras el monarca andaluz destronado permaneció en¨África, ibn al-Jatîb estuvo separado de él, residiendo en la ciudad de Salê, hasta el año 1362, en que Muhammad V recuperaría nuevamente el trono. Envió a buscar a su familia, que había dejado en Fez, haciéndole el encargo a Ibn al-Jatîb para que les acompañara y protegiera hasta Andalucía. A su llegada a Granada, fue muy bien acogido por el monarca y restablecido en el puesto que anteriormente había ocupado.

El príncipe merinita ‘Utmân ibn Yahyâ ibn ‘Umar, al servicio de los reyes de Granada, fue uno de los personajes que más laboró por el regreso a Andalucía de Muhammad V y, una vez conseguido, se vio beneficiado de la confianza del príncipe, actuando como auténtico gobernador de esta parte de Andalucía. Pues bien, Ibn al-Jatîb sintió indignación por la confianza que le otorgaba el príncipe. Mostrándose temeroso de los peligros que a su juicio envolvía la presencia de estos príncipes merinitas, logró que el sultán andaluz participase también de estos temores, y resolviera tomar medidas de precaución. En el Ramadán del 764 (años de 1363), ‘Utmân y su familia fueron encarcelados y poco después expulsados del país.

 Ibn al-Jatîb quedaría como gobernante y administrador único de aquel reino andaluz, obteniendo plena confianza del sultán granadino para las tareas del gobierno. Todo ello provocaría que los familiares del príncipe y otros cortesanos comenzaran a levantar contra él todo género de intrigas y calumnias, fundamentalmente referidas a su concepción materialista de la vida, que confesaba en su ideología sufí. En un principio, el sultán andaluz no prestó oídos a estas insinuaciones; no obstante, Ibn al-Jatîb, advertido de estas conspiraciones que se urdían contra él, llegaría a concebir la idea de abandonar la corte andalusí, en busca de seguridad.

El sultán merinita ‘abd al-‘Azîz, que gobernaba por entonces en Ifriquiyya, le era deudor de un importante servicio: el haber encarcelado a uno de los príncipes que había iniciado una revuelta en el Magreb en contra de su gobierno. Como señalamos, Ibn al-Jatîb encarceló a este príncipe, con lo cual obtuvo toda clase de favores del sultán merinita, ofreciéndosele incluso un importante puesto en la corte de Fez.

Entre tanto, Ibn al-Jatîb era presa de las mayores inquietudes, debido a las noticias que le llegaban sobre las malas artes de los cortesanos y sus continuas intrigas para indisponerle con el soberano andaluz. Le pareció notar que el sultán había comenzado a darles un cierto crédito, e incluso notó una cierta indisposición con respecto a él, decidiendo resueltamente abandonar la corte granadina y pasar al África. Hizo, pues, que se le diera la misión de inspeccionar las fortalezas que cubrían la parte occidental del reino andaluz de Granada, y partiendo a la cabeza de un escuadrón de caballería, que tenía a su servicio, se encaminó a su destino acompañado de su hijo ‘Alî, que era afecto al sultán. Cerca de Gibraltar envió unos regalos al gobernador de la plaza para comunicarle su presencia. Este oficial, que había recibido ya instrucciones del sultán ‘Abd al-‘azîz, saldría al encuentro de tan ilustre visitante, facilitándole la marcha a Ceuta, Ibn al-Jatîb recibiría de los administradores de esta fortaleza todos los honores de rigor, viéndose colmado de atenciones Acto seguido, tomaría el camino de Tremecén, para ir al encuentro del sultán merinita en esta población (1371/2). A su llegada, fue recibido a caballo por los principales oficiales y representantes de la corte; el mismo sultán le acogería con la mayor celebridad, velando por su seguridad y bienestar y dándole el mismo trato que a los miembros de la familiar real. Apenas se hubieron cruzado los primeros saludos, enviaría el sultán a uno de sus secretarios para que lograra del soberano andaluz la autorización para el traslado de la familia de Ibn al-Jatîb, cosa que así se hizo.

A partir de este momento, la corte de Granada comenzó a hervir en contra del antiguo visir, publicando en todos los tonos hasta los menores deslices en que había incurrido durante el período de su gobierno, siendo considerado a todos los efectos como fugitivo. Estas intrigas hicieron mella en el ánimo del monarca andaluz, que daría crédito a las acusaciones que sobre algunos de sus discursos se hacían, resaltando de ellos su carácter materialista y sufita. El soberano de Granada encomendó a uno de los câddíes  esta causa, llegando a declarar por un acto formal, jurídico, que aquellos escritos eran propios de un infiel (kâfir). El sultán ‘abd al-‘Azîz y exigiera el castigo para el refugiado. El monarca del Zagreb, aunque partidario de la contrarreforma islámica, gozaba de gran amistad con Ibn al-Jatîb y no podía desatender los derechos de hospitalidad que anteriormente le había brindado, respondiéndole al câdî con estas palabras: Puesto que conocíais esos crímenes, ¿por qué no los castigasteis cuando se hallaba entre vosotros? En cuanto a mí, declaro que mientras esté bajo mi protección, nadie le molestará con motivo de este asunto. No sólo colmó a Ibn al-Jatîb de mercedes y atenciones, sino a sus hijos y también a los andaluces que le habían acompañado en su viaje a África.

En el año 1372, muerto ‘Abd al-‘Azîz, los merinitas dejarían la ciudad de Tremecén, regresando al Zagreb, cosa que también haría Ibn al-Jatîb, enrolado en la corte de Abû Bakú ibn Ghazi, regente en la administración. Cuando llegó a Fez, compró allí numerosas tierras y construyó excelentes casas, con hermosos jardines.

Ibn Jaldûn, en otra parte de su obra, refiere de esta forma la muerte de nuestro importante político y literato:

A principios del año 776 (1374) el sultán Abû-l-Abbâs llegó a apoderarse de la Villa-Nueva, capital del imperio,  se dejó gobernar por su visir, Muhammad b. ‘Utmân, que tenía por lugarteniente a Sulaymân b. Dâwûd. Proclamado sultán en Tánger, se había comprometido con Ibn al-Jatîb, ministro tránsfuga que había excitado a ‘Abd al-‘Azîz a intentar la conquista de Andalucía.

Después de haber abandonado la ciudad de Tánger, el sultán abû-l-Abbâs tuvo un encuentro con las tropas de abû Bakú b. Ghazi bajo los muros de la Villa-Nueva, tras de cuyas murallas habíanse refugiado, viéndose obligadas a sostener un sitio. Ibn al-Jatîb comprendió entonces el peligro que le amenazaba y se encerró en la ciudad con el visir. El sultán, habiéndose posesionado de la plaza, dejó tranquilo a Ibn al-Jatîb por algunos días; más luego mandó arrestarle por consejos de Sulaymân b. Dâwud. Este ministro profesaba a Ibn al-Jatîb un odio mortal: cuando Ibn al-Ahmâd (Muhammad V) estuvo refugiado en África, había conseguido de él la promesa formal de que, una vez restablecido en el trono, nombraría a Sulaymân comandante de <<los voluntarios de la fe>>. Sentado nuevamente en su trono este ibn al-Ahmad, Sulaymân solicitó de él cumplimiento de lo ofrecido; pero Ibn al-Jatîb se opuso a ello, razón por la cual Sulaymân regresó a África abrigando contra Ibn al-Jatîb un odio secreto que suspiraba continuamente por la revancha.

Cuando el sultán de Granada tuvo noticia de que había sido arrestado Ibn al-Jatîb, envió una comisión presidida por Abû ‘Abd Allâh b. Zamrak, que le había sucedido en el cargo, el sultán de Marruecos mandó que Ibn al-Jatîb compareciera ante una comisión compuesta de altos dignatarios y consejeros de Estado. Acusado de haber insertado en sus escritos algunas proposiciones malsonantes, fue encarcelado después de haber sido sometido a la tortura. El Jurado deliberó luego si procedía además imponer la pena capital por las dichas proposiciones. Algunos jurisconsultos votaron por la muerte, dando así ocasión a Sulaymân de saciar su sed de venganza. Por órdenes secretas de éste, algunos miserables que tenía a su servicio reunieron por la noche una gavilla de gente asalariada, a la cual se unieron los enviados andaluces: forzaron las puertas de la prisión y estrangularon a Ibn al-Jatîb. Al día siguiente se le enterró en el cementerio de la Puerta de Mahruk, y al otro día se descubrió que el cadáver había sido sacado de su tumba para hacerle desaparecer por el fuego: hallábase extendido al borde de la fosa, con los cabellos consumidos y la cara ennegrecida por la acción del fuego.

Se le enterró nuevamente, y así terminaron las desdichas de Ibn al-Jatîb. El público se indignó por tal infamia, y no vaciló en atribuir esta escandalosa profanación a Sulaymân b. Dâwûd, a sus criados y demás dependientes de su administración.

Durante los días de su prisión, el desventurado Ibn al-Jatîb se preparaba a bien morir; aún tuvo el valor suficiente para coordinar sus ideas y componer muchas elegías sobre el triste fin que le esperaba. En una de estas composiciones se expresa así:

<<¡Aunque estemos cerca de la parada terrestre, nos hallamos ahora alejados de ella! Habiendo llegado al lugar de la cita /sepulcro/, guardamos silencio /para siempre/.

Nuestros suspiros se han detenido repentinamente, bien así como se detiene la recitación de la oración cuando se ha pronunciado el Konut.

Aunque éramos antes poderosos, ya no somos más que osamentas; en otro tiempo dábamos festines, hoy somos el festín/de los gusanos/.

Eramos el sol de la gloria; pero ahora este sol ha desaparecido, y todo el horizonte se conduele de nosotros.

¡Cuántas veces la lanza ha derribado al que lleva la espada! ¡Cuántas veces la desgracia ha abatido al hombre feliz!

¡Cuántas veces se ha enterrado en un miserable harapo al hombre cuyas vestiduras llenaban numerosos cofres!

Di a mis amigos: ¡Ibn al-Jatîb ha partido! ¡Ya no existe! ¿Y quién es el que no ha de morir?

Di a los que se regocijan de ellos: ¡Alegraos si sois inmortales!

Tan trágico fin tuvo Ibn al-Jatîb, cuya privilegiada naturaleza, y su incansable actividad se entreveró de forma solicitada por dos fuerzas distintas que tiraban de él a la par: los ideales políticos y las luchas despiadadas y muchas veces cruentas de la época, y los dulces goces en el cultivo de las letras. Tal era Ibn al-Jatîb, cuya memoria debe conservar Granada y Andalucía con auténtica veneración.

Las producciones históricas de Ibn al-Jatîb, así como sus ensayos filosóficos, poesías y demás obras literarias son numerosísimas.

Entre todas ellas sobresale por su importancia la titulada El círculo, que versa sobre la historia de Granada. La obra fue escrita en el año 1369, de la cual Gallagos tiene un códice que debió escribirse en el año 1489. También se conserva un compendio de la Ihâtâ, realizado en el año 1319 por el egipcio Muhammad Badr al-Dîn Bistaki, muerto en el año 1429, y que la escribió con el título Markaz al-ihâta bi-udabâ Garnâta (El centro del círculo acerca de los literatos de Granada). Es una obra en ocho volúmenes, de la que existen redacciones más breves –quizás realizadas por el mismo autor-. Se presenta como un diccionario de biografías de personajes de Granada, o que simplemente pasaron por dicha ciudad. Dispuesta siguiendo el orden alfabético de los nombres, y dentro de cada nombre aparecen los personajes citados por categorías sociales; primero, los reyes y emires; a continuación, los magnates; y finalmente, aquellas personas que descollaron en algún campo determinado: câdíes, jurisconsultos, tradicionistas, poetas, etcétera, dando incluso muestras de sus poesías. Todo ello está compuesto con un estilo muy florido y ampulosos, propio del carácter y profesión que ostentaba Ibn al-Jatîb, alabando sobremanera a su patria andaluza, de la cual estaba muy orgulloso. En la redacción del diccionario puso a contribución toda clase de fuentes, en número muy elevado, entre las que, por señalar alguna, citaremos la siguiente: /Bayân al-mugrib, Muktabis, Mugrib/.

Otra de sus obras sería El libro del complemento que, como señala su título, sirve de complemento a la obra anterior, y que se encuentra en la biblioteca de El Escorial, con el número 1.674.

Otro de sus escritos sería el conocido por Las vestiduras bordadas, que se trata de una obra que compila la historia de los califas de Oriente y otras noticias de la historia de Al-Andalus y de África. Existen dos ejemplares de esta misma obra en El Escorial, con los números 1.771 y 1.772 (v. Camiri, tomo II, p. 177).

Esplendor del plenilunio, trabajo histórico de Ibn al-Jatîb que trata de la dinastía nasrí (nazerita o nasrita), texto que también se encuentra en la biblioteca de El Escorial, con el número 1.771 bis. La obra está dividida en cinco partes: la primera contiene una descripción de la capital del reino granadino; la segunda trata de su provincia y principales comarcas; versa la tercera sobre los gobernadores y príncipes que la rigieron; en la cuarta expone las cualidades y costumbres de sus habitantes; y la quinta estudia la sucesión de los reyes nasríes y cuanto en ellos encuentra digno de mención.

Yerba olorosa de los cátibes o secretarios y apacentamiento de las cosas que acontecieron, que se encuentra en El Escorial, con el número 304 bis. Estos escritos fueron realizados precisamente para ayudar a los funcionarios y, en especial a los secretarios (cátibes), formando esta obra, que constituye un manual epistolar, un conjunto de modelo de cartas del que pueden valerse los secretarios a la hora de redactar escritos oficiales. En realidad, lo que hizo Ibn al-Jatîb no fue sino reunir un conjunto de cartas que él mismo había escrito por el año 1368, y distribuirlas con cierto orden y clasificación en diez capítulos: primero, modelo de cartas con elogios o exordios debidos; segundo, epístolas amistosas a recién casados o a príncipes; tres, cartas para celebrar victorias o bien el feliz regreso de algún amigo o señor; cuarto, peticiones de auxilio contra enemigos; cinco y seis, para agradecer obsequios y fortalecer la amistad; siete, ocho y nueve, que ser refieren a cartas de consuelo, de súplica y de acción de gracia por favores recibidos; y, finalmente, el diez, que contiene modelos de epístolas para conseguir que las amistades sean estables y duraderas. Todas las cartas gozan de un estilo ampuloso y rítmico y muchas de ellas figuran en la segunda parte de las Analectas de Al-Makkarî.

Evacuación de la alforja sobre lo agradable del viaje o emigración a país extranjero, en cuatro tomos, refiriéndose a numerosas ciudades de las que da noticias, mencionado igualmente a sus sabios, bibliófilos y bibliotecas. Esta obra se encuentra en El Escorial con el número 1.15.

Viaje a África y su regreso a Andalucía. Es una disertación histórica en la que el autor refiere las peripecias de sus viajes y las felicitaciones que recibió por esta empresa. De igual forma señala la magnificencia de las ciudades andaluzas en relación con lo conocido en África, así como del carácter extraordinario de las instituciones nacionales andaluzas y de lo visto en el Magreb.

Excelencias de Málaga y Salé. Con este parangón Ibn al-Jatîb quiere demostrar las excelencias de Al-Andalus, incluso desde el siglo XIV, marcado ya por la decadencia y por una persistente dominación de los reinos extranjeros peninsulares, y de las corrientes ideológicas e invasoras. Igualmente, señala la enemistad pertinaz que en aquel período existía entre los andaluces y los bereberes, mostrando nuestro autor un auténtico sentimiento antibereber. Ello es explicable  debido al carácter contrareformador que dominaba en Berbería, a la actitud estrecha y dogmática de sus escuelas islámicas, y al gusto por los proyectos imperiales que marcan este período. Ibn al-Jatîb aparece en esta obra marcado por un fuerte nacionalismo andaluz, juzgando de una forma crítica tanto a los líderes musulmanes africanos como a los cristianos peninsulares. A su juicio, los mulûk al-tawâ’if (reyes de taifas) andaluces fueron gatos haciéndose pasar por leones, que llevarían nuestra formación nacional andaluza a la mayor de las ruinas; respecto a los líderes cristianos dice, refiriéndose al Cid, que fue enemigo de Dios, que no evitó la matanza de niños y mujeres tras la conquista de Valencia, y lo mismo fue el maldito tirano extranjero, Alfonso VI.

En este opúsculo, de gran valor por sus datos geográficos e históricos, Ibn al-Jatîb enfrenta y compara dos ciudades: la andaluza Málaga y la magrebí Salé, y aunque él mismo señala desde el principio que no existe punto de comparación, ni posibilidades de parangón entre ambas ciudades, como tampoco lo existe entre Andalucía y Berbería, sin embargo establece varios puntos, a través de los cuales poder constatar la magnificencia de Málaga y de la nación andaluza. Enaltece de Málaga la inexpugnabilidad de sus murallas, la industria que en ella florece, la fertilidad del suelo, la fama de que goza, la prosperidad de la ciudad; ensalza a la población malagueña, su vida económica, el esplendor que alcanzó su gente, así como sus edificios más señalados y sus hijos más ilustres; todo ello para acabar proclamando que Málaga " lleva ventaja por su hermosura y perfección, por la belleza de su aspecto y el acopio de riquezas, por sus trémulas umbrías y sus hijos ilustres y, en definitiva, por la exquisitez de sus gentes, industrias y labores ".


 

IBN AL-FARADÎ

 

Abù-l-Walîd ‘Abd Allâh ibn Mwhammad ibn Yûsuf Masr al-Azdî al-ma’rûf bi Ibn al-Faradî.

Historiador, jurisconsulto y poeta.

Nació en Córdoba en el año 962. Murió en la toma de esta ciudad por los almorávides en el 1013.

 

Nos asegura Ibn Bâskuwâl  que, además de sus dotes como jurista y narrador, como poeta y orador, fue también un gran bibliófilo, llegando a reunir una riquísima librería.

 

A los treinta años hizo su peregrinación (hayy) oficial a La Meca, aprovechando su viaje para conocer y aprender de muchos sabios orientales. A su regreso a la Península obtuvo el cadiazgo de Valencia.

 

Una vez vuelto a su Córdoba natal, murió a consecuencia de las heridas que recibió en la defensa de los muros de la ciudad asaltada por los bereberes, estando su cadáver insepulto durante varios días. Al parecer, y ateniéndonos a lo que nos cuenta Ibn Bassâm, encontró la muerte que deseaba, ya que en su peregrinar a La Meca y abrazando el velo de la Cava, pidió a ‘Allâh la gracia de morir como mártir, deseo del que al parecer se arrepintió más tarde. Se cuenta que uno de sus paisanos, que le encontró hacinado en un montón de cadáveres, le oyó murmurar durante su agonía las palabras de la tradición musulmana: Todo el que es herido en los combates por la causa de Allah (y bien sabe Allah reconocer las heridas que se han recibido por su causa), aparecerá el día de la resurrección con las heridas sangrientas; su color será como de sangre, pero su aroma como de almizcle.  Apenas hubo dicho estas palabras, expiró.

 

En su poesía predomina el tono religioso, siendo una muestra de ella esta magnífica composición que ha traducido y versificado Varela:

 

Cautivo y lleno de culpas

estoy, Señor, a tu puerta,

temiendo que me castiguen,

aguardando mi sentencia.

De mis faltas el cúmulo

con tu mirada penetras;

por Ti me angustia el temor

y la esperanza me alienta,

¿pues de quién, sino de Ti,

el alma teme o espera?

Es inevitable el fallo

de tu justicia tremenda,

cuando a abrir llegues el libro

donde escribistes mis deudas,

la suma de mis maldades

temo escuchar con vergüenza;

ilumíname y consuélame,

del sepulcro en las tinieblas,

donde yaceré olvidado

de mis más queridas prendas,

y que el perdón de mis culpas   

tu gran bondad me conceda,

pues tendré sin tu perdón

una eternidad de penas

 

Pero en la faceta donde más destaco Ibn Al-Faradî fue en su actividad como historiador, destacando su obra Historia de los varones doctos de Al-Andalus, que le fue adjudicada en autoría por F. Codera, gracias al viaje que realizó éste a la mezquita de Túnez, en el año 1887. Esta obra ha sido publicada por el señor Codera, formando los tomos VII y VIII de su Biblioteca arábica-hispana.

 

Al-Faradî es considerado como el mejor biógrafo de sus días. Hasta entonces, sólo se habían escrito algunos diccionarios biográficos sobre determinadas materias; en cambio, nuestro autor compila el primero –de tipo general- dedicado a Al-Andalus: un diccionario biográfico y bibliográfico escrito con gran escrupulosidad, pues para redactarlo no sólo consultó autores y personajes de su época, sino que realizó un buen trabajo de investigación, llegando a leer inscripciones sepulcrales que pudieran proporcionarle nuevos datos, y además, en varias ocasiones, confiesa que no logró dar con las noticias que buscaba.

 

Al-Faradî escribió también una Historia de los poetas arábigo-andaluces,  que no ha llegado hasta nosotros.

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